Por: Francisco Martínez Hernández
Mercado de Tlatelolco fragmento del mural: que se encuentra en la Secundaria Diurna 16 |
El sol nuevo, el de un nuevo día,
ilumina el cielo azul y blancas nubes avanzan lentamente dibujando formas y
figuras que se disipan para luego aparecer otras. En la tierra, un viento suave
y fresco, juguetea con las plumas de Quetzal que lleva consigo el heroico Cuauhtémoc quien contempla un bello paisaje
que al recordarlo lo dejaría registrado en su ordenanza: “Aquí ponemos y
asentamos en la forma que hallamos la laguna grande, como atijerada: Sus olas
como plata y brillantes como el oro, tan fragante y oloroso, donde fundamos
nuestro pueblo de Tlatelulco…” Pero antes, de este panorama, en Tlatelolco, que
significa en náhuatl montículo de tierra, los teotihuacanos pescaban en sus
limpias y tranquilas aguas.
Los tlatelolcas,
familias que se separaron de la gran Tenochtitlán, en el año de 1338, fecha de
la fundación de ésta ciudad, eran gente pacífica a las que poco les importaba
la guerra y mucho el comercio que llegó hasta las costas del Golfo de México y
del Océano Pacífico. Al tianguis o gran mercado de Tlatelolco, se paseaban y
compraban distinguidos señores de entonces como los tlatoani o representantes
del imperio azteca; los tlaciuhqui, astrónomos u observadores del cielo; los
tlamatini y los tetlachiuan, sabios consejeros y adivinos hechiceros,
respectivamente; también asistían los tlacuilo y los cuicapicqui, artistas que
escribían códices y elaboraban cantos como aquel de profundo pensamiento,
acerca de la existencia humana, escrito por el príncipe Ayocuan y que ahora se
encuentra grabado en la parte superior de la puerta de la primera sala de
nuestro admirado Museo de Antropología en Chapultepec y que expresa: “¿Tendré
que pasar como las flores que se marchita? ¿No quedará nada de mi nombre? ¿Nada
de mi fama en la tierra? ¡Por lo menos flores! ¡por lo menos cantos…..!”
Bajo los altos y bellos volcanes
(el Iztaccíhuatl y el Popocatepetl) en el espacio y el tiempo, en el agua y en
el viento, se extiende el entonces hermoso Valle de México y en él, la gran
Tenochtitlán, y la segunda ciudad más importante: Tlatelolco; en donde se
admira la armonía natural y se respira paz y tranquilidad. Pero esta visión, no tardaría mucho en
enturbiarse y enrarecerse, pues los cantos, la música y las danzas de han
callado para escuchar los cascos de los caballos y los ruidos de muerte que
producen los arcabuces y las espadas al ser utilizadas, pues la conquista ha
llegado y con ella, la destrucción y el saqueo, dejando dolor y llanto
prácticamente en todos los palacios y chozas del que fuera el esplendoroso
mundo prehispánico.
La leyenda continúa…. Y un
caballo inquieto con un jinete inquietante: Hernán Cortés clavando su codiciosa
mirada en Tlatelolco le informa a sus reyes que Tlatelolco es como dos veces
más grande que la ciudad de Salamanca. No obstante, hay que derrumbarla junto
con sus dioses, sus pirámides y monumentos; para imponer a un único Dios que a
un mismo tiempo es tres y que además, es todo poderoso y que por ello habría de
construírsele claustros e iglesias con
las piedras de las pirámides; y para afianzar la mitra y justificar la barbarie
afirman que la religión de los “indios”, sus ídolos, sus palacios, sus jeroglíficos
y sus leyendas, eran obra del demonio. Pero el hambre, la peste y la “santa”
inquisición representaban la paz de Cristo. Así el exterminio de una
civilización grande y bella, fue casi total. Pero, como el ave fénix que de
entre las cenizas resurge, los franciscanos al edificar el colegio imperial de
Santiago Tlatelolco, se dan cuenta del talento, de la inteligencia, de la
laboriosidad y del conocimiento de los “indios”, a los que les enseñan las
primeras letras del castellano, y les imparten el latín para formar sacerdotes indígenas.
En este colegio se elaboraron los códices Badiano y Tlatelolco.
Al estallar la revolución de la
independencia de México, el claustro-colegio de Santiago Tlatelolco se
convirtió en prisión, en donde con el tiempo se dieron hechos de lo más interesantes
como, por ejemplo, la fuga de Pancho Villa el famosísimo guerrillero de la
Revolución Mexicana. Tlatelolco, es
histórico y esto lo distingue. Sus acontecimientos y descubrimientos han
merecido, a lo largo del tiempo, la atención de diferentes profesionistas. Pero desde los calpullis hasta los actuales
edificios, concebidos por el arquitecto Mario Pani, Tlatelolco se encuentra
ubicado en esa “trama histórica proyectada en las tres culturas: el mundo
prehispánico, con sus vestigios arqueológicos; el barroco colonial, con su
iglesia del siglo XVII y los actuales edificios aún modernos. Tres culturas Sí pero también tres hechos que
han dejado honda huella: La conquista
española, el movimiento estudiantil del 2 de octubre de 1968 y el terremoto de
1985. Y, sin embargo, Tlatelolco sigue
en pie.
El Tlatelolco de esta hora, es
una ciudad dentro de otra gran ciudad, como cuando era la hermana de
Tenochtitlán; Y sus problemas como el de los servicios públicos, son similares
y compartidos; por ejemplo, la seguridad:
Los elementos de la policía auxiliar, preventiva y delegacional, que
andan a pie, en motocicleta, en patrulla o en bicicleta, parecen insuficientes
ante los actos vandálicos y hasta da la impresión de que aquellos están mejor
organizados que la policía.
Tlatelolco, ahora, merece vivir mejor
con paz y tranquilidad. Con este anhelo
Señor Jefe de Gobierno, Don Miguel Ángel Mancera, considero que además de la
eficacia policial se requieren de más cámaras de vigilancia que podrían
instalarse en los pasillos, en los corredores o en lugares estratégicos, que
permitan detectar y prevenirnos de la delincuencia. Su gobierno, estimado Don Miguel tiene mucha
experiencia en esta forma de combatir a los maleantes porque nos damos cuenta
que sus resultados son muy buenos cuando las cámaras realmente funciona. Y si a esta medida de seguridad y le
agregamos la participación de los tlatelolcas, de sus administradores de los
edificios y de la subdelegación, bien podríamos obtener, conjuntamente, la
confianza y a la serenidad deseada.
Vivir en Tlatelolco, no es sólo
el nombre de la Revista de la localidad que dirige Don Antonio Fonseca y su
grupo de colaboradores. No, Vivir en Tlatelolco es un privilegio, pues entre
sus habitantes aún hay gente generosa y distinguida. Por esto y por mucho más, vivir en Tlatelolco
o estar en él, es un gran honor.
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