lunes, 12 de marzo de 2018

“El que suelte el tigre, que lo amarre”

Alejandro Mario Fonseca
Se llama unción (del latín ungiere, ‘untar’) al proceso de embadurnar con aceite perfumado, leche, grasa animal, mantequilla derretida u otras sustancias, presente en los rituales de muchas religiones.
Las personas y cosas se ungen para simbolizar la introducción de una influencia sacramental o divina, una emanación, espíritu o poder sagrados. La unción también puede provocar, en este marco religioso, que el mal o la enfermedad se aparten de alguien, restableciéndose la purificación o la salud.
Saltándome los detalles originales del término judío, voy al grano, los cristianos creen que el “ungido” aludido en varios versículos bíblicos como Salmos 2, 2.  Daniel 9, 25-26. Es el prometido Mesías.
Según la Biblia Judía, cada vez que alguien era ungido con la fórmula concreta del aceite de la unción santa según la ceremonia descrita en Éxodo., el Espíritu Santo descendía sobre esta persona, capacitándole para realizar un sagrado designio.

“El que suelte el tigre, que lo amarre”

De la unción de Cristo a la de los monarcas
 Pero Jesús nunca fue ungido de esta forma, pues fue ungido directamente por el Espíritu Santo, esto se puede interpretar al leer lo descrito en el libro de Lucas en la anunciación de su nacimiento por parte del ángel (Lucas 1, 35.), es claro que cuando el Espíritu Santo vino sobre la virgen María para concebir al Mesías (Dios hecho hombre y no un simple mortal).
En otras palabras, el Cristo ya había sido ungido pues él es Dios y al ser Dios no necesita que ningún hombre viniera a ungirlo y que el Espíritu Santo descendiera sobre él, pues desde mucho antes de su concepción humana y desde antes del inicio de los tiempos él ha sido y es el ungido.
Llevado a la política el rito deviene en legitimidad. En la Europa cristiana, la monarquía merovingia fue la primera en ungir al rey en una ceremonia de coronación que fue diseñada para epitomizar el otorgamiento por parte de la Iglesia Católica de una sanción religiosa al derecho divino del monarca para gobernar.
Sin embargo esto no simboliza subordinación alguna a la autoridad religiosa, por lo que no suele ser realizado en las monarquías católicas por el Papa sino normalmente reservado para el Obispo o Arzobispo de una sede importante (a veces el lugar de la coronación) del país.

La unción de Agustín de Iturbide
Por ejemplo, el 21 de julio de 1822 tuvo lugar en la Catedral Metropolitana de la ciudad de México la coronación del emperador Agustín de Iturbide, en una ceremonia original por su novedad y por el carácter constitucional del monarca.
Insertada en la tradición hispánica por la historiografía reciente, la ceremonia rompía por sí misma con ella, pues el principal ceremonial de exaltación del monarca español había sido su entrada pública en la Corte, reproducida en América a través de la proclamación y paseo del Real Pendón.
 Además, el ceremonial retomó ampliamente el utilizado por Napoleón Bonaparte en 1804, enlazándose así con la tradición francesa de la coronación de Reims, y copiando en particular los gestos que marcaban la distancia entre el emperador y el clero. En fin, los redactores del ceremonial dieron también una importante visibilidad al Congreso, representante de la soberanía nacional.
La unción de Iturbide fue toda una novedad, se trató de la "inauguración, consagración y coronación" de un monarca, lo que ya era inédito, pero además de un "emperador constitucional", lo que la hacía más problemática aun. (Cfr. A liturgy of change. The ritual of consecration and coronation of Agustín; David Carbajal López; Universidad de Guadalajara).

En la búsqueda de la legitimidad perdida
No voy a abundar en los detalles de la ceremonia de la unción de Iturbide, a todas luces una farsa ridícula. Si usted quiere profundizar, lea la tesis de Carbajal, está en la red.
Y ahí le paro con la historia y con la crítica de Iturbide, ya no me meto con Maximiliano, para que mis amigos panistas no me tachen de burlón y abusivo. No, de lo que se trata es de divertirnos un poco, no de enojarnos.
 Pero pongámonos un poco más serios, ¿qué es la legitimidad? Porque la legitimidad es lo que siempre han estado buscando nuestros gobernantes desde Iturbide hasta la fecha, aunque la mayoría con muy poca suerte.
Ya lo he comentado, Max Weber clasifica los tipos de justificaciones internas o fundamentos de legitimidad de una dominación: la tradicional, la carismática y la legal.
En primer lugar la legitimidad heredada, la del eterno ayer, de la costumbre consagrada por su inmemorial validez y por la consuetudinaria tendencia de los hombres hacia su respeto. Se trata de la legitimidad tradicional como la que ejercían los patriarcas y los príncipes patrimoniales de antaño. Como la que buscaba Iturbide. Como la que añora nuestra clase política.

La legitimidad de AMLO
En segundo término existe la autoridad de la gracia (carisma) personal y extraordinaria, la entrega puramente personal y la confianza, igualmente personal, en la capacidad para las revelaciones, el heroísmo u otras cualidades de caudillo que un individuo posee.
Se trata de la autoridad carismática que detentaron los profetas, o en el terreno político, los jefes guerreros elegidos, los gobernadores plebiscitarios, los grandes demagogos o los jefes de los partidos políticos.
Este segundo tipo de legitimidad ya la tiene AMLO, se la ha ganado a pulso. Lleva muchos años “picando piedra”, no sé cuántas veces ha recorrido el país, pueblo por pueblo, además se ha dado tiempo para escribir nada menos que 16 libros; vaya, su “calvario” ha sido largo y productivo.
Por último tenemos la legitimidad basada en la legalidad, en la creencia en la validez de preceptos legales y en la competencia objetiva fundada sobre normas racionalmente creadas, es decir, en la orientación hacia la obediencia a las obligaciones legalmente establecidas.

“El que suelte el tigre, que lo amarre”
Y sí, amable lector, esta última es la legitimidad que busca de nueva cuenta el Peje: la legal, la de los votos, la de las urnas, la que le ha estado escamoteando la clase política a base de trampas y de mucho dinero mal habido.
Y allí estamos, apenas el día de ayer (9/3/18) en una reunión con ejecutivos de las finanzas le preguntaron al Peje sobre las elecciones y si tiene temor a un eventual fraude electoral. Con su colmillo retorcido insinuó que podría haber “incidentes” si los comicios no son limpios.
“El que suelte el tigre, que lo amarre. Ya no voy a estar deteniendo a la gente luego de un fraude electoral”. También calmó a los señores de la Banca: “No vamos a confiscar bienes, no se van a llevar a cabo expropiaciones, nacionalizaciones, vamos a sacar adelante el país enfrentando el principal problema: la corrupción”.
Al ser interrogado por el presentador sobre si México estaba maduro para aceptar los resultados de las elecciones, López Obrador respondió: “Yo tengo dos caminos, ya lo he expresado: Palacio Nacional o Palenque, Chiapas (donde está su rancho)”.
Así, la metáfora de “soltar al tigre” vendría a ser más que amenaza, una especie de invocación al castigo divino ante la reiterada soberbia de nuestra clase política que ha llegado a niveles insospechados. ¿Qué le parece?

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