viernes, 28 de julio de 2017

“Sí tu ojo derecho te es ocasión de pecar, sácatelo”. ¿Todos somos corruptos?

Alejandro Mario Fonseca
“Sabéis que se dijo: No cometas adulterio. Pero yo os digo: El que mira con malos deseos a la mujer de otro, ya está adulterando con ella en el fondo de su corazón. Así que, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo lejos de ti. Más te vale perder una parte del cuerpo que ser arrojado entero a la gehena. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti. Más te vale perder una parte del cuerpo que ser arrojado entero a la gehena” (Mateo 5:27-30).
No sé de cuál versión de la Biblia salió esta cita, la tomé al azar del internet. Pero todas las versiones dicen lo mismo. Se trata de un aforismo clásico dictado por el Maestro Jesús en el famoso Sermón de la Montaña.
De éste sermón y usted no me dejará mentir, todos nos acordamos de las Bienaventuranzas, que se encuentran al inicio. Pero también contiene el Padre Nuestro, así como la versión de Jesús de la Regla de Oro.
Otros versículos citan a menudo la referencia de "sal de la tierra", "luz del mundo" y otras. Para muchos, en el Sermón de la Montaña se encuentran las disciplinas principales del cristianismo y es considerado como tal por muchos pensadores morales y religiosos como Tolstoi y Gandhi.
Un pueblo que elige a corruptos no es victima es cómplice.

La crítica fulminante de Nietzsche
Mi intención no es la de meterme con la hermenéutica, con esa técnica que se remonta a la exégesis bíblica y a la explicación de mitos y oráculos de la antigua Grecia.
 Tampoco quiero jugarle al filólogo, el científico que estudia los escritos, buscando la estructura y la evolución de una lengua y su desarrollo histórico y literario, así como la literatura y la cultura del pueblo o grupo de pueblos que los han producido.
No, mi intención es más mundana, y paradójicamente, por ello mismo quiero basarme en la crítica de uno de los filósofos más controvertidos de la modernidad: Federico Nietzsche.
Y es que Nietzsche en Más allá del bien y del mal (o en El crepúsculo de los ídolos, no me acuerdo bien) dice que la máxima revela debilidad, resentimiento: en suma, un profundo atavismo del pueblo judío.
 Para muchos se trata del “resentimiento” de un pueblo errante, el judío, que después de varios siglos de desprecio, persecución y hasta esclavitud; tenía una profunda necesidad de  la seguridad de su progenie. Se trata de una exacerbada necesidad de afirmación de la propia identidad.
Yo prefiero ver el aforismo “sí tu ojo derecho te es ocasión de pecar, sácatelo”, como una crítica de Nietzsche a la hipocresía de los santones, de los beneficiarios de la Ilustración que navegaban en el barco de la razón, de la modernidad, enarbolando una versión blandengue de la moral cristiana.
Industriales, comerciantes, banqueros y demás hombres de negocios que ya enriquecidos, enceguecidos por la avaricia y demás vicios, nunca se preocuparon por los fundamentos éticos originales del proyecto de Modernidad.

Corrupción ¿qué es?
A fin de cuentas, de lo que estoy hablando es de corrupción. En el aforismo cristiano se trata de la corrupción de la carne, aunque no dudo que haya sido una metáfora que el Maestro Jesús utilizó para que le entendiera un pueblo ignorante. Y a más de 20 siglos el tema sigue siendo de enorme actualidad.
Es en el latín donde podemos establecer que se encuentra el origen etimológico del término corrupción. En concreto, emana del vocablo corruptio, que se encuentra conformado por los siguientes elementos: el prefijo “con-“, que es sinónimo de “junto”; el verbo rumpere, que puede traducirse como “hacer pedazos”; y finalmente el sufijo -tio, que es equivalente a “acción y efecto”.
Corrupción es la acción y efecto de corromper (depravar, echar a perder, sobornar a alguien, pervertir, dañar). El concepto, de acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), se utiliza para nombrar al vicio o abuso en un escrito o en las cosas no materiales.
La corrupción, por lo tanto, puede tratarse de una depravación moral o simbólica. Por ejemplo: “No debemos tolerar la corrupción de nuestras tradiciones por presiones extranjeras”“Las declaraciones del ministro contribuyen a la corrupción del acuerdo de paz”.
En otro sentido, la corrupción es la práctica que consiste en hacer abuso de poder, de funciones o de medios para sacar un provecho económico o de otra índole. Se entiende como corrupción política al mal uso del poder público para obtener una ventaja ilegítima. (Cfr. MiDefinicion.de)

¿Quiénes son los corruptos?
¡La corrupción somos todos! Es una frase que escuché hace unos 20 años en una conferencia para una asociación de ingenieros, dictada por un panista que había ganado la presidencia municipal de San Martín Texmelucan.
Muchos de los que ahí estaban eran gerentes o empresarios que sabían muy bien que para subsistir en México es tradicional “pagar favores” a las distintas instancias de gobierno, en sus tres órdenes: los famosos “diezmos”.
La frase causó mucha risa y el panista que alegaba no ser corrupto, se puso colorado de vergüenza. La anécdota cuenta de algo muy trillado, pero no por ello menos esclarecedor.
La corrupción viene de arriba, desde las altas autoridades se establece una cadena en la que todos reciben una mochada; hasta el más humilde burócrata quiere “su parte”. Y estoy hablando de la “pequeña” corrupción, la de la administración cotidiana de servicios.

En las grandes obras es donde está la gran corrupción: en la infraestructura, calles, carreteras, puentes y demás servicios de comunicación; pero también en los de salud, educativos, justicia y demás. Por no hablar del narcotráfico y los giros negros, o de las instituciones ciudadanas como el INE.
Los grandes abusivos son algunos secretarios federales (¿el presidente?), los gobernadores (no todos, pero si muchos) y sus allegados, muchos presidentes municipales y sus cuates. La gran mayoría, los pobres ciudadanos que cometen una infracción o que pagan un favor, lo hacen por necesidad, por ahorrarse unos centavos.
Así que, si los mexicanos fuéramos buenos católicos, buenos cristianos, la gran mayoría seríamos tuertos. Y la clase política ya estaría ciega y habría perdido también sus manos.

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