viernes, 2 de junio de 2017

Estado de México: El PRI va con todo: ya perdió pero no lo quiere aceptar

Por Alejandro Mario Fonseca

“De nuestro triunfo depende el futuro del priismo, depende el futuro del país”. Esta es la frase más significativa de los momentos acuciantes que vive la transición política en nuestro país.

La dijo Alfredo Del Mazo en su cierre de campaña el pasado domingo en Toluca. Es acuciante porque a la cúpula priista le urge ganar. El apremio, la vehemencia con que la dijo demuestra que se juegan el todo por el todo.

También es una frase que encierra nostalgia. Si, nostalgia, es decir aflicción por la ausencia de un control férreo, casi total sobre la sucesión, en este caso de una gubernatura muy importante: la del estado de México.

Pero además es una frase  que esconde toda una ideología de dominio que identifica a la élite del PRI, a la “familia revolucionaria”, con el Estado nación mexicano: “lo que le pase al PRI le pasará a México”.

Y sí, es cierto. Claro que Del Mazo lo dice en sentido “positivo”, es decir sí el PRI pierde, pierde el país. Y es que se trata a todas luces de un galimatías, de un lenguaje oscuro que solo es comprensible si desentrañamos la trampa ideológica de origen: la verdad es que si el PRI pierde, gana México.

Cuartoscuro (especial)

Una trampa ideológica fundacional
La historia oficial cuenta que el origen del PNR (el actual PRI) se debió a la necesidad de “institucionalizar” la sucesión presidencial de manera pacífica. Y si, en cierta medida su creación tuvo ese efecto, aunque no fue concebido para eso.
Veamos el detalle histórico, aunque muy apretadamente. Asesinado Obregón, el más popular de los caudillos de la Revolución, con Morones sacrificado como chivo expiatorio, con el conflicto religioso concluido, y con Portes Gil provisionalmente en la presidencia; Calles, el “jefe máximo” pudo actuar rápida y hábilmente.
Convocó a las distintas facciones políticas a formar un partido único, “la era de los caudillos había terminado, empezaba la de las instituciones”. Ahora los obregonistas, callistas, agraristas, rojos, blancos, etc. tendrían que llevar sus diferencias a las asambleas y disciplinarse.
En realidad desde un principio, en la nominación de Ortiz Rubio como candidato a la presidencia del PNR, Calles impuso su decisión por el mecanismo de la cooptación (en algunos casos a punta de pistola) de los delegados.
Desde un principio todo fue apariencia evitando las discrepancias ideológicas. En realidad lo que se hizo fue imponer falsamente una base ideológica que identificaba al nuevo partido con la Nación y con la Revolución misma.

A la vuelta de casi un siglo es impresionante observar la vigencia del engaño
La convocatoria era tan amplia que bastaba ser “revolucionario” para ser acreditado; a cambio se ofrecía “respeto a la autonomía de los grupos” y se proponía “pacto de unión y solidaridad”.
En el artículo 50 de la convocatoria puede verse que el PNR se identificaba con la Nación, ya que las delegaciones a la convención se calculaban en función de cada entidad federativa, un delegado por cada 10 mil habitantes o fracción mayor de 5 mil, y no por el número de adherentes de las asociaciones políticas que concurrían.
En cuanto al programa, el nuevo partido hacía suyo el proyecto social de la Constitución de 1917. Las prioridades eran la educación y la industrialización. En cuanto a política agraria y hacendaria la propuesta era de corte conservador.
Por su parte, los estatutos reflejaban un aparato capaz de ajustarse perfectamente a la vida política de la nación: el PNR federal en la forma, era centralista en el fondo.
En suma, se trató de una imposición acompañada de una operación subliminal, que se tradujo en un monolitismo ideológico que identificaba a la “familia revolucionaria” con el partido, con el proyecto de la Revolución y con  la Nación.
Poco a poco, en la medida en que la industrialización y la urbanización fueron avanzando, se fue identificando también con la Providencia.
Si la Divina Providencia es el término teológico que indica la soberanía, la supervisión, la intervención o el conjunto de acciones activas de Dios en el socorro de los hombres; el PRI haría lo mismo por los mexicanos, sin embargo muy pronto le ganaría la avaricia.

Incertidumbre política
Y así sería, aunque a medias y sólo hasta el gobierno del general Cárdenas, “la última gran oleada de la Revolución mexicana”.
Desde el alemanismo quedó clara la insuficiencia de un proyecto, el del PRI, que a falta de actualización, devendría en falsa conciencia, en ideología manipuladora. Desde entonces la “familia revolucionaria” estaría más interesada en su propio beneficio, que en el de los mexicanos.
Desde su origen las campañas electorales del PRI aparecían ambiguas, en ellas cabían la acción radical, el centralismo, la democracia, la tradición y la evolución moderada.
Poco ha cambiado. Tal vez el cambio más significativo sea el del reconocimiento del fracaso del proyecto modernizador, que ahora se reduce a las promesas y al reparto de algunos bienes y de dinero durante las campañas. Pero como ahora “todo se sabe”, la respuesta de los mexicanos ya no es la misma.
Las encuestas están muy cerradas, el PRI está a punto de perder en el estado de México, y aunque la mapachería lograra imponerse de nuevo, las cosas ya no son como antes. A menos que el voto contra el PRI sea masivo y aplastante, se avizora un desenlace muy conflictivo.
El rechazo masivo de los mexicanos a la “familia revolucionaria ampliada”, o mejor dicho, a la “clase política” de nuestros días  es una realidad. Los mexicanos ya estamos hartos de tanto abuso, despilfarro, corrupción e impunidad.
Y es que si el PRI, a fuerza de trampas en las urnas lograra imponerse otra vez, de todos modos ya perdió porque su credibilidad está por los suelos.
Bibliografía: Medin, T. El minimato presidencial: historia política del Maximato. 1928-1935; Ed. Era; 1985.

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