Alejandro Mario Fonseca
Hace ya 32 años, los sismos de 1985
le vinieron muy bien al gobierno del priista Miguel De la Madrid. Ya llevaba más de tres
años como presidente y su gobierno no daba resultados. Desde su campaña había
cacareado por todo México su famosa “renovación moral”. Resulta muy interesante
recordar su discurso:
Estamos
pasando por épocas difíciles y dolorosas, Los retos que avizoramos son
imponentes; pero necesitamos abordar la superación de estos retos con vigor,
con imaginación, con talento.
Y para ello es imprescindible la renovación moral de la sociedad Una
sociedad que tolera, que permite la generalización de conductas inmorales o
corruptas, es una sociedad que se debilita, es una sociedad que decae.
Y, desde
luego acepto: la corrupción en el sector gubernamental es la forma más
intolerable de inmoralidad social.
Lo hemos
expuesto ante la nación en esta forma: la renovación moral debe ser un
compromiso de todos y cada uno de los mexicanos, de todos y cada uno de los
sectores y de los gremios; pero hemos de saber tomar, en el gobierno de la
República, nuestros propios compromisos y nuestras propias obligaciones.
Edificio en Morelia y Tabasco colonia Roma evacuado 21 septiembre 2017. Foto: Antonio Fonseca |
La doctrina
del Shock a la mexicana
Demagogia pura, falsas promesas
que buscaban recuperar la confianza pérdida después del abuso y despilfarro de
los recursos del boom petrolero durante los gobiernos de Echeverría y de López
Portillo. La corrupción en grande estaba desatada, la “renovación moral” era
urgente.
Nada pasó, los sismos, la naturaleza,
le pusieron la mesa a Salinas de Gortari (que entonces era el principal cerebro
del gobierno de De la Madrid), que
aprovecharía el shock; y así, valiéndose de la confusión, del trauma,
bajaría los aranceles a las importaciones: se iniciaba el cambio de modelo
económico.
Con la coartada de la modernización,
de la globalización y sus bondades, México ya con Salinas de presidente,
ingresó al neoliberalismo, al capitalismo salvaje. La corrupción y la impunidad
se acentuaron. Después con Zedillo vino la crisis de los tesobonos, la famosa “crisis
del tequila”.
La transición salió muy cara, muchos
empresarios quebraron, surgieron nuevos multimillonarios, la pobreza se
generalizó. El incipiente bienestar social producto de tres décadas de
“desarrollo estabilizador” se vino abajo: el sindicalismo fue cooptado, la
educación y la salud se pauperizaron.
Le cuento todo esto, amable lector,
porque ahora que la naturaleza se ensaña nuevamente contra los mexicanos,
pareciera que la historia se repite. ¿La tragedia salvará nuevamente a la
plutocracia del PRI gobierno? ¿Aprovechará la clase política los desastres para
reivindicar sus abominables políticas, su corrupción e impunidad acendradas?
México y la
crisis del tequila
Ya he comentado en esta columna el
texto La doctrina del Shock (el auge del capitalismo del desastre),
de Naomi Klein. Esta valiente periodista ha viajado por el mundo investigando
casos de desastres políticos, naturales, bélicos y económicos.
Lo que Klein demuestra, es que tras
los desastres, las poblaciones civiles diezmadas se ven sometidas a la
voracidad despiadada del capital financiero internacional y de las grandes
empresas multinacionales, aliadas con los gobiernos locales.
En México
se trató de la herencia que le dejó
Salinas a Zedillo. El abrupto cambio de modelo económico que bautizó como “modernización”, se tradujo en
el Tratado de Libre Comercio, en un cúmulo de privatizaciones y en el inicio de
la corrupción desenfrenada.
En 1994
México sufrió una depresión mayúscula, la famosa crisis de los tesobonos. Según
datos de la revista Forbes, del
rescate se generaron 23 nuevos milmillonarios (en dólares).
La crisis y
la posterior ayuda estadunidense también abrieron a México a una participación
sin precedentes del capital extranjero: en 1990 sólo uno de los bancos
mexicanos era propiedad extranjera, pero en 2000, 24 de 30 bancos del país
estaban ya en manos foráneas.
México ya no es el mismo
Después del
salinato el desmantelamiento del “Estado de Bienestar” a la mexicana continuó
con los panistas Fox y Calderón, y después con Peña, se profundizó. Sin
embargo, México ya no es el mismo, porque ahora todo se sabe.
Es curioso, pero lo que estamos
viviendo hoy es una situación a la inversa. Los desastres están llegando
después de la profundización de las políticas neoliberales.
El gobierno de Peña Nieto pactó con la oposición panista y perredista para
implementar las reformas “pendientes”
que habían quedado estancadas durante los gobiernos panistas. Después vinieron
los desastres.
La única excepción fueron los
morenistas, encabezados por Andrés Manuel López Obrador, quien desde el
principio del gobierno de Peña Nieto nos advirtió sobre lo que se venía.
No fuimos pocos los que le creímos, sin
embargo, muchos hartos de la corrupción desenfrenada, de la impunidad, de la
violencia y la inseguridad, le apostaron a la posibilidad de un gobierno
fuerte, que restableciera el orden y reencauzara la economía: las promesas de
Peña apoyado por Televisa.
Nada de esto pasó, al contrario
todavía vendría lo peor. A la par de la gran estafa (la reforma energética) y
de la gran farsa (la reforma educativa,
la de telecomunicaciones, la hacendaria y demás) vendrían los mayores
escándalos de corrupción de toda nuestra historia.
Los
desastres como área de oportunidad para el poder ciudadano
La antesala de los desastres
naturales, de los huracanes y de los terremotos, es un México devastado por la
clase política que está más voraz que nunca. El abuso, el despilfarro y la
corrupción se han acentuado hasta límites insospechados, por eso es que la
ciudadanía ya no confía en sus gobiernos.
México ya no puede estar peor, el
descrédito de la clase política ya es mayúsculo. A donde quiera que van, la
gente los insulta, hasta les avientan cosas, ya muy pocos les creen. Se están
viendo obligados a montar farsas cuando visitan zonas en desastre: farsas que
se tornan ridículas y hasta grotescas.
En contraparte la ciudadanía descubre
su poder de movilización, de solidaridad. Sobre todo los jóvenes, los menores
de 30 años en brigadas espontaneas, trabajando en redes, limpiando, quitando
escombros, recolectado, llevando víveres, lo que se requiera a la zona
indicada. Sus instrumentos de trabajo: sus manos y sus celulares.
Estamos ante la posibilidad de
convertir la doctrina del Shock en su antítesis: la ciudadanía encabezada por
los jóvenes actuando en política, desmantelando las redes de corrupción de la
clase política. No suena tan descabellado ¡ya es tiempo!
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