Mariano Azuela González nació en Lagos de Moreno, Jalisco (1873), ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Guadalajara para hacerse médico. “¿Por qué médico? Nunca logró saberlo” –se preguntó, Luis Leal, en la introducción de su máxima obra, Los de Abajo (1915)–. Era su destino, como lo era el de ser novelista: novelista médico, como lo había sido el de Anton Chekhov, el de Pío Baroja y tantos otros.
Gracias al trabajo de Beatrice Berler, compiladora de las obras completas de Mariano Azuela por la UNAM , hoy en día podemos conocer al hombre, su vida familiar y cotidiana, que muchas de sus obras están basadas en lo que vivió en Santiago Tlatelolco. Víctor Díaz Arciniega en “Retrato hablado, una evocación familiar” mencionó que era la primavera de 1916 cuando la familia del doctor Azuela llegó a la terminal de ferrocarril en Buenavista, de ahí se dirigieron al departamento que había arrendado en la calle de Comonfort número 105, junto al jardín de Santiago Tlatelolco: “Justo a donde ahora se levanta la estatua de Cuitláhuac sobre la prolongación de Paseo de la Reforma y donde su reprodujo el Jardín de San Marcos” –mencionó su hija Julia–.
La casa de don Mariano era obscura, fría, estrecha y húmeda –como recuerdan sus hijos–, en el día la sala era habilitada como consultorio para que el doctor Azuela atendiera a sus pacientes, todos sus hijos y esposa pasaban el tiempo en el parque de Santiago, ubicado frente a la casa: “Ahí nos sentábamos para leer, incluso mi padre, que se sentaba para leer o escribir (en una libretita de notas que siempre llevaba consigo) y cuidarnos, pero cuando llegaba un paciente, él atravesaba la calle y lo atendía. Cuando terminaba nos acercábamos y le preguntábamos: “¿Ganó? ¿Ganó?”, a lo que respondía: “Sí, niños pero cállense la boca”.
En las vecindades colindantes a la casa de don Mariano, estaba el cuartel militar, contiguo a la penitenciaria de Santiago, un hospicio para huérfanos (Teipan) y, a muy pocas calles, estaban la carbonera y la aduana de pulques, con sus inevitables talleres en que se fabricaban toneles de pulque, a la vuelta de la esquina estaba una pulquería y una botica, que tanto significarán en Mariano Azuela para su vida y su obra.
Plaza de Santiago Tlatelolco, 1951 Foto: Archivo Histórico de Fundación ICA |
“En todas ellas y otras más, aquellos barrios están presentes no como un escenario, sino como una presencia protagónica, cuya intensidad radica en el dramatismo vivido cotidianamente; un escenario que cuestionaba los beneficios de la Revolución ” –sugirió su hijo Enrique–.
Del cómo al fin lloró Juan Pablo (1918), –síntesis dramática, narración discontinua–, donde escribió esta frase: “El Rápido ha puesto un poco de púrpura en la punta de su nariz.” Frase que modificó en la segunda edición de ese relato, porque únicamente era inteligible para quienes supieran en el rumbo de Santiago Tlatelolco, ya que “El Rápido”, bajo su apariencia de modesto cafetín, encubría un lugar de citas galantes.
Mariano Azuela moriría el 1 de marzo de 1952, pero en sus obras se encuentra la memoria vivida de la Ciudad de México que estuvo representada en Santiago Tlatelolco.
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