miércoles, 11 de septiembre de 2019

Catarsis colectiva

Alejandro Mario Fonseca
Ya veremos qué sucede con AMLO y los gobiernos de Morena, pero  al menos desde el salinato, el Grito de Independencia dejó de ser catarsis colectiva, además de símbolo de identidad mexicana.

Y es que desde hace ya rato no nos sentíamos identificados con las personalidades que encabezaban el rito nacionalista: estaban muy alejados de los ideales y de los sentimientos originales de Hidalgo y de Morelos.

Cheque usted, estimado lector, los reportajes sobre el acontecimiento las noches del 15 de septiembre en el zócalo capitalino durante el gobierno de Peña Nieto.

No sé, tal vez desde por lo menos los últimos 10 sexenios no se habían visto ceremonias tan desangeladas. Bandas musicales, dinero y antojitos regalados; sin embargo, en todas había un desánimo generalizado; vaya hasta el mismo Peña Nieto se veía fastidiado.
Grito de Dolores. La Independencia. México

El Grito era un rito nacionalista unificador, que tenía su réplica en las capitales de los estados y en la mayoría de los municipios del país, si no es que en todos. Seguramente en la mayoría de los casos pasaba lo mismo. Y es que a poco más de 200 años del acontecimiento, ya no se puede ocultar el fracaso de las causas populares que se exaltaban.


La Independencia: una rebelión de élites
La rebelión de independencia tuvo con Hidalgo y Morelos un carácter popular, que de tanto cacarearse, no ha dejado ver con claridad su esencia: fue una rebelión de élites.

Fue una rebelión basada en coaliciones de élites y en alianzas populares. Los curas utilizaron a Fernando VII destronado como pretexto, a la virgen de Guadalupe como símbolo de arrastre; y las leyes y promesas de libertad a los esclavos y expropiación de tierras en favor de los campesinos, como programa.

 Los curas fracasaron, no tanto por su falta de habilidad militar (caso de Hidalgo), o por su ingenuidad política (Morelos), como por la deserción de los criollos. Fue una rebelión tortuosa, prolongada, descentralizada, y sobre todo, insatisfactoria para la mayoría indígena y mestiza que participó en ella.

También fue un medio gracias al cual los españoles de México salvaron sus haciendas, la Iglesia sus prerrogativas, y los criollos vieron colmado su anhelo de igualdad en los negocios de Estado.

Su principal protagonista  fue  Iturbide, un criollo de clase media  que había destacado en el ejército realista, y que  enseñó a soldados y políticos mexicanos ambiciosos todas  cuantas lecciones necesitaban para la futura ruina del país.

 Primero se había opuesto a la independencia, y más tarde, traicionando a sus superiores, la había llevado a cabo; recibió una corona de las muchedumbres vociferantes y sacó a punta de bayoneta de sus asientos a los diputados del primer Congreso electo; finalmente tuvo que abdicar ante la amenaza de una rebelión capitaneada por Santa Anna, tan sólo diez meses después.

Hoy, los problemas de nuestro país siguen siendo los mismos de la Colonia, desigualdad y pobreza, pero agravados por la violencia y la corrupción; así que después de todo, sería más honesto que nuestros gobernantes en lugar de gritar ¡viva Hidalgo!, ¡viva Morelos!,  gritaran ¡viva Iturbide!


Armonía entre los seres humanos y con la naturaleza
Pero esperando que a AMLO le vaya mejor que a Peña Nieto, no nos pongamos tristes y mejor disfrutemos de las fiestas de septiembre, que en muchos lugares todavía incluyen ritos prehispánicos vinculados a la fertilidad, a la agricultura y a  la salud, además de la devoción a las deidades cristianas.

El trueque, aunque de manera simbólica, es la tradición prehispánica por excelencia de Cholula que aún se conserva. El 8 de septiembre de cada año se realiza en la Plaza de armas de San Pedro. Se intercambian principalmente productos de la región: fruta, ropa, juguetes, artesanías, sombreros, plantas, animales, etcétera.

Se ha preguntado estimado lector porqué cuando platicamos sobre las fiestas de Cholula sale a relucir inmediatamente el tema del trueque. Se trata de un rito que todo mundo  comenta y algunos conocedores llegan a relacionarlo con deidades prehispánicas de primer orden.

Pero intentemos profundizar un poco más en la psicología del evento. ¿Por qué nos gusta tanto? Cómo  lo ve la mayoría de la población, como un juego, o como un recordatorio de tiempos mejores que ya no volverán, en los que se vivía con más frescura, sin mayor presión por la economía capitalista.

Tiempos de economía tradicional, en los que simplemente se intercambiaban los excedentes de la producción familiar, por otros bienes que producían los vecinos o los habitantes de los pueblos cercanos. Sin mayor preocupación, en plena armonía entre seres humanos y con la naturaleza.


El paraíso perdido
¿Qué pasaría si de repente el sistema financiero internacional colapsara? Por ejemplo que los banqueros, los dueños de los grandes monopolios, los políticos y los narcos abusaran de la acumulación de dinero y el mundo entrara en una crisis económica de tal magnitud, que el dinero fuera desapareciendo poco a poco.

 Primero colapsarían las bolsas de valores, las acciones de las grandes empresas industriales, comerciales y de servicios bajarían súbitamente de precio por un pánico generalizado, bancarrotas, suicidios, etcétera; luego vendría el quiebre de los bancos y el  subsecuente cierre de empresas de todo tipo.

Tras un período de caos y anarquía poco a poco se iría reestableciendo una economía tradicional de subsistencia en la que imperaría el trueque. Sobrevivirían solamente aquellos que tuvieran algo que intercambiar.

¿Qué pasaría con los banqueros, políticos, narcos y demás acaparadores de antaño? pues que se tendrían que poner a trabajar, tal como lo hacemos usted y yo todos los días.

Habría paz y tranquilidad, desaparecerían las grandes lacras del capitalismo, el estrés, el desempleo, la inseguridad, la corrupción, el consumo de drogas, etcétera. Todo sería más sencillo y disfrutable.

Desde luego que nada de esto va a pasar. Pero lo que sí puede pasar, es que con muchas dificultades y con paciencia, la Cuarta Transformación de AMLO empiece a dar resultados.
Aunque nuestro “pueblo bueno está feliz, feliz, feliz”, no estaría de más que volviéramos a disfrutar de la catarsis colectiva del Grito de Independencia; y en cuanto al Trueque, ese no necesita reivindicación política: su raíz es más profunda, es cultural.

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