Alejandro Mario Fonseca
Yo vivía en Tlatelolco, era un joven
que recién había cumplido los 17 años, estudiaba en la Preparatoria No 9 de la
Universidad Nacional Autónoma de México. En mi memoria quedó gravado ese año como
el más intenso de mi vida.
Fue un año terrible pero también
lleno de aprendizaje. Muchos jóvenes y viejos conocimos el miedo (incluso el
terror), pero también el valor; el descuido (o la insensatez), pero también la
prudencia.
Y así podría seguir hablando de las
virtudes humanas y de sus contrapartes. Y es que la virtud es lo que nos
define, es nuestra forma de ser y de actuar humanamente: es nuestra capacidad
de actuar bien.
Pero las virtudes son complejas, son
una especie de cima, de cumbre entre dos precipicios o abismos, entre dos
lacras o vicios. El ejemplo más claro es el de la valentía que se halla entre
la cobardía y la temeridad.
¿Fuimos temerarios los jóvenes que
nos involucramos en el Movimiento Estudiantil de aquellos años? ¿Acaso fuimos
insensatos o para decirlo suavemente descuidados por habernos arriesgado a
perder la vida inútilmente?
El día de hoy, medio siglo después
del acontecimiento, vale la pena hacer una reflexión sobre su importancia
histórica. Porque el sacrificio sí valió la pena. Pero quiero empezar esta colaboración de una
manera menos dramática, menos melancólica e imprimirle una dosis de belleza, de
estética. Así, que permitame usted amable lector citar a Octavio Paz.
2 DE OCTUBRE 1968 NO SE OLVIDA |
La vergüenza
es ira vuelta contra uno mismo
El poema se conoce como La limpidez, pero originalmente el
poeta lo publicó con el título de Intermitencias
del oeste (3) (México: Olimpiada de 1968):
La
limpidez
(quizá
valga la pena
escribirlo
sobre la limpieza
de
esta hoja)
no
es límpida:
es
una rabia
(amarilla
y negra
acumulación
de bilis en español)
extendida
sobre la página.
¿Por
qué?
La vergüenza es ira
vuelta contra uno mismo:
si
una nación entera se
avergüenza
es león que se agazapa
para saltar.
(Los empleados
municipales
lavan la sangre
en
la Plaza de los Sacrificios).
Mira
ahora,
manchada
antes
de haber dicho algo
que
valga la pena,
la
limpidez.
Medio siglo
después
Nos encontramos exactamente a 3
semanas del 50 aniversario de la Matanza del 2 Octubre en Tlatelolco. Una fecha
que a todos los que la vivimos nos marcó para toda la vida. Y es por eso que
resulta muy importante que las nuevas generaciones conozcan lo que realmente
pasó.
Y por fortuna existe mucha literatura
sobre el acontecimiento. Por ejemplo es imperdonable no leer La Noche de Tlatelolco de Elena
Poniatowska, texto sobre el que existen muchas ediciones, Amazon acaba de sacar
a la venta una edición especial de aniversario.
También existen varias películas,
obras de teatro y hasta poemas como el de Octavio Paz que acabo de reproducir.
Pero lo paradójico es que el fenómeno del 68 mexicano sigue sin conocerse
cabalmente del todo. También por fortuna están apareciendo nuevas
investigaciones.
Una de ellas, que ya está a la venta
es El 68. Los estudiantes, el presidente
y la CIA; Ediciones Proceso, 2018. Su autor es el investigador del Colegio
de México, Sergio Aguayo. Se trata de la conclusión de una trilogía que inició
con Los archivos de la violencia editada
por Grijalbo en 1998; y De Tlatelolco a
Ayotzinapa, de Editorial Ink en 2015.
Aguayo lleva nada menos que 25 años
estudiando el fenómeno y en los dos últimos años encontró documentos que le
permiten compartirnos lo que realmente sucedió: el presidente Díaz Ordaz había
sido reclutado como agente de la CIA (esa máquina de terror norteamericana),
agencia que alimentaba la visión paranoica de la historia que tenía el
presidente.
En aquel entonces, nos cuenta Aguayo,
México carecía de servicios de inteligencia y dependía de lo que hacía la CIA,
cuyo encargado era Winston Scott. Ambos, Díaz Ordaz y Scott eran los jefes de
una ultraderecha que alucinó absurdamente el Movimiento Estudiantil como una
conspiración comunista internacional.
La
geopolítica nos condiciona
El día de hoy a muchos de los que
participamos en aquel acontecimiento nos parece absurdo, pero esa fue la
“razón”, la justificación, en suma la legitimación
para la matanza del 2 de octubre: erradicar la “amenaza comunista”.
Y Sergio Aguayo remata: El problema era que Winston Scott era un
anticomunista y tan reaccionario como Gustavo Díaz Ordaz. Una de las grandes
lecciones del 68 es: un país soberano no debe depender para su inteligencia de
otros países, menos de una potencia.
Lo que los estudiantes del 68
enarbolábamos era un humilde pliego petitorio de 6 o 7 puntos que hasta ahora
se están cumpliendo y de manera sorprendentemente pacífica.
Por fin, la llegada de AMLO a la
presidencia de la república será la respuesta humanista para aquellas demandas:
más democracia, más rendición de cuentas y menos violencia.
Sin embargo la geopolítica nos sigue
condicionado, como dice Aguayo, a final de cuentas la herencia del 68 es
negativa, tenemos que incorporar lo externo a nuestro análisis, entender que
estamos muy sujetos a lo que pasa en el exterior
porque somos vecinos de una superpotencia.
Y por si fuera poco, estimado lector,
a todo esto hay que agregar los límites internos de una riqueza extremadamente
mal distribuida y vinculada a grupos criminales.
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