viernes, 19 de septiembre de 2014

TERREMOTO EN EL D. F. 1985

Hospital General de México hoy
Por Fernándo Mendoza

El transcurso de nuestra vida se da en tres tiempos Pasado, Presente y Futuro. El Pasado que nos enseña los errores y aciertos, para en el Presente no repetir los errores o aprovechar los aciertos, y en un Futuro enfrentar los acontecimientos en mejores condiciones.
El siguiente relato nos muestra una dramática experiencia del pasado, que nos invita a reflexionar y disfrutar sobre nuestro estado de confort en el presente. Y tomar la medidas preventivas, para que en el futuro no ser afectados al grado de perder nuestra integridad física, de nuestra familia o seres queridos. Pues nos encontramos en zona sísmica. 
NOTA: El presente relato es real. Voluntad inquebrantable.

*Publicado por el periódico La Jornada

                           La vida Continua
.En la ciudad de México todo se da en grande: población, contaminación, desastres. El Hospital General no es la excepción, fue el hospital más grande de Latinoamérica.
El 19 de Septiembre de 1985, una mañana ordinaria. Soy residente del tercer año de cirugía plástica. Acabo de regresar de mis vacaciones en Cancún. Traigo muchos ánimos. Mi mejor amigo. Ángel Alcántara (también de cirugía plástica) y yo estamos en nuestro cuarto del edificio de residentes comentando sobre las vacaciones y las chavas…Son las 7.19, se hace tarde.
---Te espero en la cafetería mientras te arreglas--- le digo.
Abro la puerta, siento los primeros movimientos del edificio. Ángel sale del vestidor.
---Está temblando--- dice.
Se intensifica. Esta grueso. Por razones inexplicables intercambiamos lugares. El tocadiscos amenaza con caer mientras se oye el clímax de Money fornothing. Lo detengo en tanto que trato de conservar el equilibrio agarrado del marco. El edificio se pandea y gira sobre su eje. Nos volteamos a ver por última vez, nos despedimos con la mirada. Truena y se desploma piso por piso, los cuatro arriba de nosotros, tras, tras, tras, y los cuatro a nuestros pies, tras, tras, tras tras. El ruido es indescriptible, me siento como una cucaracha cayendo del bote de basura a un tiradero. La oscuridad es absoluta. La presión sobre mi espalda es impresionante. Oigo el último suspiro de Ángel; ahí va a estar para protegerme. Estoy confundido, asustado, sinsaber que paso. Pregunto. Nadie me contesta. Pienso en mi familia. ¿Estarán bien?, ¿se destruyó toda la ciudad? Grito. Notiene caso, solo me contestan con lamentos. Lo cual aumenta mi zozobra. Hago una rápida evaluación médica: traumatismos contusos múltiples, sin daño espinal aparente, puesto que detecto movimiento en mis piernas a pesar de estar en posición fetal forzada, y en la cara encuentro una gran herida por la que toco el hueso malar sin fractura, y la oreja derecha casi desprendida. Lo único que no he podido acomodar es mi brazo derecho, sobre el que siento mucha presión.
¡Mi mano derecha¡ mi instrumento de trabajo. Trato de sacarla, está atrapada. Grito de desesperación. No sale, trato de arrancarla y lo único que sale es llanto. Si se tardan más de dos horas en sacarme, el daño será irreparable.
¿Pero en que estoy pensando? Probablemente nadie vendrá a rescatarme. Almenos disfrute Cancún, mi último viaje. Con dificultad alcanzo a estirarme completamente. Mi cama, hecha a la medida, es de picos de piedra y polvo, se te clava en el pecho, se te mete en los pulmones. Siento lo duro y lo tupido. Exploro mis alrededores, encuentro el refrigerador a mi lado. Busco entrada pero los refrescos están inaccesibles. Parece han pasado siglos, pero tengo noción parcial del tiempo, pues el despertador de Ángel suena cada doce horas.
Trato de entretenerme cantando, no  me se muchas: El Himno nacional otra vez; shout, shout, letitaut; se chanson se chanson se nepamonton.
Parece que hay gente excavando. Vienen y luego parece que se arrepienten. Me comunico con ellos pegándole al refrigerador con piedras. A veces me contestan. Ya se fueron otra vez. Las manos me sangran. Nadie me ve, me orino en los calzones. Al menos ahí esta Panchito, para perpetuar la especie.
Tiembla otra vez, todo se mueve, amenazante. Micabeza está colocada de a pechito en el cascanueces: un apretón, y hasta aquí llegue. Me acomodo. ¡Ni madres! me arrastro hacia atrás. Ya paso otra vez.
La sed es ya insoportable. No tengo lágrimas en los ojos llenos de polvo, y temo a la insuficiencia renal. Pruebo la orina de la botella de Padre Kino. Me da asco. La guardo por si apetece el señor mas tarde. El sueño del rio seco se repite, los remos chocan en el lecho. Mis intentos de parto eutócico fracasan. Trato de salir de nalgas, pero hay distocia de mano.
Paso de la conciencia al delirio. Estoy en un juego extraño, soy tiburón y trato de salir de esa trampa cónica. Los competidores afuera siguen martillando, conozco sus voces. La de mi hermano Rodolfo me despierta:
---¿Eres Francisco?
¡Francisco Bucio! Mi papa, mis hermanos y demás rescatistas gritan eufóricos. Los expertos sugieren amputar el brazo, aquellos se lo impiden. ¿Qué son dos horas más?
---Tómenlo con calma, solo pásenme una coca, como en atrapados sin salida , por un tubo conectado por un frasco, aunque sea lavativa.
Se niegan. Pataleo. Al fin levantan la lápida. Mi hermano Nito me libera el brazo y me sacan…Que rico voltearse en la cama tras cuatro días de decúbito agüevo. La brisa de la noche me acaricia. Lagente en los escombros, negativo de deguerrotipo.
¡Gracias!
Coca en mano a la ambulancia, al hospital (donde nací), al quirófano, arriba y abajo como calzón de puta, tratando de salvarme la mano. Me amputaron cuatro dedos. Ya no importa. En cuanto me cure me regreso a Tulum a tratar pescadores con pago en especie, pienso.
Surge una esperanza: trasplante de dedos de los pies para apoyar el pulgar, La operación es un éxito. Tres años, doce cirugías después y con apoyo de Mónica y la familia, termino la especialidad.
Han pasado diez años y ejerzo con éxito mi especialidad en Tijuana. Y bueno, ya chale. Me voy porque tengo que operar una liposucción, mi hijo nace en abril y hay que sacar pa´l chivo.
La vida continúa…

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