miércoles, 6 de noviembre de 2013

La alternancia administrativa: una experiencia en Tlatelolco

Aurelio Cuevas (Sociólogo)

Entada al modulo "AB" del edificio Sonora

Desde que inició en los años setentas la decadencia de la administración central en Tlatelolco (AISA) hasta el presente las formas de gestión vecinal en el conjunto habitacional -a pesar de los esfuerzos organizativos estimulados por el movimiento de autoadministración- han tenido un desarrollo desigual y poco articulado.

Si exceptuamos el lapso inmediatamente posterior a los sismos de septiembre de 1985, durante el cual muchos residentes de edificios dañados demandaron y consiguieron la reconstrucción de los mismos conforme a derecho (mediante el cumplimiento de lo estipulado en el Certificado de Participación Inmobiliaria), es una realidad que a partir de los años noventa la organización vecinal tendió a fragmentarse o atomizarse. Un efecto negativo de esto último fue la desaparición del Consejo de Edificios en Autoadministración (formada durante los años setenta).    

Pero dicho proceso no se detuvo allí ya que también prosiguió en el seno de cada edificio: las representaciones vecinales, que en principio eran generales, se dividieron por módulo o entrada. Tal es el caso de la Asociación de Residentes del edificio Sonora (ubicado en la 3ª sección, con siete pisos de altura y 60 departamentos en total distribuidos en cuatro entradas) que aglutinó formalmente a todos los residentes del mismo hasta convertirse en un cascarón vacío de contenido al hacerse la cohesión vecinal insostenible.

Por diversas circunstancias que no viene al caso mencionar la representación de los vecinos en dicho inmueble se dividió en dos hace varios años. En el módulo que reúne las entradas A y B, con la mitad de los departamentos del edificio y dos ascensores, desde hace algún tiempo se aplica la rotación trimestral administrativa entre los residentes, correspondiendo a cada departamento llevar una vez la estafeta dentro de un calendario sucesorio de alternancia en la gestión que fue acordado por los vecinos. Quien funja como representante se ocupa en el lapso de tres meses del manejo de los ingresos y gastos relacionados con las dos entradas del edificio. Terminado el tiempo de su encargo hace “corte de caja” y llama a una asamblea de residentes para que se designe nuevo administrador.

Destaca en tal experiencia la participación de personas que poco o jamás se habían involucrado en las juntas vecinales; en las reuniones efectuadas los asistentes han manifestado su respaldo tanto a las decisiones asumidas en común como a la representación vecinal del periodo correspondiente. Las ventajas que -a mi juicio- tiene esta práctica es el freno a la permanencia ad infinitum de una directiva vecinal poco confiable, y la participación intermitente de los residentes (en su mayoría propietarios) en la administración del edificio.

De este modo los mismos moradores hacen más llevadero el compromiso de manejar los gastos relativos al mantenimiento del inmueble, favoreciéndose con ello una retroalimentación positiva del quehacer administrativo. Esta última puede, además,  reforzarse por dos hechos: el número relativamente reducido de vecinos vinculados a la gestión del área habitacional, y la proximidad espacial que propicia una mayor frecuencia de los encuentros cotidianos “cara a cara”.   

En virtud de lo afirmado la administración de carácter rotativo puede favorecer una comunicación más eficaz y un mejor trato entre los vecinos, lo cual a su vez genera o fortalece los lazos de confianza, factores que al estar cada vez más ausentes en las asociaciones de residentes de los edificios han provocado su crisis conduciéndolas a su fractura o desaparición.

Con lo anterior no se está sugiriendo que sean enteramente inviables las formas de representación vecinal existentes desde hace varios años; pero lo que sí es innegable es que las asociaciones de gran tamaño (caso de los edificios Tipo C con cerca de 300 departamentos) parecen condenadas a la extinción, y que las mesas directivas electas para un periodo de tiempo largo (¿más de 1 año?) y que no puedan renovarse parcialmente antes de concluir sus funciones corren el riesgo –como ha ocurrido varias veces- de perder su anclaje como portavoces de los auténticos intereses vecinales.    
Estas son solo algunas ideas surgidas en un contexto donde es imperioso para los residentes de Tlatelolco generar iniciativas de gestión- por modestas que sean- que sean viables, prácticas y no costosas para evitar el deterioro de los inmuebles que habitamos y hacernos así merecedores de una mejor calidad de vida.  

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