Alejandro Mario Fonseca
La lectura de las obras de Max Weber
cambió radicalmente mi apreciación de la política. Descubrí muchas cosas
sorprendentes, un aparato conceptual novedoso, una metodología más apropiada
para las ciencias sociales; y lo más importante: que el investigador debe
distanciarse del punto de vista propio.
Los valores aparecían como un serio
obstáculo para la objetividad en la investigación social. El politólogo, el historiador, el economista, deben distanciarse
de sus propios valores para poder avanzar; lo que no significa que deban
renunciar a ellos.
En cambio aquellos que se dedican al
ejercicio de la política deben actuar con estricta responsabilidad social y
siempre en perfecta correspondencia con su ideología, con sus valores y con
clara consciencia de sus decisiones y actos.
Max Weber nunca se vio a sí mismo
como sociólogo, sino como historiador; para él, la sociología y la
historia eran dos empresas convergentes.
Ahistoriador Enrique Krauze |
El primer
sociólogo de la modernidad
Sin embargo, al final de su vida en
1920, escribió en una carta al economista Robert Liefmann: "Si me he
convertido finalmente en sociólogo (porque tal es oficialmente mi profesión),
es sobre todo para exorcizar el fantasma todavía vivo de los conceptos
colectivos”. (Wikipedia)
Su obra más reconocida es su tesis de
doctorado La ética protestante y
el espíritu del capitalismo, que fue el inicio de su trabajo sobre la
sociología de la religión. Pero su obra más ambiciosa Economía y sociedad es todo
un paradigma para las ciencias sociales modernas.
Weber argumentó que la religión fue
uno de los aspectos más importantes que influyeron en el desarrollo no sólo del
capitalismo, sino de las culturas occidental y oriental.
Entre sus escritos políticos, La ciencia como vocación y La política como vocación,
son dos conferencias magistrales que le
darían fama mundial.
Weber definió
el Estado como una entidad que ostenta el monopolio de la
violencia y los medios de coacción: una definición que fue fundamental en el
estudio de la ciencia política moderna.
Me encontré en el sitio de Internet culturizando.com, las 10 frases de Max
Weber más emblemáticas:
Max Weber en
10 aforismos
«Se define Estado como la institución
que posee el monopolio legítimo de la violencia dentro de un territorio»
«Quien hace política pacta con los
poderes diabólicos que acechan a todo poder»
«El destino de nuestra época se
caracteriza por la racionalización e intelectualización y, sobre todo, por el
desencantamiento del mundo»
«La creencia en el valor de la verdad
científica no procede de la naturaleza, sino que es producto de determinadas
culturas»
«Desde la aparición del Estado
constitucional y más completamente desde la instauración de la democracia, el
demagogo es la figura típica del jefe político en Occidente»
«La experiencia de la irracionalidad
del mundo ha sido la fuerza conductora de todas las revoluciones religiosas»
«Quien vive de la política hace de
ello su vida en un sentido íntimo; o goza simplemente con el ejercicio del
poder que posee»
«Toda experiencia histórica confirma
la verdad de que el hombre no hubiera obtenido lo posible si no hubiera pugnado
una y otra vez por alcanzar lo imposible»
«El medio decisivo de la política es
la violencia»
Dejé para el final el aforismo más
importante, una especie de resumen de todos los demás; aquel que por desgracia
también es un diagnóstico sumario del sino político que vivimos los mexicanos
en la actualidad:
“El
político debe tener: amor apasionado por su causa; ética de su responsabilidad;
mesura en sus actuaciones”.
Y digo sino, porque el Sino es
una conjunción adversativa que se escribe en una sola palabra y se usa,
principalmente, para contraponer un concepto a otro.
Y es que la clase política mexicana hace todo lo contrario a lo que marca
la máxima weberiana.
Nuestra
clase política dominada por el diablo
No es que Max Weber esté invitando a
los políticos a actuar violentamente, al abuso y goce del poder político, o a
la demagogia; tampoco nos está pintando un mundo condenado a la irracionalidad.
Cuando nos habla de desencantamiento
del mundo no es que nos esté proponiendo renunciar a la actividad política
correctiva, a la lucha por nuestros ideales democráticos y de justicia social.
En suma, el famoso “pacto del
político con el diablo”, no es una resignación, mucho menos una invitación. Sino una advertencia de los peligros a
los que se enfrenta el político que decide actuar con responsabilidad social.
Y eso es precisamente de lo que
carece nuestra clase política, incluidos algunos de los que rodean a AMLO:
responsabilidad social. La metáfora del “pacto con el diablo” da para mucho.
Los detractores de Andrés Manuel
López Obrador, no se han cansado, ni se cansaran, de recordarnos cuando mandó
al diablo a las instituciones. Tampoco se cansaran de etiquetarlo de
“populista, un peligro para México”.
Pero fríamente visto los que ya
metieron al diablo en las instituciones son precisamente los que lo acusan. La
lista es larga, casi no se escapa nadie: los tres poderes, los tres órdenes de
gobierno, y los partidos políticos; pero
también las “instituciones ciudadanas” y las empresas paraestatales.
La lista de fechorías también es
larga y muy abultada. Robo, abuso, despilfarro, impunidad, imposiciones,
muertos y más muertos, ríos de sangre, trampas electorales, etcétera, etcétera.
¿Qué acaso no está claro que el diablo ya está adentro desde hace rato?
Un problema
de ignorancia
Y lo peor, algunos colaboradores de
AMLO se están convirtiendo rápidamente en pequeños demonios que pretenden
llevar a la hoguera a algunos científicos que no comulgan con el populismo:
hace no mucho se encarnizaron contra el poeta Octavio Paz; hoy lo hacen contra el
historiador Enrique Krauze.
Lo más probable es que muy pronto
Krauze saldrá avante de las infamias y ataques que le están propinando,
seguramente por ignorancia: no pierdan el tiempo y mejor pónganse a leer y
estudiar sus obras. Sí, critica a AMLO
pero lo respeta.
Responsabilidad y buenos resultados
es lo que todos estamos esperando de AMLO y de sus colaboradores, no
escaramuzas infundadas que no hacen otra cosa más que confundir a la
ciudadanía.
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