sábado, 22 de junio de 2019

El ocaso de la República Imperial

Alejandro Mario Fonseca

Antes de ser una realidad, los Estados Unidos fueron para mí una imagen. No es extraño: desde niños los mexicanos vemos a ese país como al otro. Otro que es inseparable de nosotros y que al mismo tiempo, es radical y esencialmente extraño.

En el norte de México la expresión “el otro lado” designa a los Estados Unidos. El otro lado es geográfico: la frontera; cultural: otra civilización; lingüístico: otra lengua; otro tiempo (los Estados Unidos corren detrás del tiempo mientras que nosotros todavía estamos atados a nuestro pasado); metafórico: son la imagen de todo lo que no somos.

Son la extrañeza misma. Sólo que estamos condenados a vivir con esa extrañeza, incluso cuando nos ignoran o nos dan la espalda: su sombra cubre todo el continente.

 Es la sombra de un gigante. La idea que tenemos de ese gigante es la misma que aparece en los cuentos y leyendas. Un grandulón generoso y un poco simple, un ingenuo que ignora su fuerza y al que se puede engañar pero cuya cólera puede destruirnos.

Así empieza uno de los escritos más lúcidos que he leído de Octavio Paz: El espejo indiscreto. Es básico para comprender cabalmente las claves de la compleja relación de nuestro país con el imperio norteamericano. Una de las características del ensayo es que con mucha habilidad el poeta nos hace vernos en el espejo gringo.
República Imperial de  Raymond Aron, Alianza Editorial en 1974.


Los Estados Unidos: un modelo a seguir
Y es que los mexicanos, bueno no todos, principalmente los liberales herederos de la tradición juarista de la Guerra de Reforma, se han empeñado en ver a los Estados Unidos como el modelo a seguir; y curiosamente eran los conservadores los que se oponían a esta idea, convertida en proyecto.

Paradójicamente ahora es al revés, son los conservadores de nuestros días los más empeñados en seguir el modelo de desarrollo norteamericano. Los neoliberales, desde Salinas hasta Peña (incluidos Fox y Calderón) lo demostraron con creces. ¿O acaso no resultaron conservadores?

En México el neoliberalismo  no ha sido otra cosa más que conservadurismo. Con la máscara de los “principios liberales” los “cachorros” priistas y panistas herederos del poder político de la Revolución Mexicana, no han hecho otra cosa más que impulsar políticas conservadoras.

Al igual que en la Colonia, México siguió siendo el país de la desigualdad, de la corrupción, de la inseguridad y de la injusticia. Y sí, el modelo a seguir, el american way of life, ha dado buenos resultados, pero sólo para unos cuántos.

Pero ahora con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador parece que este devenir histórico va cambiar radicalmente. Y la clave está en una lectura más humilde del auténtico proyecto liberal  para México, el de Don Benito Juárez, el de la Austeridad Republicana.


El consumismo desenfrenado de los gringos
Ya he escrito en esta columna sobre el tema de la necedad de nuestros políticos de seguir el ejemplo de los Estados Unidos para todo. Y una de las más graves taras de ese país es su consumismo desenfrenado.

Se trata de una sociedad en la cual el éxito en la vida está marcado por la acumulación de riquezas y por el derroche. Los gringos así como amasan grandes fortunas, así las despilfarran olímpicamente. Nuestros ricos también.

Los Estados Unidos son todavía el imperio económico y político que impone sus reglas al resto de los países del planeta, sobre todo a los más débiles, como México. Sin embargo, China, Rusia, la India y muy pronto también Brasil y algunos otros vamos hacer valer nuestras reglas.

¡Qué desgracia que nuestra clase política sólo ha aprendido lo peor de sus homólogos norteamericanos! Es más, los nuestros se daban mayores lujos que los gringos. Compare (antes de AMLO) tan solo los salarios de nuestros magistrados, funcionarios, diputados y demás; por no hablar de sus prestaciones y canonjías.

Pero los Estados Unido son ante todo una República Imperial. Se trata de un texto escrito por el sociólogo, filósofo y humanista francés Raymond Aron, publicado en México por Alianza Editorial en 1974.


La República Imperial
También gracias a Octavio Paz pudimos conocer a Aron, aunque lamentablemente fue muy poco divulgado y menos comprendido. De hecho El espejo indiscreto se basa en esta obra. Se trata de la paradoja de un país republicano y democrático hacia dentro pero imperialista hacia fuera.

 Aron nos ofrece una rigurosa interpretación científica de lo que, luego del final de la Segunda Guerra Mundial, para la sociedad mundial continúa actualmente significando, el impacto de la política exterior de Estados Unidos bajo el mandato, más o menos, desafortunado de sus últimos presidentes.

Para Raymond Aron la primera acción mundial de Estados Unidos data de 1944 con la Conferencia de Bretton Woods, de la que salieron las instituciones financieras de la posguerra que le “permitirían controlar el mundo”: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Y considera que la República Imperial termina en 1972, al poner fin a la libre convertibilidad (el dólar en oro). Y añade que si Estados Unidos quería continuar a la cabeza, tendría que controlar sus gastos.

En 1971 China ingresa a la ONU y el dólar se devalúa 8%. Estados Unidos pierde la guerra en Vietnam y 1972 es el primer año de la posguerra en el que se redistribuyó la esfera de influencias en el mundo industrial occidental.


¿El ocaso del Imperio?
Así, la primera economía transnacional del planeta iniciaba su carrera para convertirse en una nación, importante, pero no única en el mundo. Sin embargo, el consumismo desenfrenado no pudo frenarse: era su vicio, su esencia.

En 1988, George Bush es presidente, y Estados Unidos es el país más endeudado de la Tierra. Su déficit presupuestario, comercial, de cuenta corriente y de capitales revela que el imperio está en decadencia.

Su poder, su fuerza (apenas representa ya el 25%. del PNB mundial), su inmensa capacidad de innovación están sometidos ya a las leyes, limitativas, de la interdependencia.

En conclusión, la República Imperial comenzó a caer como consecuencia de la histeria geopolítica desatada en Vietnam (1964-1973) por Nixon-Kissinger.

Luego, dos décadas más tarde, Reagan, Bush  y, después  George W. Bush alentados por “halcones” como Cheney, Rumsfeld y Rice, que respondían a intereses de empresarios de la petroquímica y del armamentismo, emprendieron una similar pero más activa acción histérica en el mundo.

Trump no es más que una triste y enferma caricatura de un imperio que se niega a morir: eso lo hace muy peligroso.

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