Por José María Arellano Mora
El
niño de cinco años, gustaba correr, brincar: perseguir a las palomas que se
posaban en la plancha de la Plaza de las Tres Culturas, saltar en los charcos y
juguetear a las carreteritas “de
amigo-amigo y coche-coche” con sus hermanos.
En
una tarde nublada… el niño empezó a bailar al ritmo de la canción conocida como
“La chispita” y justo dando tres pasos hacia adelante… ¡¡zzzuuuúmmm!!... se transportó al interior de un carro de
pasajeros de ferrocarril cayendo justo en el pasillo.
-¡Te
dije que te sentaras y no anduvieras brincoteando¡ – un señor regordete le gritó.
Sin
recuperase del asombro, no perdió la calma porque en unos instantes estaba en
la plaza y ahora… en este tren. Sin mediar palabra se sentó de inmediato, junto
a otros niños; quedando enfrente de una señora que afectuosamente le susurró: ¿ya ves?
Por poco y te caes, quédate quietecito.
El
tren, hizo escala y en segundos subió una señora ofreciendo enchiladas, otra café canela -de olla- y un señor
ofreciendo cacahuates tipo japonés sin
marca, es decir, caseros, y ofreciéndoles, unos cuantos de muestra, a los
pasajeros.
-¡Nooo
vayan! a pedir nada, porque su mamá ya trae de comer y no se levanten de sus
asientos porque se los ganan… -dijo el señor, quien lo había reprendió por
estar brincando.
La
señora tranquilamente subió en sus piernas una bolsa que celosamente vigilaba,
la abrió y fue sacando envoltorios de servilletas que resguardaban bolillos con
cajeta y repartió a cada uno de los niños. Los infantes alegres y gustosos se
dispusieron a disfrutar semejante manjar.
Posteriormente la mamá, saco una bolsa con huevos hervidos, los limpió
cuidadosamente y, por igual, los repartió a los inquietos chiquitines ¡claro!,
en ningún momento excluyó a nuestro amiguito inquieto.
Así,
el chico se resignó a estar en ese viaje inesperado.
Sin
recato se acercó al asiento de la ventanilla para ver el paisaje y advertir el paso
rápido de postes del telégrafo, se quedó extasiado de todo ello hasta…
-…prooooooóóxxxxximaaaaaa
eeeeessstaaciónnnn… veiinteeeeee minutosssssssss para ccccccommerrr –paso
gritando, un empleado del ferrocarril, en un andar peculiar y casi a zancadas
agarrándose de las cabeceras de los asientos.
De
inmediato el chico se asomó y ladeo su cabeza en el cristal de la ventanilla
para poder ver como el ferrocarril hacia su entrada a la estación.
-¡¡Paaan
deee huevooooo!! ¡¡Paaan deee huevooooo!!
–subió un señor güero alto con un canasto repleto de pan sobre su
cabeza.
-lléééveeeese un bonito recuerdo los auténticos bastones
de*** -gritaba y mostraba su mercancía, un señor muy trajeado.
El
señor que al parecer era el papá de los niños con quienes compartía el asiento
les preguntó:
-¿Quieren
helado? Los de aquí son muy buenos, no se vayan a levantar ¡ya les dije!... y
obedezcan a su mamá. El señor se bajo del carro y, el niño, por la ventana, vio
como se encaminaba en el andén entre la gente con la mano extendida en alto, dando señales y gritos al señor de los
helados.
Tantas
imágenes, tantas vivencias en unos minutos y horas, el sueño hizo presa del bailarín. Pero fue interrumpido por el
tremendo grito del empleado de los ferronales:
-Prooooooóóxxxxximaaaaaa
eaaassstaaciónnnn*** .
-¡Ya!
Prepárense para bajar… a ver ¡tú agarra a tus hermanitos! -el papá se dirigió al mayor de sus hijos.
En
el andén, nuestro amiguito empezó a preocuparse porque había pasado bastante
tiempo y de seguro sus papás lo andaban buscando. ¿Pero, cómo voy a regresar entre tanta gente? – pensó y se apartó
de la familia; fue hacia un recodo de la estación del ferrocarril… y
-Ahora
a bailar “La chispita”… ¿Cómo le hice? ¡¡Yaaa!!
-se dijo el niño bailarín y marcando los tres pasos de “la Chispita”… ¡¡zzzuuuúmmm!!... se transportó de regreso a la Plaza de las
Tres Culturas.
Años después
Este
fue el texto que improvise para contárselo a mi hijo de cuatro años porque en
casa no teníamos un libro de cuentos para niños, esto surgió porque se enteró -de
sus compañeritos del jardín de niños- sus papás les leían antes de dormirse.
Esa
primera noche después de la improvisación me dedique a transcribirlo a mano
–sí, porque en aquel entonces no existían las compus ni las tabletas-
días después lo fui perfeccionando y agregándole datos y a mi hijo ¿qué creen?...¡le
fascinó!
Ahora
no me culpo, al contrario me alegra, aunque no sé cómo cubrir los gastos de sus
estudios profesionales porque me llegó con la ¡noticiiootaa¡: “Papá voy a estudiar para ser astronauta”.
Muchas décadas después
Mi papá ya tiene años de muerto y quién lo iba a
creer, ahora puedo disfrutar vivegramas
en cuarta dimensión en mi estancia de proyecciones, de todos aquellos sucesos que
he capturado en mis transportaciones, pero en particular aquel cuando mi
querido padre me leía antes de dormirme.
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