sábado, 6 de diciembre de 2014

Voces de Tlatelolco: Tita

Por Silvia Muñoz Martínez

Edificio Nuevo León en 1964.
La conocí a los 13 años. Yo entraba en la terrible adolescencia y no sabía si era niña, mujer o cosa.   Tampoco sabía lo que quería hace con mi vida. Entonces una compañera de la secundaria 106 me recomendó tomar clases de piano con la maestra Estela Magaña.

Una tarde subí el elevador del Edificio Nuevo León con mi mamá a disgusto y tocamos en un departamento del tercer piso. Nos abrió Tita de sesenta y tantos años, con cabello blanco, alta y muy delgada.  Entre carcajadas nos dijo que era veracruzana. A mi mamá le agradó y así comenzaron mis clases, soberana tortura! 

Martes y jueves en la tarde asistía a regañadientes a las lecciones que parecían eternas.  A mi llegada, Tita era la más feliz, pero una vez en el piano se volvía aterradora! Los clásicos, siempre los clásicos! Bach, Strauss y Chopin. Odiaba sus caras serias pintadas en las portadas de las partituras, totalmente sombríos, solo Mozart esbozaba una sonrisa burlona que parecía acentuarse cuando me equivocaba.Los dedos huesudos de Tita recorrían las teclas con tal vigor y rapidez que solo podía seguirla con la mirada. A veces a punto del llanto quería salir corriendo, pero justo cuando llegaba al límite Tita daba por terminada la lección, volvía a sonreír y me ofrecía un té.Me pedía que me sentará en su sala para contarle algo, lo que fuera.

Con el tiempo, el horror por los músicos muertos se convirtió en amor por la música clásica. Tita alternaba sus clases con relatos de los grandes bailes en Viena, canturreaba y giraba contenta mientras yo tocaba el piano.Al final de las clases me mostraba su pared, llena de fotos y recuerdos de los lugares más increíbles del mundo, al tiempo que decía “un día tú también vas a viajar” yo observaba con detalle mientras le preguntaba  y ¿cómo? ella me dijo “¡serás diplomática!”

El departamento de Tita se convirtió en mi refugio de la hostilidad de mi mundo escolar. En mi casa pasaba horas practicando, mientras mi perro “puppy” de raza “tibetana-terry” soportaba mis lecciones en medio de alaridos de dolor. Practicaba todos los días de dos a cuatro horas, pero siempre sentía que no era suficiente.

Con el tiempo advertí que Tita no obtenía ganancia por sus clases y que en ningún lugar encontraría una maestra tan divertida. También me di cuenta que yo era una de sus favoritas y que ella compartía con amigos y familiares mis coloridos relatos sobre las peripecias escolares.

Después de muchos esfuerzos logré fortalecer mis pequeñas manos y fui una de las alumnas más destacadas de la clase. Esperaba con ansiedad los conciertos anuales que eran un sueño hecho realidad. El últimofue muy especial porque le regalamos a Tita una estilizada una pieza de cerámica de marca Lladró. La muñeca es cuestión tenía un cuello largo y portaba un bello sombrero adornado con flores de colores.

Comenzaba el año de 1985 y Tita me puso frente tres versiones originales de las piezas más conocidas de Chopin. Me dijo que algunas personas vendrían de Viena a examinarnos y yo tocaría el piano junto con otras tres alumnas. Al ver mi cara de espanto me dijo: “¡hay mujer tú puedes!”.

Un día llegué a mi clase como siempre y la encontré pensativa. Me mostró unas enormes grietas que ella había pegado con cinta canela al tiempo que decía….” Quieren que me vaya del departamento”…….“dicen que es peligroso que siga aquí, pero qué puede pasarme??”.

El último año del CCH yo tenía muchas tareas y fiestas.Empecé a practicar con dificultad,no obstante, logramos avanzar en el estudio de las piezas y en septiembre decidimos que mis clases de piano serían en la mañana para aprovechar el tiempo.

Era jueves, casi la hora de mi clase, me despertó un estruendo. Los ruidos y movimientos no cesaban y a pesar de los dos padres nuestros que recé se no terminó el temblor.

Luego de minutos que parecieron eternos me asomé a la ventana y vi una inmensa nube de polvo. Bajé las escaleras de mi edificio como pude, las piernas me temblaban, escuché llantos y gritos “se cayó el Nuevo León”reinaba el caos y la confusión.Corrí hacia el departamento de Tita pero una nube de polvo me impedía la visión, y una montaña de escombros me cerró el paso.Entonces comenzó la pesadilla: niños hombres y mujeres heridos salían de entre los fierros retorcidos, corríamos a ayudarlos, se escuchaban lamentos y quejidos.

“No puedo perder mi clase”, era lo único que yo podía pensar. Le hablé por teléfono a Tita para avisarle que llegaría tarde, pero no tuve respuesta.  

Comencé a buscarla. Fueron días eternos, caminando y preguntando a los amigos. Alguien me dijo que durante el sismo vieron a Tita bajar de su departamento y quedar a salvo. Eso me animó a seguir la búsqueda. Di con uno de sus sobrinos, él me prometió avisarme de cualquier novedad.

Una tarde mientras caminaba entre las bolsas negras de muertos y los escombros encontré su piano hecho trizas y la cabecita de la estilizada muñeca de cerámica con su sombrero de flores, también estaba una foto de Tita joven, que levanté y guardé con cuidado.  Entonces supe que no la vería nunca más.  

A las dos semanas la encontraron. Dicen que al sentir el temblor bajó corriendo las escaleras, al llegar a la planta baja advirtió que no estaban sus sobrinos y subió para ayudarlos…en eso, se colapsó el edificio!

Todos los días la recuerdo. Sigo tocando el piano y voy a conciertos. Le he inculcado a mi hijo el amor por la buena música. Juntos la escuchamos a todo volumen y entonces yo canto y bailo como Tita.

Pero sobre todo viajo y viajo. Mi vida profesional se ha llevado a los lugares de esas magnificas fotos. Tengo algunos platitos de recuerdo como ella y muchas imágenes.

Si Tita estuviera aquí podríamos sentarnos en su sala a tomar un té en esas tacitas tan chiquitas y yo le contaría mis aventuras por el mundo, seguro se reiría mucho!. Para mí, en alguna parte, Tita sigue viva. 

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