sábado, 5 de enero de 2019

Tragedia poblana

Alejandro Mario Fonseca
Hamartia (en griego antiguo: αμαρτία) es un término que usó Aristóteles en su poética. Se traduce usualmente como error trágico o error fatal, también como defecto, fallo o pecado.
Es el error fatal en que incurre el héroe trágico que intenta hacer lo correcto en una situación en la que lo correcto, simplemente, no puede hacerse. Eso dicen los diccionarios, pero hay que profundizar un poco.
En griego, la palabra hamartia tiene sus raíces en la noción de errar el tiro, no dar en el blanco (hamartanein) e incluye un amplio espectro de cimientos, desde el accidente hasta el error,​ así como el dolor o el pecado.
Incluso un accidente puede considerarse una traducción apropiada de hamartia, puesto que en ambos casos uno puede no dar en el blanco.​
En su Ética a Nicómaco hamartia se describe por Aristóteles como una de las tres clases de ofensas que un hombre puede infligir a otro. Hamartia es una ofensa cometida por ignorancia: cuando la persona afectada o el resultado no son lo que el agente suponía que eran.
Esto implica que el personaje incurre en un error fatal basándose en un autoconocimiento incompleto. Por ejemplo la hamartia de Edipo fue matar a su padre porque, aunque sabía que estaba perpetrando un asesinato, ignoraba que el hombre era un rey y su padre.
Y si, él erró el tiro en el asesinato, porque pretendía matar a un extraño y mató a alguien con quien estaba íntimamente ligado. Pero hay que recordar que la tragedia era representada ante un público, así que de todo esto, lo más interesante es observar qué es lo que sucede en el espectador.

¡Tragedia poblana, marcará el sexenio?
 ¿Qué le sucede al espectador?
En la tragedia griega es el protagonista el que incurre en hamartia, la cual provoca que el público experimente la catarsis. Esto se debe a que el héroe no merece su caída, y el público lo compadece. Dado que el héroe es parecido al público, este teme que la misma situación pueda presentárseles.
Al experimentar los acontecimientos de la obra de forma vicaria a través del héroe se crea la compasión y el miedo dentro de cada espectador; no obstante, quedan purgados cuando la obra finaliza y el público se da cuenta de que era solo una imitación.
Las tragedias se representaban ante los dirigentes atenienses de la época. Casi todos ellos habrían sido ricos, y muchos políticos nada virtuosos. Así que los autores trágicos griegos escribían deliberadamente para ellos: los ciudadanos.
Hay que recordar que los ciudadanos eran los únicos terratenientes, ya que podían poseer tierras y dedicarse a los asuntos de la polis (ciudad). La mejor ocupación de la clase ciudadana eran los asuntos políticos de la urbe, un verdadero trabajo vocacional para esta clase social.
También se consideraban hombres libres a los extranjeros residentes llamados metecos (mercaderes, comerciantes y banqueros marítimos) que podían participar en las actividades culturales de las ciudades griegas.
Por último estaban los esclavos, los parias de la época. Estaban en el último peldaño del escalafón. No eran libres, sino que pertenecían a otras personas y obviamente estaban excluidos de las actividades culturales, tales como las representaciones teatrales trágicas. Había cinco esclavos por cada ciudadano.

La verdadera tragedia poblana
Mutatis mutandis, es decir haciendo los cambios necesarios, la tragedia que acaba de vivir la clase política poblana, puede entenderse como un símil de la tragedia clásica griega, pero al revés. En seguida me explico.
De ninguna manera quiero decir que la muerte Rafael Moreno Valle y de su esposa no sea una tragedia, si lo es sobre todo por las circunstancias en que sucedió.
Sin embargo, hay una tragedia mucho más profunda que los expertos comentaristas están dejando de lado: la tragedia de una sociedad poblana dividida al extremo del fanatismo.
Y es que el fanatismo es apasionamiento: una actitud o actividad que se manifiesta con pasión exagerada, desmedida, irracional y tenaz en defensa de, entre otros, una idea, teoría, cultura, estilo de vida.
Y para entender esto hay que profundizar un poco en la caracterización de la sociedad poblana. Se trata de una sociedad tradicional en el más estricto sentido de la palabra.
Los seres humanos somos animales de costumbres. La tradición enraíza en las costumbres: aquellas pautas de convivencia que una comunidad​ considera dignas al constituirse. Y como esto le da seguridad, las  mantiene para que sean aprendidas por las nuevas generaciones, como parte indispensable de su legado cultural.
No es difícil demostrar lo que estoy diciendo. Por ejemplo, en la esfera de la economía Puebla se destaca como una entidad productiva muy bien ubicada a nivel nacional. Pero si atendemos al producto interno bruto per cápita, se ubica entre los últimos lugares: en Puebla la pobreza es costumbre.
En la esfera de la política seguimos siendo una entidad dominada por una oligarquía priista camuflada de azul. El patrimonialismo estatal poblano es una excepción nacional que incluso le apostó a perpetuarse en un Maximato en el cual el “Señor manda y seguirá mandando”.
Y en cuanto a la esfera de lo social, la tradición cultural católica que habría que rescatar, se ve empañada por la desinformación, el chisme y la mentira. Ya es muy difícil saber a quién creerle. Lo que impera es la desconfianza.

Recuperar la confianza
Ya muy pocos poblanos confían en sus instituciones. La tragedia del súbito descabezamiento del morenovallismo se ha traducido en toda clase de especulaciones. Los más viscerales son los allegados al Señor: son los que en su nueva suerte de orfandad hablan de magnicidio y culpan al nuevo gobierno federal.
Pero en lo profundo de la sociedad poblana está tomando mucha fuerza la hipótesis de una gran farsa en la que la tragedia del patrimonialismo morenovallista pretende salvar el pellejo.
Yo no creo en ninguna de las dos versiones. Me atrevo a defender la hipótesis del simple accidente,  que en medio de la desconfianza popular acendrada y agudizada por los abusos y el autoritarismo del Señor, devino en dos entuertos: el magnicidio y la farsa purificadora.
Pobreza, autoritarismo y desconfianza se traducen en tragedia social: el concepto clásico se invierte, la hipótesis de la farsa se fortalece ante una sociedad dividida y fanatizada.

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