Alejandro Mario Fonseca
Cuentan que hace mucho tiempo vivía
en el norte de China un anciano de unos noventa años al que llamaban el Viejo
Tonto. Su casa miraba al sur, y frente a ella, obstruyendo el paso, se alzaban
dos grandes montañas: Taihang y Wangwu. Y él encontraba bastante incómodo tener
que dar un rodeo cada vez que salía o regresaba; así, un día reunió a su
familia para discutir el asunto.
¿Y si todos juntos desmontásemos las
montañas? –sugirió–. Entonces podríamos abrir un camino hacia el sur, hasta la
orilla del río Hanshui.
Entonces El Viejo Tonto partió con
sus hijos y nietos. Tres de ellos llevaron balancines. Removieron piedras y
tierras y, en canastos las acarrearon al mar. Una vecina, llamada Jing, era
viuda y tenía un hijito de siete u ocho años; este niño fue con ellos para
ayudarles. En cada viaje tardaban varios meses.
Un hombre que vivía en la vuelta del
río, a quien llamaban El Viejo Sabio, se reía de sus esfuerzos y trató de
disuadirlos.
¡Basta de esta tontería! –exclamaba–.
¡Qué estúpido es todo esto! Tan viejo y débil como es usted. No será capaz de
arrancar ni un puñado de hierbas de esas montañas. ¿Cómo va a remover tierra y
piedras en tal cantidad?
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