Alejandro Mario Fonseca
Cuando yo tenía 17 años hice mis
pininos en el mundo laboral. Trabajé como eventual en Petróleos Mexicanos,
ocupando puestos de elevadorista, mensajero y oficinista de cuarta en el hospital
de la paraestatal en Azcapotzalco.
También trabajé en la refinería 18 de
Marzo, haya mismo en Azcapotzalco. Y allí fue donde me curtí en puestos de
trabajador doméstico y de vigilante.
En este último puesto tenía que
cubrir turnos de 8 horas matutinos, vespertinos y nocturnos: mi instrumento de
trabajo era un revolver Smith Wesson calibre 38.
Los turnos de noche eran los más
agotadores. Aguantar toda la noche haciendo rondines o leyendo en una cabina de
vigilancia en medio de una terrible soledad era difícil.
Pero yo era joven estudiante y la eventualidad duraba
escasamente tres o cuatro semanas y sucedía cada 6 meses. Cubría plazas de
vacaciones de trabajadores de planta. Mi padre era jefe administrativo y le
resultaba fácil conseguirnos a mi hermano Toño y a mí dichos contratos.
Así que desde muy joven conocí la
empresa. Y aunque pagaban muy bien, nunca me gustó. Exceso de personal,
simulación, displicencia, aviadores, vicios; en suma, abuso y corrupción.
Mi padre, que además de jefe
administrativo había ocupado cargos en la dirigencia sindical, era muy crítico
con lo que sucedía en la paraestatal. Entre otras cosas decía que PEMEX podía
trabajar mucho mejor con la mitad del personal que tenía.
Y cuando nos graduamos en la UNAM,
Toño de químico y yo de ingeniero químico, aunque tuvimos la oportunidad de
trabajar en PEMEX, los dos preferimos
dedicarnos a la docencia. Yo no me arrepiento y creo que Toño tampoco.
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PEMEX |