Alejandro Mario Fonseca
Hamartia (en griego
antiguo: αμαρτία) es un término que usó Aristóteles en su poética. Se
traduce usualmente como error trágico
o error fatal, también como defecto, fallo o pecado.
Es el error fatal en que incurre el héroe trágico que intenta hacer lo correcto en una situación en la
que lo correcto, simplemente, no puede hacerse. Eso dicen
los diccionarios, pero hay que profundizar un poco.
En griego, la palabra hamartia tiene
sus raíces en la noción de errar el tiro, no dar en el blanco (hamartanein)
e incluye un amplio espectro de cimientos, desde el accidente hasta el error,
así como el dolor o el pecado.
Incluso un accidente puede
considerarse una traducción apropiada de hamartia, puesto que en ambos casos uno puede no dar en el
blanco.
En su Ética a Nicómaco hamartia
se describe por Aristóteles como una de las tres clases de ofensas que un
hombre puede infligir a otro. Hamartia es una ofensa cometida
por ignorancia: cuando la persona afectada o el resultado no son lo que el
agente suponía que eran.
Esto implica que
el personaje incurre en un error fatal basándose en un
autoconocimiento incompleto. Por ejemplo la hamartia de Edipo fue
matar a su padre porque, aunque sabía que estaba perpetrando un asesinato,
ignoraba que el hombre era un rey y su padre.
Y si, él erró el tiro en el asesinato, porque pretendía matar a un extraño y
mató a alguien con quien estaba íntimamente ligado. Pero hay que recordar que
la tragedia era representada ante un público, así que de todo esto, lo más
interesante es observar qué es lo que sucede en el espectador.
¡Tragedia poblana, marcará el sexenio? |
En la tragedia griega es el
protagonista el que incurre en hamartia, la cual provoca que el público
experimente la catarsis. Esto se debe a que el héroe no merece su caída, y
el público lo compadece. Dado que el héroe es parecido al público, este teme
que la misma situación pueda presentárseles.
Al experimentar los acontecimientos
de la obra de forma vicaria a través del héroe se crea la compasión y el miedo
dentro de cada espectador; no obstante, quedan purgados cuando la obra finaliza
y el público se da cuenta de que era solo una imitación.
Las tragedias se representaban ante
los dirigentes atenienses de la época. Casi todos ellos habrían sido ricos, y
muchos políticos nada virtuosos. Así que los autores trágicos griegos escribían
deliberadamente para ellos: los ciudadanos.
Hay que recordar que los ciudadanos
eran los únicos terratenientes, ya que podían poseer tierras y dedicarse a los
asuntos de la polis (ciudad). La mejor ocupación de la clase ciudadana eran los
asuntos políticos de la urbe, un verdadero trabajo vocacional para esta clase
social.
También se consideraban hombres libres a los extranjeros
residentes llamados metecos
(mercaderes, comerciantes y banqueros marítimos) que podían participar en las
actividades culturales de las ciudades griegas.
Por último estaban los esclavos,
los parias de la época. Estaban en el último peldaño del escalafón. No eran
libres, sino que pertenecían a otras personas y obviamente estaban excluidos de
las actividades culturales, tales como las representaciones teatrales trágicas.
Había cinco esclavos por cada ciudadano.
La verdadera
tragedia poblana
Mutatis
mutandis, es
decir haciendo los cambios necesarios, la tragedia que acaba de vivir la clase
política poblana, puede entenderse como un símil de la tragedia clásica griega,
pero al revés. En seguida me explico.
De ninguna manera quiero decir que la
muerte Rafael Moreno Valle y de su esposa no sea una tragedia, si lo es sobre
todo por las circunstancias en que sucedió.
Sin embargo, hay una tragedia mucho
más profunda que los expertos comentaristas están dejando de lado: la tragedia
de una sociedad poblana dividida al extremo del fanatismo.
Y es que el fanatismo es
apasionamiento: una actitud o actividad que se manifiesta con pasión exagerada,
desmedida, irracional y tenaz en defensa de, entre otros, una idea, teoría,
cultura, estilo de vida.
Y para entender esto hay que
profundizar un poco en la caracterización de la sociedad poblana. Se trata de
una sociedad tradicional en el más
estricto sentido de la palabra.
Los seres humanos somos animales de costumbres. La tradición
enraíza en las costumbres: aquellas pautas de convivencia que una comunidad
considera dignas al constituirse. Y como esto le da seguridad, las mantiene para que sean aprendidas por las
nuevas generaciones, como parte indispensable de su legado cultural.
No es difícil demostrar lo que estoy
diciendo. Por ejemplo, en la esfera de la economía Puebla se destaca como una
entidad productiva muy bien ubicada a nivel nacional. Pero si atendemos al
producto interno bruto per cápita, se ubica entre los últimos lugares: en
Puebla la pobreza es costumbre.
En la esfera de la política seguimos
siendo una entidad dominada por una oligarquía priista camuflada de azul. El
patrimonialismo estatal poblano es una excepción nacional que incluso le apostó
a perpetuarse en un Maximato en el cual el “Señor
manda y seguirá mandando”.
Y en cuanto a la esfera de lo social,
la tradición cultural católica que habría que rescatar, se ve empañada por la
desinformación, el chisme y la mentira. Ya es muy difícil saber a quién
creerle. Lo que impera es la desconfianza.
Recuperar la
confianza
Ya muy pocos poblanos confían en sus
instituciones. La tragedia del súbito descabezamiento del morenovallismo se ha
traducido en toda clase de especulaciones. Los más viscerales son los allegados
al Señor: son los que en su nueva suerte de orfandad hablan de magnicidio y
culpan al nuevo gobierno federal.
Pero en lo profundo de la sociedad
poblana está tomando mucha fuerza la hipótesis de una gran farsa en la que la
tragedia del patrimonialismo morenovallista pretende salvar el pellejo.
Yo no creo en ninguna de las dos
versiones. Me atrevo a defender la hipótesis del simple accidente, que en medio de la desconfianza popular acendrada
y agudizada por los abusos y el autoritarismo del Señor, devino en dos entuertos:
el magnicidio y la farsa purificadora.
Pobreza, autoritarismo y desconfianza
se traducen en tragedia social: el concepto clásico se invierte, la hipótesis
de la farsa se fortalece ante una sociedad dividida y fanatizada.
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