martes, 30 de marzo de 2010

El rostro borrado de Tlatelolco

Por Miguel Angel Márez Tapia 
   
Prisión de Santiago en 1913
En la portada del número 27 de nuestra revista, hicimos referencia del atentado al patrimonio histórico que había sufrido el Colegio de la Santa Cruz cuando se tapó su arcada de tres grandes vanos de medio punto de la fachada principal, que servía como recepción de peregrinos y se cambió por un acceso de estilo siglo XVIII, asimismo, su herrería se desprendería para dar paso a portones de madera no acordes con el edificio. Lo que fuera la fachada porfiriana del siglo XIX de la prisión militar también sería demolida junto con el cuartel militar, para así construir la torre que albergaría la nueva seda de la cancillería del país (hoy Centro Cultural Tlatelolco, UNAM).
En los inicios de los años sesenta, Tlatelolco retornó en el mapa de nuestro país, se entremezcló la historia de la zona comercial más importante de Mesoamérica, la tradición del barrio de Santiago y la implacable modernidad que impulsaba el Estado creando así la Plaza de las Tres Culturas. Hoy la vemos como un espacio emblemático que entremezcla esas etapas de la historia y mantienen la memoria de lo sucedido en lugar.
Santiago en 1930
Ese proceso nunca fue sencillo, lo tradicional e histórico, se contrapuso fuertemente al proyecto moderno de Tlatelolco que representaba el “símbolo de México”, regenerando la llamada “Herradura de tugurios”, nombre dado a la zona por investigadores del Instituto Nacional de Vivienda, donde un “tugurio” se entendería como esa vecindad con condiciones insalubres y hacinamiento que denigraban a las personas que lo habitaban. Una visión hegemónica e higienista visualizó a la vecindad como obstáculo, haciendo necesario regenerar el lugar con un proyecto moderno que mejorara las condiciones de vida que imperaba en ese espacio.
La construcción del Conjunto Urbano Tlatelolco, le dio justificación a Ernesto P. Uruchurtu (regente capitalino) con la segunda etapa del “Proyectazo” para la construcción de los ejes viales a fin de terminar con la barrera de dos kilómetros y medio que imposibilitaban la expansión de la ciudad hacia el norte (Eje Central, Guerrero, Insurgentes); únicamente la prolongación de Paseo de la Reforma, implicó la destrucción de 143,800 m2 de suelo urbano, según el IX Censo de Población, entre 1960 y 1970 se perdieron 18,896 viviendas y esto a pesar de la construcción de la U.H. Nonoalco Tlatelolco.
El proyecto moderno, no tomó en cuenta el contexto donde se implantó, por ello, los barrios de San Miguel Nonoalco y Santiago Tlatelolco serían borrados del lugar, así mismo, miró con desprecio a los recintos históricos como el Tecpan, que data del siglo XVI, siendo cercenado para dar paso a la prolongación de Paseo de la Reforma e instalar tres torres (Cuauhtémoc y las derrumbadas Suites Tecpan), destruyendo el antiguo edificio, sus habitaciones y sus cuatro patios.
Los constructores de la “modernidad”, no contemplaron respetar el Tecpan; su fachada principal  estaba orientada al Poniente, fue quitada e instalada como fachada posterior del Colegio de la Santa Cruz, convirtiéndose en fachada secundaria, el único testimonio que sobrevivió, fue la arcada de siete vanos  del recinto que actualmente conocemos, asimismo, cuando se demolió la casa que albergaba el mural de David Alfaro Siqueiros, dio el pretexto para darle uso al Tecpan, siendo convertido en el “Recinto de Homenaje a Cuauhtémoc”.  
Santiago en 2010
Otro edificio que también sería cercenado fue la Aduana del Pulque con la prolongación de Paseo de la Reforma y Glorieta de Peralvillo, aún cuando en 1931 fue declarado como monumento nacional, únicamente su fachada se mantendría en pie, toda la estructura que albergaba su patio central y parte trasera sería derrumbada ante el paso de la implacable "modernidad" que transformó Tlatelolco
Hoy en día, es lamentable observar la ausencia de un museo de sitio, a un costado, de la zona arqueológica más grande de la ciudad de México, Tlatelolco tiene mucha importancia histórica y cultural, es un espacio que lo amerita, ese rostro debe volver a renacer con los mismos bríos que ha tenido a lo largo del tiempo, por ello, no sólo se necesita un museo de arte prehispánico, sino también, los otros momentos de su amplia historia, merecen un espacio, como la presencia del ferrocarril y su aduana, así como, la rica memoria de sus tradicionales barrios.

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