Por Luis Arellano Mora/ Especial para Vivir en Tlatelolco
Tanquetas en los accesos a la Unidad un día después |
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n aspecto poco explorado en el análisis del curso de los acontecimientos del 68 mexicano es la vinculación del movimiento estudiantil con la incipiente organización de los residentes de la Unidad Habitacional Tlatelolco, fuertemente establecida por la ubicación de la Vocacional 7 en la zona, lo que catalizó el temor del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, si se toman en cuenta cuatro factores: la historia de represiones gubernamentales contra estudiantes desde mediados del siglo pasado1, la voluntad de resistencia de los politécnicos, la expansión de la guerrilla urbana en América Latina y la construcción de Ciudad Tlatelolco como medida de contención de las demandas sociales de la guerra fría, particularmente de la Revolución Cubana.
Si un año antes, el 16 de mayo, la intervención militar en la Universidad Autónoma de Sonora rompió el nexo solidario entre alumnos y maestros e impidió la solidaridad de la juventud con los movimientos populares, el 2 de octubre se buscó sofocar la escalada de las revueltas estudiantiles a una rebelión urbana incontrolable.2
Lo visualizó de alguna forma la antropóloga Mercedes Olivera de Vázquez en su testimonio proporcionado para La noche de Tlatelolco: “Imagínate lo que hubiera sucedido si realmente la Unidad Tlatelolco llega a consolidarse como un núcleo de rebeldía, digamos un centro de guerrilla urbana. No estábamos en condiciones para que eso sucediera, pero quizá el gobierno lo pensó así y decidió acabar con ello. El gobierno estaba perfectamente enterado de la participación efectiva del pueblo, ya no de un grupo estudiantil con relaciones de trabajo o de estudio, como puede ser la Universidad o el Politécnico, sino un grupo de la población de México que estaba apoyando como tal a un movimiento de estudiantes. Por eso alego que el gobierno eligió perfectamente el lugar para descabezar el Movimiento. Nosotros caímos en la ratonera más perfecta…”.3
Lo anterior lo constató años más tarde, en 2008, líder estudiantil del plantel 7 del Instituto Politécnico Nacional, en declaraciones a Milenio Diario: “…a nosotros no nos agarró desprevenidos (el movimiento del 68). Fue simple darle cauce a la efervescencia estudiantil que ya tenía la escuela. Nuestra estructura organizativa permitió, los primeros días, dar orden y coordinación al remolino de iniciativas y acciones de los estudiantes.… La ubicación de la Voca era privilegiada, junto a la Plaza de las Tres Culturas. Igual de importantes (es) que los ciudadanos de Tlatelolco se fusionaron con nosotros, nos brindaron protección, nos abrían las puertas de sus departamentos cuando nos atacaban los grupos represivos”.4
El 3 de octubre continuaban los arrestos |
La respuesta del régimen fue contundente: la represión del mitin aquella tarde del 2 de octubre y la erradicación de las escuelas 7 y la Prevocacional del IPN. Incluso el Gran Castigo comprendió la imposición de un virtual estado de sitio en la Unidad durante cerca de un mes, la suspensión de los trabajos arqueológicos y la cancelación del Museo del Anáhuac que se tenía proyectado edificar en el sitio que ocupa el claustro del templo de Santiago.
Y es que desde la Conferencia de Punta del Este, Uruguay, había permanecido en el gobierno mexicano como espada de Damocles la profecía del Che en la que Ernesto Guevara anticipaba una ola de movimientos populares ante el fracaso de la Alianza para el Progreso que impulsó el gobierno de John F. Kennedy, el cual incluía un programa de contrainsurgencia para América Latina “destinado a esterilizar el ejemplo de la Revolución Cubana” y de cuyos recursos financieros se proveyeron para la edificación del moderno conjunto urbano en Tlatelolco. Curiosamente, el 8 de octubre de 1968 se cumpliría el primer aniversario del asesinato del guerrillero en la sierra boliviana, lo que puso más nerviosos a los gobiernos latinoamericanos por una eventual efervescencia de guerrillas urbanas, como la de los Tupamaros en Uruguay y la de los Montoneros en Argentina.
Vitual estado de sitio, aunque se negó oficialmente |
Parecerá una exageración subrayar la preocupación que representaba precisamente el nexo entre la organización vecinal tlatelolca y el movimiento de estudiantes, pero lo anterior lo vino a confirmar, aunque póstumamente, el mismísimo Marcelino García Barragán, entonces secretario de la Defensa Nacional, en los documentos que le legó y que reveló el periodista Julio Scherer en su Parte de Guerra. Tlatelolco 1968.
Sobre los sucesos de aquel año, el general imaginó un encuentro con reporteros; en la respuesta a la pregunta que él mismo se hace sobre si existió alguna animadversión “en contra del gobierno por parte de algunos sectores de la población del conjunto habitacional de Tlatelolco” se autorresponde: “Sí. Los habitantes de Tlatelolco estaban predispuestos contra el gobierno, en primer lugar por las repetidas veces que terroristas habían ametrallado la Vocacional 7, poniendo en peligro la vida de los habitantes de dicha unidad”.
En el fondo, los sucesivos gobiernos del partido dominante, el Revolucionario Institucional (PRI), tendrían motivos para temer, no a “la gran conjura” que alucinaban, sino al potencialidad que representaba la organización de los vecinos de Tlatelolco, lo que vendría a constatarse ante los sismos de 1985, cuando se dio una respuesta rápida de los residentes a la emergencia de la población afectada.
Notas
1. Carrión, Jorge, citado por Raquel Tibol en “Jorge Carrión: Contrarrevolución educativa y represión”, Revista Proceso No. 1820, 18 de septiembre de 2011, pp. 63, 64 y 65.
2. Monsiváis, Carlos: “El 68, las ceremonias del agravio y la memoria”, en Parte de Guerra. Tlatelolco 1968; Julio Scherer García y Carlos Monsiváis; Ed. Aguilar/Nuevo Siglo, 1999, p.226.
3. Poniatowska, Elena: La noche de Tlatelolco. Ediciones Era (2006), pp. 92 y 93.
4. Hernández, Rogelio: “Arrebatamos la Voca 7 al porrismo: Corpofóro”. Milenio Diario, 18 de noviembre de 2008.
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