jueves, 8 de noviembre de 2018

MX: Estamos obligados a ser cautos, a desconfiar de los políticos


Alejandro Mario Fonseca

La prudencia es una de las cuatro virtudes cardinales de la Antigüedad y de la Edad Media. Según André Comte-Sponville se trata de una clasificación que incluye la fortaleza (o fuerza del alma), la templanza y la justicia se remonta a los presocráticos (siglo VI a. de J. C.).
Ya con Platón aparece en  La República y en el diálogo Leyes. Se hace clásica con los estoicos y más tarde es introducida por Cicerón en el pensamiento cristiano, destacándose Ambrosio, Agustín y Tomás de Aquino.
Para Comte-Sponville, la prudencia es una virtud olvidada, sobre todo por la modernidad, ya que en nuestros días depende menos de la moral que de la psicología y menos del deber que del cálculo.
Según esto el viraje se da con Kant, para quien la prudencia se reduce a un amor inteligente o hábil hacia uno mismo, no condenable pero carente de valor moral y sin más prescripciones que las meramente hipotéticas.
Y es que el mismo Kant, como nos hace ver Comte-Sponville, privilegia la verdad por encima de la prudencia. ¿Qué haría usted si unos asesinos le preguntan si ha escondido en su casa a uno de sus amigos al que quieren matar?
La máxima kantiana diría que la veracidad es un deber absoluto en cualquier circunstancia. Sin duda tanto usted como yo mentiríamos: no es posible aceptar la veracidad como un absoluto, hasta el punto de sacrificar por él nuestra vida, a nuestros amigos y a nuestros semejantes.
AComte-Sponville, André;  Paidós 

Ética de la prudencia
La veracidad a toda costa es lo que Max Weber llamaba la ética de la convicción, válida para los científicos o para los religiosos extremistas, pero llevarla a la vida cotidiana, o más aún a la vida de la política, nos asusta.
Lo que pasa es que en esta modernidad engañosa (o posmodernidad si usted quiere) hemos aprendido a desconfiar de la moral, sobre todo si se le confiere un valor absoluto.
Así que en lugar de la ética de la convicción, preferimos lo que Weber llamaba la ética de la responsabilidad, (y aquí viene lo más importante) la cual, sin renunciar a sus principios se preocupa también de las consecuencias previsibles de la acción.
“El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones” es una frase muy popular en México. Y sí, una buena intención puede conducir a una catástrofe, y la pureza de los móviles jamás ha bastado para impedir lo peor.
Por el contrario, la ética de la responsabilidad quiere que respondamos no sólo de nuestras intenciones, sino también, en la medida de lo posible, de las consecuencias de nuestros actos.
Es mejor mentir que entregar a un amigo. ¿En nombre de quién? En nombre de la prudencia, que es la justa determinación (para el hombre, por el hombre) de este mejor.
Es moral aplicada, remata Comte-Sponville, pero ¿cómo sería posible una moral que no se aplicara? Sin la prudencia, las demás virtudes sólo podrían llenar el Infierno de buenas intenciones.

La virtud esencial de los políticos
La prudencia aparece como la esencia de las virtudes humanas, en su Suma teológica  Tomás de Aquino demuestra que sin ella, ninguna otra virtud sabría lo que se debe hacer ni cómo alcanzar el fin al que aspira: el bien.
También para Aristóteles ninguna  virtud en acto podría prescindir de la prudencia. Comte-Sponville a partir de esto nos regala una reflexión que vale “oro molido” para los políticos:
La prudencia no reina (la justicia y el amor tienen más valor), pero gobierna. ¿Qué sería de un reino sin gobierno? No basta con amar la justicia para ser justo, ni amar la paz para ser pacífico: además es necesario que haya una buena deliberación, una buena decisión, una buena acción. La prudencia decide y la valentía se ocupa de llevarlo a cabo.
Y digo que vale “oro molido” porque en unas cuantas líneas no está dando toda una lección del buen gobierno: justo y democrático. En esta posmodernidad a la mexicana ¡qué alejados están nuestros políticos y gobiernos, de la prudencia, de la justicia, del amor y de la valentía!
Todavía más a fondo, para los estoicos la prudencia era toda una ciencia: la ciencia de las cosas que deben hacerse y de las que no deben hacerse. Epicuro su mayor exponente, en su Carta a Meneceo decía algo esencial:
La prudencia, que decide (a través de la comparación de las ventajas y de las desventajas) qué deseos conviene satisfacer, y con qué medios, es más valiosa incluso que la propia filosofía, y de ella provienen todas las demás virtudes. ¿Qué importancia tiene la verdad, si no se sabe vivir? ¿Qué importancia tiene la justicia si se es incapaz de actuar justamente? ¿Y por qué la íbamos a desear si no aporta nada?

Hay que ser cautos: desconfiar
Como usted puede ver amable lector, en su ensayo sobre  la prudencia Comte-Sponville es breve pero exhaustivo. Nos demuestra que la prudencia de los Antiguos es mucho más que la simple prevención de los peligros, a lo que estamos acostumbrados los “modernos”.
Y después de citar a Cicerón, a Freud y nuevamente a Kant, por fin cita a Agustín: la prudencia es el amor que distingue con sagacidad lo que es útil de lo que es dañino. El amor es la guía, la prudencia la iluminación.
Y vean qué belleza: ¡Ojalá pudiera iluminar también a la misma humanidad! La prudencia tiene en cuenta el futuro, olvidarlo sería peligroso e inmoral. Es la paradójica memoria del futuro, lo saben muy bien los padres que quieren preservar el futuro de sus hijos, no para escribirlo a su gusto, sino para darles el derecho, y si es posible los medios, de escribirlo ellos mismos.
Y para finalizar con broche de oro una enorme lección para los políticos que nos mal gobiernan: Cuanto más poder, más responsabilidades. Su responsabilidad nunca ha sido tan grave, pues no sólo está en juego nuestra existencia, sino también (debido al progreso de la técnica y de sus alcances) la de toda la humanidad.
Y a los ciudadanos, víctimas de malos gobiernos, ¿qué nos queda? Pues también la prudencia, pero en su modalidad de desconfianza, de cautela (la de Spinoza). No les crea a los malos, pero tampoco a los que se dicen buenos.
Sobre todo cuando se cacarea demasiado, también hay que desconfiar de la moral: la moral no es suficiente para la virtud, también son necesarias la inteligencia y la lucidez.




Bibliografía: Comte-Sponville, André; Pequeño tratado de grandes virtudes; Paidós; Barcelona; 2005.

No hay comentarios:

Publicar un comentario