Patios y talleres de Ferrocarriles Nacionales en Santiago Tlatelolco (1952). Foto: Archivo Histórico de Fundación ICA |
Por Miguel Ángel Márez Tapia *
Fernando del Paso nos brinda su visión del mundo a través de la narrativa que construye en el itinerario y la incertidumbre sobre la identidad de su personaje, “la obra reivindica novelísticamente la importancia del centro urbano – lugar mágico y centro neurálgico de la vida mexicana – haciendo de este espacio el punto convergente de distintos momentos históricos y dotándolos a la vez, de una dimensión mítica como el lugar al que anhelan regresar los personajes para recuperar un pasado feliz”, mencionó el especialista en letras, el español José Ortega en su crítica a la obra.
La vigencia de la novela recomienda una relectura obligada:
“¿José Trigo? Era, era un hombre, era un hombre de cabello encarrujado y entrecano y sin embargo bigote lacio y blanco como sentado en el muelle de un patio de carga y como mascando algo que me miró después de restregarse los labios y los bigotes con un papel como mojado de babas, lo cuento. Tenía cuántos años. Treinta y cinco, cincuenta. Cincuenta y cuatro trenes salen todos los días de la vieja estación de Buenavista y yo lo cuento como cuento sus años… Todo aquello que vio a José Trigo llegar en un tren de carga a estos llanos olvidados que son los de Nonoalco-Tlatelolco.
“¿José Trigo? Era un hombre cada vez más grande y cada vez más viejo y de rostro cada vez más viejo y de rostro cada vez mas iluminado por el sol que me daba en la nuca cuando yo caminando era cada vez una sombra más grande que vi acercarse en un día en que yo estaba sentado en un carril o arrodujado y que me miró y me preguntó ¿José Trigo? Mientras gruesos y lentos goterones de sudor amargo escurrían de mi frente de cabellos cabalgantes con el viento y se empeñaban: con el polvo de balasto, de herrumbre, de hollín, de tierra y de yerbas polvodeoro insuave rubio por el sol y barrían los surcos salcochados de mi piel resquebrajada: el mismo polvo del balasto que rodea a todas las vías que un día hubo en los patios de servicio de Nonoalco, Tlatilco, Aduana de Santiago y Peralvillo: veintinueve kilómetros de rieles de cincuenta y seis a setenta y cinco libras, me dijeron; y el polvo del hollín de las fábricas “La Luz” “La Esperanza” y “Sidral Mundet” que hay o que había a todo lo largo de la Calle de la Crisantema, desde el Puente de Nonoalco hasta el Campamento Oeste y que yo recorrí un lunes de un invierno de hace muchos años cuando la madrecita Buenaventura me contó el día de San Higinio y de la Sagrada Familia, de San Palemón Abad y San Alejandro Obispo, que José Trigo había mordido el mismo polvo una mañana de un mes de abril en que saltó de un tren en marcha y una tarde de un mes de diciembre en que durmió en una caja de muerto y una noche de un mes de la Virgen en que dejó siempre esta Ciudad de Nonoalco que está a cero kilómetros de la Ciudad de México.
Tlatelolco en 1952 Foto: Archivo Histórico de Fundación ICA |
“¿José Trigo? Era una mujer. Era una mujer que lloraba sobre un ramo de girasoles que cortaba de un macizo de plantas y que florecían bajo el sol que caldeaba desde lo alto del Puente de estos llano de Nonoalco-Tlatelolco y lo todo lo que en ellos hubo desde 1908, cincuenta y un años antes de que esta mujer o cualquiera otra llegara a los campamentos en una grúa por culpa de un descarrilamiento y viviera en un furgón con un hombre que la abandonara con un hijo vivo y otro en la barriga y después con otro que llegara a estos campamentos de Nonoalco un año después que ella, cincuenta y dos años después de cuando estos rumbos se llamaban Talleres de Santiago y en donde carpinteros y herreros y cobreros y soldadores y electricistas y paileros y lavadores de calderas componían las viejas locomotoras de vapor en las viejas fosas, en los viejos talleres de la vieja Casa Redonda, y que se quedara en el furgón sin que dijera esta boca es mía, sin que dijera me llamo José Trigo y tú di que me conoces cuando te pregunten: ¿José Trigo?
“En espejos de agua, diáfanos, con fondo de azules azulejos, ya no alfombrados con la vegetación criptógama que prolifera en las noches de luna llena, se refleja la imagen de una torre. Es una Torre-Insignia de concreto armado, fachada cubierta con ventanales de aluminio con cristales oscuros, que tiene veintinueve pisos, ciento veintisiete metros de altitud y forma de punta de lanza. Es el nuevo símbolo de la nueva Ciudad de Nonoalco-Tlatelolco que comienza en el Puente y se extiende hacia el Este. Colinda con la Glorieta de Peralvillo, con el principio de la Calzada de los Misterios y con lo que fuera el Jardín de Santiago ahora transformado en un parque de aires provinciales con faroles de múltiples esferas luminosas. En este huerto de doradas manzanas de vidrio, con plazoletas y platabandas, canteros y pérgolas, se levanta un quiosco en el que aparece una leyenda: “Aquí ponemos y asentamos la forma en que hallamos la laguna grande, como atijerada: sus olas como plata brillantes como el oro tan fragante y olorosa, donde fundamos nuestro pueblo de Tlatelulco”.
“Y también por tus ciudades y pueblos me viste, me vio, me vieron pasar preguntando ¿José Trigo? Y mientras tanto en balde y para qué poniendo todas o casi todas las palabras, palabras más palabras menos. Abajo las palabras tierra, campamentos; arriba las palabras cielo, estrellas y entre la mañana por la tarde, además y con la noche las palabras nada y nadie. Porque todo esto y esto es un decir fue la mañana, la tarde, la noche en que soñé o creí soñar que buscaba a José Trigo por cielo y por tierra, bajo todos los cielos habidos sobre todas las tierras por haber y no vi nada ni a nadie. Nada bajo el cielo y sobre la tierra nadie”.
A través de la mirada de la escritora Esther Seligson, José Trigo es una memoria que se inventa, es un paisaje de signos y símbolos, una atmósfera literaria donde flota simultáneamente, oblicuo, el escritor y sus personajes sobre el cósmico espacio pasado-presente-futuro nombrado Nonoalco Tlatelolco, la relectura de José Trigo conlleva una tarea necesaria para quienes habitamos éste lugar, por ello es recomendable también revisar el trabajo de nuestro vecino Alejandro Coria en su blog Tiempos de Tlatelolco que recientemente publicó un extracto más abundante sobre la obra de Fernando del Paso.
¿José Trigo? Acaso, tú lo conoces.
*Antropólogo
Fuente: Fernando del Paso, José Trigo, México: Siglo XXI, 1966, (decimosegunda edición)
Magnífica foto de estos lares antes de la construcción de la Unidad Habitacional. En efecto, hay que leer "José Trigo", y releerlo.
ResponderEliminar(Muchas gracias por la mención, Alejandro Coria).