Alejandro Mario Fonseca
Oficialmente Andrés Manuel López
Obrador lleva gobernando México 100 días. La verdad es que son muchos más
porque hay que incluir, por lo menos, los últimos seis meses del gobierno de Peña
Nieto. Pero no gobierna, sigue en campaña.
Peña quedó borrado del mapa político
mexicano desde julio del 2018 ya que desde entonces México está pendiente de lo
que dice o hace el tabasqueño. Y valla que su discurso es más que dominante, es
avasallador.
Sí, avasallador, arrollador,
exigente, intransigente; y a veces también
dictatorial, desmedido, intolerante y hasta injusto. Uuuuuffff ¿todo
eso? Pues sí.
Su “gobierno” está basado en el
discurso. Sus conferencias mañaneras nos tienen interesados, absortos,
perplejos,… a veces también divertidos o alicaídos, etcétera. También a veces,
resultan incluso hipnotizantes.
Lo mismo pasaba con los discursos de
Fidel Castro y aunque en menor grado con los de Hugo Chávez. El comandante
Castro sí que hipnotizaba a las masas en discursos que duraban horas: era un
maestro de la oratoria.
AMLO no es buen orador, resulta
lento, soso y a veces hasta aburrido, pero también hipnotiza. ¿Por qué? Las
claves nos las da el especialista en discurso político Luis Antonio Espino, que
escribe en letraslibres.com.
(6/3/19).
AMLO y Manuel Bartlett |
Su cercanía
con la gente es real y poderosa
Y es que AMLO es un presidente que sigue en
campaña: tiene una comunicación centrada en la narrativa, los sentimientos y
los símbolos: su uso de aviones comerciales, su auto modesto, su gusto por
mostrarnos que come en lugares sencillos.
Y lo más importante, su uso magistral
del lenguaje popular con fines de comunicación política, que lo ha
consolidado en la imaginación de muchas personas como un gobernante distinto,
realmente cercano a la gente, ha creado un poderoso vínculo que se refleja
en las encuestas.
Para la mayoría de los mexicanos,
pobres y humildes, el discurso del presidente resulta catártico. La catarsis es
la purificación de las pasiones de ánimo mediante las emociones que provoca la
contemplación de una situación trágica.
Y eso es lo que nos explica Espino: Es muy claro el enorme poder de desahogo que
tiene el castigo retórico que AMLO propina diariamente a las élites en sus
discursos matutinos.
Uno puede pensar que la gente se dará cuenta
de que hay una enorme brecha entre sus palabras y sus acciones contra la
corrupción o que sus linchamientos verbales rebasan los límites del abuso
de poder, y que eso le va a costar popularidad.
Tal vez,
pero mientras ese día llega, él ha conseguido persuadir a la mayoría de que
está siendo implacable con los gobernantes previos, los empresarios, los
medios, los “neoliberales” y los “corruptos”. Esta “reparación simbólica”
explica mucho de su alta aprobación.
Un padre
severo que regaña e insulta, pero convence y divierte
El tipo ideal de dominación de AMLO
está resultando más que carismático, patrimonial en el sentido más puro de la
palabra. Ha asumido un arquetipo
profundamente conservador de “padre severo” que cumple roles patriarcales de
proveedor (trabaja duro desde muy temprano para ver por los “hijos buenos”) y
guardián de la moral (castiga a los “hijos malos”).
Al centrar
su discurso en consideraciones morales, el presidente ha logrado el sueño de
todo político: la gente lo valora por la bondad de sus intenciones, no por los
resultados de sus acciones. Esto es muy positivo para AMLO, pero no
necesariamente es positivo para la calidad de las decisiones del gobierno.
Y aquí viene algo que a muchos no les
gusta, sobre todo a los panistas: está resultando un maestro del insulto fino.
Espino le llama reificación que
significa cosificación. En términos marxistas el concepto designa una forma
particular de alienación o pérdida de la personalidad o de la identidad de una
persona o de un colectivo.
La reificación le sirve a AMLO para
reducir la valía de algunas personas o grupos ante la audiencia, lo que se
puede lograr con calificativos denigrantes.
El presidente ha creado para ese fin
un extenso catálogo de términos cargados de desprecio moral: “conservadores”,
“mezquinos y neofascistas”, “corruptos”, “fifís”, “la mafia de la ciencia”,
“machuchones”, etcétera.
Así que el tabasqueño ha resultado un
“artista del insulto”, que además lo presume. Incluso hace gestos para acompañar sus insultos; y esto, como ya
dije, a algunos les molesta, pero a la mayoría los convence y hasta divierte.
Propaganda
en lugar de comunicación
Lo más interesante es que para este
analista (Espino) AMLO y su gobierno están usando predominantemente técnicas
de propaganda política, no de comunicación gubernamental.
Mientras que la comunicación busca
informar, brindar evidencia (datos), rendir cuentas y generar consensos
sociales a favor de los planes de gobierno.
La propaganda busca generar lealtad a
una persona o partido usando el conflicto y el contraste mediante la activación
de emociones, el manejo de símbolos y la polarización.
Espino tiene razón pero es severo y
exagerado en sus conclusiones. Tacha a AMLO como un maestro de la posverdad:
algo muy cercano al pacto diabólico.
La posverdad o mentira emotiva es
un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad, con
el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las
actitudes sociales, en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que
las apelaciones a las emociones y a las creencias personales.
100 días es muy poco tiempo para
aventurar una conclusión tan severa. Mucho
de lo que dice Espino es razonable y cierto, pero no por ello AMLO es
condenable tan rápido.
Hay que recordar que proviene de las
filas del PRI, y todavía más claro, del PRI de izquierda. Esto significa que
fue educado en la retórica y en la demagogia. Mi opinión personal, es que
debemos darle tiempo para ver qué tan eficaces resultan sus políticas.
Lo que yo concluiría a “bote pronto”
es que su forma personal de gobernar, patriarcal, propagandista y a veces hasta
mentirosa, le está permitiendo afianzarse en el poder.
Y que si lo logra, a pesar de todas
las adversidades internas y de la geopolítica (el poder financiero,
petrolero y armamentista), los frutos ya
estarán por venir. Sí, son buenos deseos y lo digo por el bien de todos.
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