A un siglo de distancia
Aurelio Cuevas (Sociólogo)
El
inmueble que hoy ocupa el Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones
Exteriores – y que en el siglo XVI fue un convento franciscano- funcionó como
prisión militar a partir de las Leyes de Reforma (decretadas en el siglo XIX). Tras
sus rejas estuvieron opositores políticos al régimen porfirista como los
hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón; también el legendario Pancho Villa en el
año 1912 estuvo preso en esta cárcel, de la cual logró evadirse para huir al
norte del país.
El
domingo 9 de febrero de 1913 dos contingentes, uno de la Escuela Militar de
Aspirantes –ubicada en Tlalpan- y otro
procedente del cuartel de Tacubaya –dirigido por el general Manuel Mondragón-
se encaminaron a la ciudad de México para ocupar el Palacio Nacional. Logrado
este objetivo ambos grupos fueron a la Prisión de Santiago Tlatelolco –en el
límite norte de la ciudad- para liberar a Bernardo Reyes, general regiomontano acusado
de rebeldía contra el gobierno de Francisco I. Madero. Durante este episodio el
inmueble fue incendiado y un cañonazo abrió un gran boquete en su costado
oriente. A causa del caos producido todos los presos escaparon de la cárcel.
Ya
encabezados por el general Reyes los sublevados enfilaron sus pasos a la Penitenciaría
–ubicada al oriente de la ciudad- para sacar de la misma al brigadier Félix
Díaz (sobrino del ex dictador Porfirio Díaz), preso por encabezar una sublevación
en Veracruz contra el régimen maderista. Tras la liberación de Félix Díaz los
sublevados caminaron hacia el Palacio Nacional, que había sido recuperado por
fuerzas leales al Presidente. La llegada de los rebeldes al sitio desencadenó
una cruenta batalla. El resultado: la muerte de Bernardo Reyes y de muchos de
sus seguidores cuyos cuerpos quedaron regados en el Zócalo.
Ante
la eficaz respuesta dada por las fuerzas fieles al régimen hacia los
organizadores de la asonada, estos se atrincheraron en La Ciudadela, en donde se
hallaba abundante armamento moderno llegado de Francia y Alemania, mismo que
fue utilizado por los rebeldes en los días subsecuentes para detener los
continuos ataques de las fuerzas maderistas.
En
el curso del 9 al 18 de febrero la ciudad se convirtió en escenario de batalla
entre las fuerzas leales al régimen y los atrincherados en La Ciudadela. Las calles
céntricas se llenaron de pilas de cadáveres quemados, varios edificios fueron
bombardeados –entre ellos el Palacio Nacional -, y los rumores e intrigas –en particular
las procedentes del embajador norteamericano Henry L. Wilson- corrieron por
doquier.
A
pesar de la opinión de sus allegados Francisco I. Madero nombró al general Victoriano
Huerta como jefe de las tropas leales para enfrentar la insurrección. Tan grave
error provocaría no solo su propia muerte sino de colaboradores cercanos como
el vicepresidente José Ma. Pino Suárez y su hermano Gustavo A. Madero. Fue así
que Victoriano Huerta asumió la presidencia del país.
Al
conocerse la noticia de la caída del régimen maderista repicaron al unísono las
campanas de las iglesias de la capital. Los sectores conservadores del país
estaban de plácemes. Se calcula que por lo menos mil personas murieron en La
Decena Trágica, episodio que marcó el fin de una etapa de la Revolución
Mexicana, pero que abrió otra, más violenta y cruel, cuyo desenlace sería el
derrumbe del gobierno huertista a mediados de 1914.
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