Por Alejandro Mario Fonseca
Uno de mis programas favoritos de la
televisión, de paga obviamente porque la televisión abierta no ofrece nada
interesante, es la serie La ley y el
orden. Lleva ya como veinte años exitosos en el canal de Universal
Pictures.
Probablemente usted, amable lector la
haya visto alguna vez. Los protagonistas son un grupo de policías, abogados y
fiscales, altamente capacitados que en la ciudad de Nueva York combaten el
crimen, principalmente los delitos vinculados con los abusos sexuales.
Se trata de una policía de élite, que
vive plenamente la complejidad de una sociedad moderna, multirracial,
multicultural y todos los “multis” que a usted se le ocurran. En muchos casos
los propios policías, los abogados y hasta los jueces se ven involucrados en
desaguisados de todo tipo; además no siempre ganan los “buenos”.
Foto:La Naciòn: Donald-Trump-presidente-de USA. Desfile de la Victoria¿Una policía científica? |
Lo interesante de los programas es que suelen basarse en casos reales y eso les da una connotación muy especial ya que algunos espectadores nos involucrarnos emocional y hasta intelectualmente con los protagonistas.
Y le cuento todo esto porque el
viernes leí en las redes sociales, que tras las manifestaciones en las ciudades
más importantes de los Estados Unidos protestando por el triunfo de Trump en
las elecciones presidenciales, el republicano Rudoph Giuliani, que al parecer
estará en el gabinete del magnate, minimizó el hecho y advirtió que serían
“desarticuladas” rápidamente; en nuestro lenguaje el término correcto sería
“reprimidas”.
Se acuerda usted de Giuliani sí, es
el mismo que Marcelo Ebrard invitó como asesor para la modernización de la
policía en el Distrito Federal; creo que la cosa no pasó de unas cuantas
conferencias carísimas.
Pero lo que le quiero comentar es que
fue precisamente Giuliani, cuando fue alcalde de Nueva York entre 1994 y 2001, quien
logró bajar de manera dramática los índices delictivos que en aquella ciudad
eran de los más altos del mundo.
¿Cómo le hizo? Pues se asesoró de expertos
como Lee Brown, un jefe policiaco que en la ciudad de Houston, a fines de los
años setenta había implementado una policía comunitaria (o de “proximidad” como
le están llamando nuestros políticos por acá, para evitar el término incómodo
de “comunitaria”). Pero además Giuliani también creó una policía de élite
altamente capacitada: una policía científica.
Sherlock
Holmes
Y hablando de “policía científica”,
quién mejor que Sherlock Holmes el héroe de muchas de las novelas del escocés
Sir Arthur Conan Doyle. Aunque claro, no se trataba de un policía, sino de un
investigador privado, que va a resolver los casos más intrincados y difíciles
utilizando tanto la lógica deductiva como la inductiva.
Conan Doyle es uno de los pioneros,
no solamente de la idea de una policía
que utiliza técnicas modernas en sus investigaciones, sino del género mismo de
la “novela negra” que tanto éxito iba a tener en la literatura norteamericana
del siglo XX.
Pues bien, Sherlock Holmes es el
investigador privado que convirtió la investigación policiaca en una ciencia
exacta. Dicha ciencia, según nos explica el autor mismo, a través del Doctor
Watson el inseparable amigo de Holmes, tiene como auxiliares conocimientos
profundos de química, prácticos de geología y precisos de anatomía; además de
una gran información sobre literatura y leyes.
Trump y el
K.K.K.
Por otra parte, pasando a la crítica
política de mi columna de hoy, quiero aprovechar para comentar un cuento corto
de Conan Doyle, titulado K.K.K. La novelita trata de un empresario inglés
exitoso que viaja a América y hace fortuna en la Florida; y que
inexplicablemente regresa a Inglaterra y vive sólo y retraído, pero que
finalmente se hace cargo de un sobrino. Después de una serie de amenazas llenas
de terror y de varios asesinatos inexplicables, el sobrino recurre a Sherlock
Holmes.
Y como ya se me está acabando el
espacio, y esperando que usted lea la novelita, voy al grano. En el desenlace
del caso el autor nos da la mejor descripción que encontré sobre lo que fue, y
al parecer todavía es el Ku Kux Klan: es el nombre de una sociedad secreta, la
cual lo adoptó como onomatopeya del ruido que hace una carabina al armarse.
Se constituyó en América, después de la guerra civil, por algunos confederados,
y tuvo importantes ramificaciones en Luisiana, la Carolina, la Georgia y la
Florida.
Y aquí le paro, pero como dijo el diario
Reforma el pasado miércoles: “a temblar”. Todos sabemos que el K.K.K. convocó
el jueves pasado a un “desfile de la victoria por Donald Trump”. Ya veremos, si
el fanfarrón Trump no se deslinda, significará que la xenofobia, la supremacía
de la raza blanca, la homofobia, el antisemitismo, el racismo y el
anticomunismo van en serio.
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