Alejandro Mario Fonseca
Mientras no haya vacuna la tragedia del coronavirus se puede
alargar hasta por un año si bien nos va. Esto ya lo saben los expertos y lo han
sabido siempre. No nos lo dicen para evitar el pánico generalizado. No soy
adivino ni astrólogo (já já), pero así lo veo.
Se lo digo acá entre nos, pero tenga usted por seguro que lo
hago con todo cuidado, y estoy seguro de que no voy a provocar ninguna
alteración adicional del orden público, que de por sí ya está muy alterado
desde hace muchos años.
Lo que intento es ser lo más fiel posible a la verdad, a mí verdad, y sé que hacerlo conlleva
ganar enemistades gratuitas. Ese es el peligro de participar en foros públicos.
Sin embargo lo hago como un ejercicio de catarsis que me ayuda a soportar el
encierro.
La catarsis es la purificación de las pasiones del ánimo
mediante las emociones que provoca la contemplación de una situación trágica.
Bueno, no es para tanto, también es cierto que necesito seguir activo
intelectualmente, porque si no lo hago, las
ideas se me van a ir de lado, como decía mi abuelita.
Dr. Hugo López Gatell |
Así qué a calzón
quitado, esa frase que se utiliza para indicar que algo se hace o dice sin
tapujos ni engaños y de forma valiente, sin ocultar nada; o para decirlo con
suavidad, hablando sin pelos en la lengua, nadie sabe qué
futuro nos espera con el monstruo del covid-19.
La pandemia no va a poder ser controlada hasta que se
desarrolle la vacuna y se comercialice. Y la única alternativa es que se llegue
a la famosa inmunidad de rebaño. Y
hasta donde entiendo, está última sólo se alcanzaría cuando el 70% de la
población se contagie.
El experimento inglés
Así que más vale que sinteticen y produzcan pronto la vacuna,
porque llegar al 70% de contagios implica una gran cantidad de muertes, que ni
siquiera me atrevo a calcular. Bueno, no hay que ponernos dramáticos y entender
primero qué fue lo que pasó con esa famosa búsqueda de la inmunidad de rebaño.
Sucedió en el Reino Unido, donde las autoridades decidieron
seguir una estrategia distinta para detener responsablemente el avance
del coronavirus. La primera fase, similar a la del resto de los países, fue la
de contención: aislar a los primeros
casos, buscar a los contactos y mantener su cuarentena.
La segunda fase, de
retardo, fue radicalmente diferente a la del resto de países y desafió las
recomendaciones de la OMS. Consistió en proteger a los más vulnerables (ancianos
y enfermos crónicos) pero dejando que el coronavirus se propagara por el resto
de la población.
El objetivo de esta
segunda fase era que se infectase un número suficiente de personas como para
adquirir inmunidad de rebaño. Tras un tiempo las autoridades recularon y
empezaron a tomar medidas similares al resto de países como el cierre de los
colegios y demás. ¿En qué consistía esa inmunidad de rebaño y qué peligros
suponía?
Según biotech-spain.com
de la Universidad Complutense de Madrid,
la inmunidad de rebaño, también
conocida como inmunidad colectiva o de grupo, se da cuando un número suficiente
de individuos están protegidos frente a una determinada infección y actúan como
cortafuegos impidiendo que el virus alcance a los que no están protegidos.
Un sistema inmunológico
fuerte
Generalmente este tipo de protección se busca a través de la vacunación.
Pero en el caso de la infección por coronavirus, al no disponer de vacunas, la
apuesta inglesa era que con el tiempo llegase a haber tantos individuos que ya
han superado la infección que el virus no encontraría fácilmente personas
susceptibles a las que infectar, por lo que se cortaría la transmisión.
Los ingleses le estaban apostando también a que su población
contaba con un sistema inmunológico fuerte, de tal manera que la mortandad concomitante
a la estrategia sería baja. Pero no fue así.
En su caso, alcanzar la inmunidad de rebaño supondría que se
infectarían 47 millones de personas en el país. Y si una de cada cinco personas
infectadas desarrollaba enfermedad grave, la letalidad sería del 2,3%.
Así qué si se hubieran dejado que se alcanzara la inmunidad
de rebaño de forma natural, se estima que 8 millones de casos serían graves, y
la mortandad sería de alrededor de un millón de personas.
Los ingleses querían ganar tiempo. La diferencia entre la
estrategia inicial del Reino Unido y la del resto de países radicaba en el
tiempo en el que se quiere conseguir el control.
Para colmo, un problema adicional estaba en que, si una
multitud enfermara a la vez, el sistema hospitalario tendría que estar muy bien
diseñado como para poder absorber a todos los enfermos. Si eso pasaba en
Inglaterra, imagínese usted lo qué hubiera pasado en México.
Por otra parte, el modelo que siguió el resto del mundo tuvo
por objetivo, además de dar más tiempo al sistema sanitario para tratar a sus enfermos,
también dar tiempo para que se contara con fármacos adecuados y se sintetizara
la vacuna.
Ganar tiempo y calmar a
la población
En México se siguieron al pie de la letra las recomendaciones
y protocolos de la Organización Mundial de la Salud. Y aunque con una tasa de
mortandad alta, ahí vamos. Nuestras autoridades lo están haciendo bien: ganan
tiempo a la vez que tranquilizan a la población.
Y lo están haciendo bien a pesar de las graves debilidades
que nos aquejan. Y es por eso que veo con gran desazón que la tenemos difícil,
porque además de luchar con lo desconocido, enfrentamos enfermedades crónicas,
tanto físicas como psicológicas. Todo esto con un deplorable sistema sanitario
heredado.
Resulta más que complicado que un virus oportunista pueda ser
controlado en una sociedad aquejada de males crónicos como la diabetes, la
obesidad y la hipertensión. Pero resulta todavía peor cuando dicha sociedad es
indisciplinada, ignorante y resentida.
La indisciplina y la ignorancia se están combatiendo a capa y
espada y poco a poco la gente va entendiendo la necesidad, por su propio bien,
de seguir los protocolos de seguridad. Pero el resentimiento, valla que es un
problema mayúsculo.
Fue un lastimoso espectáculo, ver a la gente que desfiló hace
unos días por las calles de algunas ciudades importantes de nuestro país,
pidiendo la renuncia del gobierno de la 4T de AMLO. Qué digo gente, ese sí que
era un rebaño, pero infectado de oportunismo.
Y la gran diferencia con los clásicos acarreos priistas fue
que los mini rebaños que desfilaron en sus lujosas camionetas (“para no
contagiarse”), no lo hacían por una torta y un refresco, sino por miedo,
resentimiento e ignorancia. ¡Qué pena!
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