lunes, 14 de diciembre de 2015

Feliz 2016

Alejandro Mario Fonseca
Si algún gobierno emanado de la Revolución Mexicana puede ser considerado de “izquierda”, es el del general Lázaro Cárdenas. Su régimen nacionalista integrador se comportó frente a las masas pobres, marginadas, como un gran movimiento de integración en el marco económico, social y cultural, a través de profundas reformas.

Foto tomada d3e Internet
Cárdenas se empeñó en la tarea imposible de crear artificialmente en la sociedad mexicana, tanto una burguesía nacionalista como un proletariado consciente. El resultado fue por un lado una nueva clase de empresarios nativos que, comprometidos con intereses extranjeros, se iba a convertir posteriormente en el sector hegemónico; y por otro, un naciente proletariado, en cuyo seno se desarrollaría una lucha oculta entre obreros organizados y desorganizados, con conciencia y sin conciencia de clase.

El cardenismo marcó el cierre del proceso dependiente de hegemonía oligárquica y de construcción del Estado nacionalista. Sus principales limitaciones fueron la subsistencia de niveles evolutivos tradicionales en lo interno, y la consolidación de los Estados Unidos de Norteamérica como nueva potencia imperialista, en lo externo; pero sobre todo el complejo tejido de alianzas con el que Cárdenas fortaleció su poder personal, fue su principal limitación: la estructura de poder patrimonialista sostenida por el equilibrio entre las élites. Finalmente, el  cardenismo marcó también la raíz de la crisis estructural de la economía mexicana, derivada de la implementación de una actividad industrial sin planeación, carente de insumos y de equipos.

La herencia del general Cárdenas fue un Estado fuerte pero contradictorio, ya que su tarea “modernizadora” consistió en desarrollar un capitalismo con contenido social. Se trató de un caso de liderazgo hegemónico, en el que la dirección ideológica de la sociedad encubría un proceso de dominación económica y política.

Desde entonces y hasta las reformas del salinato, el Estado mexicano se hallaba enfrentado a dos dificultades que se derivaban de la circunstancia de que se veía obligado a impulsar el desarrollo capitalista en una sociedad en la que los niveles evolutivos tradicionales predominaban y basado en un poder sostenido en un complejo tejido de alianzas.

La primera dificultad es una crisis de racionalidad: el sistema administrativo no conseguía cumplir con los imperativos de desarrollo del capitalismo ya que las estructuras mentales (educación), las de regulación de conflictos (justicia) y las de trabajo (economía) permanecían predominantemente en niveles evolutivos tradicionales, lo que era resultado y a un tiempo obligaba a la protección de los empresarios y al control de los trabajadores.

La segunda dificultad se derivaba de la primera y era una crisis de legitimidad. Los efectos del proceso “modernizador” precisaban de una lealtad de las masas trabajadoras lo más difusa posible; sin embargo, el sistema no acertaba a mantener el nivel necesario de lealtad de dichas masas, ya que las reformas sociales se implementaban lenta y desigualmente; de aquí la necesidad de una ideología compensatoria: la ideología del nacionalismo y la planificación social.

La ideología ya no es suficiente, la sociedad mexicana ya no es la misma. Del salinato para acá, con el neoliberalismo y tras los fallidos gobiernos panistas, el Estado se ha debilitado; además la pobreza endémica, la corrupción, la violencia y el narcotráfico, han mostrado que se requiere de una nueva Revolución, no hay salida. Una Revolución pacífica en la que los ciudadanos organizados hemos de tomar la iniciativa. Estos son mis buenos deseos para el 2016.  

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