1985 edificio Nuevo León |
TERREMOTO EN
EL D. F. 1985
El transcurso de nuestra vida transcurre en los tres tiempos
Pasado. Presente y Futuro. El pasado que nos enseña de los errores y aciertos,
para que en el presente no repitamos los errores y aprovechemos los aciertos. Y
en el futuro enfrentemos los acontecimientos en mejores condiciones.
El siguiente relato nos muestra una dramática experiencia
del pasado que nos invita a la reflexión y disfrutar nuestro estado de confort
en el presente. Y tomar las medidas
preventivas para que en el Futura no ser afectados en nuestra integridad
física de nuestra familia y seres queridos. Pues recordemos que nos encontramos
en zona sísmica.
NOTA: El presente
relato es real. Amor fraternal.
En Septiembre de 1985 vivía con mis dos hijos en el quinto
piso del edificio Baja California en Tlatelolco. Apenas en Agosto había muerto
mi esposa; yo estaba tratando de organizarme para salir adelante, así fuera
transitoriamente, con una niña de trece años y un hijo de cinco. En este asunto
estaba recibiendo una fuerte ayuda de mi hermano Fausto Ismael y su esposa
Cristina, quienes Vivian, con sus hijos de nueve, cinco y tres años en el piso
11 del Nuevo León. Desde algunas de las ventanas de mi departamentose veía la
enorme fachada del edificio Nuevo León. Yo podía ver las ventanas de mi hermano
y él podía ver las mías. Esta circunstancia se había convertido en un medio de
comunicación entre nosotros. En no pocas madrugadas, las solitarias luces del
departamento de Fausto Ismael me avisaban de su regreso a casa. Mi relación con
él era muy estrecha. Yo le llevaba dos años de edad y desde nuestra llegada a
la Ciudad de México, a mediados de los sesentas, me había convertido en una
especie de segundo padre para él.
Cinco meses antes del 19 de Septiembre de 1985, el edificio
Nuevo Leónexhibía en su fachada que da hacia el Paseo de la Reforma una gran
manta con una denuncia y una demanda. Ahí se advertía que el edificio
necesitaba una fuerte reparación en sus cimientos y se hacía responsable a una
agencia gubernamental (ya no recuerdo si BANOBRAS o FONHAPO) de lo que pudiera
ocurrir. (Fue la crónica de una muerte anunciada).
El 19 de septiembre fue un día muy claro, hasta luminoso.
Alrededor de las siete de la mañana mi hija se alistaba para ir a una
secundaria cerca y mi hijo pequeño aun dormía. A las 7:19 empezaron las
primeras oscilaciones, como las de cualquier temblor ordinario a los que
estamos acostumbrados los habitantes de la Ciudad de México. Unos segundos
después nos dimos cuenta que se trataba de un temblor grande, muy grande. Tome
a mi hijo dormido entre mis brazos y adoptamos inútil y ridículo consejo
popular de ponernos bajo el marco de la puerta. Desde ahí, no quitábamos la
vista del Nuevo León. Las oscilaciones eran impresionantes y más o menos a los treinta
segundos de iniciado el temblor, el Nuevo León se empezó a colapsar.
Cuando el temblor y el derrumbe habían terminado, bajamos
por las escaleras y le comente a mi hija que una vez que encontráramos a su tío
nos iríamos para siempre de esta ciudad enemiga. Encargue a mis hijos con unos
vecinos en un pequeño jardín y corrí hacia el Nuevo León que estaba envuelto en
polvo y dolor. La certeza de haber perdido a mis familiares fue inmediata. El piso
y el techo de su departamento formaban un apretado sándwich. Tuve que rodear el
edificio por Paseo de la Reforma para intentar escalar los escombros. Al dar la
vuelta y entre la nube de polvo, me encontré al hijo mayor de mi hermano que
unos minutos antes había salido para ir a la escuela. Nos abrasamos y empecé a
hacerle falsas promesas sobre el rescate de sus padres, sus hermanos y su
abuelo materno que estaba pasando unos días con ellos. Atónito, no me contesto
nada, ni siquiera lloraba. Lo lleve con mis hijos a casa de unas tías, ahí
mismo en Tlatelolco, y regrese al Nuevo León.
Fueron ocho días de rescate, y olor a muerte. Desde los
primeros minutos los héroes civiles, hombres y mujeres de todas las edades. Sorprendía
e irritaba ver el cinturón de guardias con las botas limpias que solo tenían órdenes
de evitar el pillaje. El trabajo duro lo hacían los demás, no las fuerzas más
fuertes del país. Después de gritos y protestas participaron un poco, solo un
poco. Al octavo día y gracias a una brigada israelí que atendió mi sugerencia
sobre el sitio preciso en el que había que buscar mis cuerpos, estos
aparecieron. Estaban todos juntos: Mi hermano con un hijo en sus brazos, mi
cuñada con otro. Fueron muchos (decenas) los amigos que pasaron días y noches
ayudando. Algunos de ellos me acompañaron al panteón civil de Dolores en donde
cremaron los cuerpos. Propuse a la familia de mi cuñada mesclar las cenizas y
dividirlas en dos. Una mitad está ahora en Sinaloa (nuestra tierra) y la otra
en Coahuila (la de mi cuñada). El hijo de mi hermano que sobrevivió vive ahora
en Saltillo. Es callado, muy buen estudiante y se parece a su papa. Mis hijos y
yo nos fuimos para siempre de esta ciudad y después de dos años regresamos.
Hermano te extraño, hermano te quiero
Y ya no estas, nunca estarás.
Te recuerdo de niño, te recuerdo de adulto,
Cerca de mí, lejos de mí,
En un tren, en un terreno baldío, en un rio.
Cerca de mí, lejos de mí,
Hermano te extraño.
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