Alejandro
Mario Fonseca
Fue hace muchos años cuando leí Más allá del bien y del
mal, de Friedrich
Nietzsche, que tomé conciencia de una máxima que me impactó tanto que aún
recuerdo su esencia: “son los medios los que deben justificar y estar a la
altura de los fines”.
Y es que lo habitual es escuchar decir que “el fin justifica los medios” cuando
alguien ha conseguido algo por algún método no del todo ético, pero que el
hecho de realizarlo de aquel modo ha valido la pena por el resultado conseguido
(aplicándose sobre todo en el terreno de la política y los negocios
especulativos).
No son pocos los que atribuyen, erróneamente, esta frase a
Maquiavelo, “quien defendió a través de su obra literaria la manera más
amoral y déspota de hacer política”. Incluso existen fuentes que indican que “fue
el propio Napoleón Bonaparte quien
la dijo tras la lectura de El Príncipe, si no la única, la obra
más conocida de Maquiavelo”.
Y esto último lo pongo entre comillas porque en general
tenemos un concepto negativo de Maquiavelo. Ya lo he comentado antes, el
término maquiavélico designa de mala
manera a una persona que actúa con astucia y perfidia para conseguir sus
propósitos.
Nada más alejado de la verdad. Maquiavelo parte de la
suposición de que uno de los principales objetivos de cualquier República que
aprecie la libertad debe impedir que cualquier sección del pueblo trate de
legislar en provecho de sus intereses egoístas.
Cum finis est licitus, etiam media
sunt licita*
Y añade que al mismo tiempo no podemos apoyar la tradicional
idea de que los “tumultos” y la discordia cívica inevitablemente son nocivos
para la libertad de una República.
Citando a la República romana, concluye que “quienes
condenaban las pugnas entre nobles y plebeyos, están vilipendiando las cosas
mismas que fueron causa básica de que Roma conservara la libertad.
Para Maquiavelo los conflictos servían para anular todos los
intereses faccionales, al mismo tiempo servían para garantizar que las únicas
propuestas que se convertían en ley eran las que beneficiaban a toda la
comunidad. (Cfr. Cap. IV del 1er Discurso
sobre la Primera Década de Tito Livio).
Lo cierto es que la mayoría de expertos e historiadores
coinciden en señalar que la famosa cita atribuida a Maquiavelo es en realidad,
el resultado y transformación de una frase extraída del texto en
latín Medulla theologiae
moralis (1645) y cuyo autor fue el teólogo alemán Hermmann Busenbaum. (Cfr. Alfredo López 19/1/2013).
*La frase que se encuentra en dicho texto, dice literalmente:
Cum finis est licitus, etiam media sunt licita (Cuando el fin
es lícito, también lo son los medios).
Pero regresando a Más allá del bien y del mal de
Nietzsche, se trata probablemente del libro más reflexivo del filósofo
alemán, y quizás el más complicado de leer. Siguiendo la reseña de Rubén
Almarza en contralainercia.com, el
ensayo, escrito en 1886, es una continuación directa de Así
habló Zaratustra, su obra cumbre.
Sin embargo, en el libro que nos ocupa se centra más en la
moralidad y en los valores. El eje central del texto es que el individuo
orgulloso y creativo va más allá del bien y el mal en la acción, el pensamiento
y la creatividad, en conexión directa con el Superhombre que explicaba en Zaratustra.
El político y el filósofo
Nietzsche comenta que los hombres corrientes son serviles y
obedientes, pero que el noble es el que determina lo que está bien o no con sus
actos. Los valores morales son determinados por los gobernantes y por estos
hombres extraordinarios, y los que consideran qué está bien y qué está mal.
Y aquí viene la clave de la reseña: Nietzsche no habla de políticos
reales, ni se inspira en gobernadores contemporáneos a él, como en el
pasado hizo Maquiavelo.
Está hablando de
aquellos que tienen el poder y la voluntad de hacer ley para sí mismos, de
pasar sus propios juicios morales según sus inclinaciones, y de los que no lo
hacen: los primeros son los amos; los segundos, los siervos.
Llegados a este punto hay que subrayar que lo importante no
es estar o no de acuerdo con él: hay que ir más allá y entender el contexto en
el que está escrita la sentencia y la sociedad en la que vive el autor.
Más allá de los tiempos el filósofo al igual que el
científico asume un compromiso con la verdad. Sí, el hombre de ciencia busca,
sin saberlo, el principio de todas las cosas; mientras que el filósofo se
empeña en la valoración de ese acontecer.
Sus tareas son muy claras, las de los políticos no. ¿Por qué?
Pues ni más ni menos porque los verdaderos políticos tiene que asumir
responsabilidades que afectan a sus seguidores y gobernados. Y muchas veces la
verdad no queda muy clara.
Tiempos de ajuste de
cuentas
Todo esto, querido lector, viene a cuento porque los
mexicanos estamos viviendo tiempos extraordinarios, tiempos de ajuste de
cuentas. Nuestro líder político, el presidente Andrés Manuel López Obrador está
empeñado en poner orden en México.
No sé si lo va a lograr pero día con día nos demuestra que su
perseverancia es inquebrantable. La inercia heredada de corrupción e impunidad
es terrible: salir de ella es todavía más terrible.
El número de afectados y damnificados también crece día con
día. Probablemente la justicia nunca se imponga del todo, pero de lo que sí estoy
seguro es que muchos políticos y sus burocracias allegadas tendrán que pensar
bien en lo que están haciendo.
Ya no es posible seguir viviendo en un país en el que unos
cuantos se apoderan de las riquezas que todavía quedan, mientras que las grandes
mayorías carecen de lo más indispensable.
Nietzsche y Maquiavelo nos heredaron un marco analítico y
conceptual que no deja lugar a dudas: el futuro de la humanidad tiene que ser
aquel qué ante todo, preserve la polis,
preserve la vida colectiva; los mexicanos no escapamos a esta máxima.
Sí, es algo inusitado en México, qué extravagancia pensar en
que nuestros políticos se vean obligados a respetar un código de ética. La
política aparece montada sobre la ética. Tal es el principio del “realismo político”
con una larga tradición histórica.
Y la sentencia es válida para todo el mundo, la crisis
sanitaria del covid-19 lo está demostrando: en un sentido general, todos los
políticos serios están condenados a ser, en el fondo, responsables, y no
precisamente por una ironía de la historia, sino debido a la base ética que
impone toda política mundana.
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