Hospital General de México hoy |
Por Fernándo Mendoza
El transcurso de nuestra vida se da en tres tiempos Pasado,
Presente y Futuro. El Pasado que nos enseña los errores y aciertos, para en el
Presente no repetir los errores o aprovechar los aciertos, y en un Futuro
enfrentar los acontecimientos en mejores condiciones.
El siguiente relato nos muestra una dramática experiencia
del pasado, que nos invita a reflexionar y disfrutar sobre nuestro estado de
confort en el presente. Y tomar la
medidas preventivas, para que en el futuro no ser afectados al grado de
perder nuestra integridad física, de nuestra familia o seres queridos. Pues nos
encontramos en zona sísmica.
NOTA: El presente
relato es real. Voluntad inquebrantable.
*Publicado por el periódico La Jornada
La vida Continua
.En la ciudad de México todo se da en grande: población,
contaminación, desastres. El Hospital General no es la excepción, fue el
hospital más grande de Latinoamérica.
El 19 de Septiembre de 1985, una
mañana ordinaria. Soy residente del tercer año de cirugía plástica. Acabo de
regresar de mis vacaciones en Cancún. Traigo muchos ánimos. Mi mejor amigo. Ángel
Alcántara (también de cirugía plástica) y yo estamos en nuestro cuarto del
edificio de residentes comentando sobre las vacaciones y las chavas…Son las
7.19, se hace tarde.
---Te espero en la cafetería
mientras te arreglas--- le digo.
Abro la puerta, siento los
primeros movimientos del edificio. Ángel sale del vestidor.
---Está temblando--- dice.
Se intensifica. Esta grueso. Por
razones inexplicables intercambiamos lugares. El tocadiscos amenaza con caer
mientras se oye el clímax de Money
fornothing. Lo detengo en tanto que trato de conservar el equilibrio
agarrado del marco. El edificio se pandea y gira sobre su eje. Nos volteamos a
ver por última vez, nos despedimos con la mirada. Truena y se desploma piso por
piso, los cuatro arriba de nosotros, tras, tras, tras, y los cuatro a nuestros
pies, tras, tras, tras tras. El ruido es indescriptible, me siento como una
cucaracha cayendo del bote de basura a un tiradero. La oscuridad es absoluta.
La presión sobre mi espalda es impresionante. Oigo el último suspiro de Ángel;
ahí va a estar para protegerme. Estoy confundido, asustado, sinsaber que paso.
Pregunto. Nadie me contesta. Pienso en mi familia. ¿Estarán bien?, ¿se destruyó
toda la ciudad? Grito. Notiene caso, solo me contestan con lamentos. Lo cual
aumenta mi zozobra. Hago una rápida evaluación médica: traumatismos contusos múltiples,
sin daño espinal aparente, puesto que detecto movimiento en mis piernas a pesar
de estar en posición fetal forzada, y en la cara encuentro una gran herida por
la que toco el hueso malar sin fractura, y la oreja derecha casi desprendida.
Lo único que no he podido acomodar es mi brazo derecho, sobre el que siento mucha
presión.
¡Mi mano derecha¡ mi instrumento
de trabajo. Trato de sacarla, está atrapada. Grito de desesperación. No sale,
trato de arrancarla y lo único que sale es llanto. Si se tardan más de dos
horas en sacarme, el daño será irreparable.
¿Pero en que estoy pensando?
Probablemente nadie vendrá a rescatarme. Almenos disfrute Cancún, mi último
viaje. Con dificultad alcanzo a estirarme completamente. Mi cama, hecha a la
medida, es de picos de piedra y polvo, se te clava en el pecho, se te mete en
los pulmones. Siento lo duro y lo tupido. Exploro mis alrededores, encuentro el
refrigerador a mi lado. Busco entrada pero los refrescos están inaccesibles.
Parece han pasado siglos, pero tengo noción parcial del tiempo, pues el
despertador de Ángel suena cada doce horas.
Trato de entretenerme cantando,
no me se muchas: El Himno nacional otra
vez; shout, shout, letitaut; se chanson
se chanson se nepamonton.
Parece que hay gente excavando.
Vienen y luego parece que se arrepienten. Me comunico con ellos pegándole al refrigerador
con piedras. A veces me contestan. Ya se fueron otra vez. Las manos me sangran.
Nadie me ve, me orino en los calzones. Al menos ahí esta Panchito, para
perpetuar la especie.
Tiembla otra vez, todo se mueve,
amenazante. Micabeza está colocada de a pechito en el cascanueces: un apretón,
y hasta aquí llegue. Me acomodo. ¡Ni madres! me arrastro hacia atrás. Ya paso
otra vez.
La sed es ya insoportable. No
tengo lágrimas en los ojos llenos de polvo, y temo a la insuficiencia renal. Pruebo
la orina de la botella de Padre Kino. Me da asco. La guardo por si apetece el
señor mas tarde. El sueño del rio seco se repite, los remos chocan en el lecho.
Mis intentos de parto eutócico fracasan. Trato de salir de nalgas, pero hay
distocia de mano.
Paso de la conciencia al delirio.
Estoy en un juego extraño, soy tiburón y trato de salir de esa trampa cónica.
Los competidores afuera siguen martillando, conozco sus voces. La de mi hermano
Rodolfo me despierta:
---¿Eres Francisco?
¡Francisco Bucio! Mi papa, mis
hermanos y demás rescatistas gritan eufóricos. Los expertos sugieren amputar el
brazo, aquellos se lo impiden. ¿Qué son dos horas más?
---Tómenlo con calma, solo
pásenme una coca, como en atrapados sin
salida , por un tubo conectado por un frasco, aunque sea lavativa.
Se niegan. Pataleo. Al fin
levantan la lápida. Mi hermano Nito me libera el brazo y me sacan…Que rico
voltearse en la cama tras cuatro días de decúbito agüevo. La brisa de la noche
me acaricia. Lagente en los escombros, negativo de deguerrotipo.
¡Gracias!
Coca en mano a la ambulancia, al
hospital (donde nací), al quirófano, arriba y abajo como calzón de puta,
tratando de salvarme la mano. Me amputaron cuatro dedos. Ya no importa. En
cuanto me cure me regreso a Tulum a tratar pescadores con pago en especie,
pienso.
Surge una esperanza: trasplante
de dedos de los pies para apoyar el pulgar, La operación es un éxito. Tres
años, doce cirugías después y con apoyo de Mónica y la familia, termino la
especialidad.
Han pasado diez años y ejerzo con
éxito mi especialidad en Tijuana. Y bueno, ya chale. Me voy porque tengo que
operar una liposucción, mi hijo nace en abril y hay que sacar pa´l chivo.
La vida continúa…
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