Alejandro Mario Fonseca
Si algún gobierno emanado de la
Revolución Mexicana puede ser considerado de “izquierda”, es el del general
Lázaro Cárdenas. Su régimen nacionalista integrador se comportó frente a las
masas pobres, marginadas, como un gran movimiento de integración en el marco
económico, social y cultural, a través de profundas reformas.
Foto tomada d3e Internet |
Cárdenas se empeñó en la tarea
imposible de crear artificialmente en la sociedad mexicana, tanto una burguesía
nacionalista como un proletariado consciente. El resultado fue por un lado una
nueva clase de empresarios nativos que, comprometidos con intereses
extranjeros, se iba a convertir posteriormente en el sector hegemónico; y por
otro, un naciente proletariado, en cuyo seno se desarrollaría una lucha oculta
entre obreros organizados y desorganizados, con conciencia y sin conciencia de
clase.
El cardenismo marcó el cierre del
proceso dependiente de hegemonía oligárquica y de construcción del Estado
nacionalista. Sus principales limitaciones fueron la subsistencia de niveles
evolutivos tradicionales en lo interno, y la consolidación de los Estados
Unidos de Norteamérica como nueva potencia imperialista, en lo externo; pero
sobre todo el complejo tejido de alianzas con el que Cárdenas fortaleció su
poder personal, fue su principal limitación: la estructura de poder
patrimonialista sostenida por el equilibrio entre las élites. Finalmente,
el cardenismo marcó también la raíz de
la crisis estructural de la economía mexicana, derivada de la implementación de
una actividad industrial sin planeación, carente de insumos y de equipos.
La herencia del general Cárdenas
fue un Estado fuerte pero contradictorio, ya que su tarea “modernizadora”
consistió en desarrollar un capitalismo con contenido social. Se trató de un
caso de liderazgo hegemónico, en el que la dirección ideológica de la sociedad encubría
un proceso de dominación económica y política.
Desde entonces y hasta las
reformas del salinato, el Estado mexicano se hallaba enfrentado a dos
dificultades que se derivaban de la circunstancia de que se veía obligado a
impulsar el desarrollo capitalista en una sociedad en la que los niveles
evolutivos tradicionales predominaban y basado en un poder sostenido en un
complejo tejido de alianzas.
La primera dificultad es una
crisis de racionalidad: el sistema administrativo no conseguía
cumplir con los imperativos de desarrollo del capitalismo ya que las
estructuras mentales (educación), las de regulación de conflictos (justicia) y
las de trabajo (economía) permanecían predominantemente en niveles evolutivos
tradicionales, lo que era resultado y a un tiempo obligaba a la protección de
los empresarios y al control de los trabajadores.
La segunda dificultad se derivaba
de la primera y era una crisis de legitimidad. Los efectos del proceso
“modernizador” precisaban de una lealtad de las masas trabajadoras lo más
difusa posible; sin embargo, el sistema no acertaba a mantener el nivel
necesario de lealtad de dichas masas, ya que las reformas sociales se
implementaban lenta y desigualmente; de aquí la necesidad de una ideología
compensatoria: la ideología del nacionalismo y la planificación social.
La ideología ya no es suficiente,
la sociedad mexicana ya no es la misma. Del salinato para acá, con el
neoliberalismo y tras los fallidos gobiernos panistas, el Estado se ha
debilitado; además la pobreza endémica, la corrupción, la violencia y el narcotráfico,
han mostrado que se requiere de una nueva Revolución, no hay salida. Una
Revolución pacífica en la que los ciudadanos organizados hemos de tomar la
iniciativa. Estos son mis buenos deseos para el 2016.
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