En su texto El alma del ateísmo, el filósofo francés André Comte-Esponville,
apoyándose en La crítica de la razón
pura de Kant se pregunta, ¿qué estudia la filosofía? Y para responder a
algo tan general, tan básico, pero también tan complejo, aclara de inmediato,
la filosofía pretende responder a tres preguntas: ¿qué puedo conocer? ¿qué debo
hacer? y ¿qué me está permitido esperar?
Traigo a colación estás grandes
cuestiones filosóficas porque últimamente me he estado preguntando ¿en qué cree
el loco Trump? Ya sabemos que no estudia ni lee nada, no tiene tiempo, sólo
está dedicado a hacer dinero (y ahora política); pero ¿es religioso? ¿católico? ¿cristiano? No lo sé y para
escribir esto ni siquiera me molesté en investigarlo, carece de importancia, en
todo caso si dice ser cristiano, en el fondo no es más que un gran hipócrita.
Pero no vayamos tan lejos, veamos que
sucede aquí en casa, en “el patio trasero” del imperio y preguntémonos ¿en qué
cree nuestro presidente? Dando por descontado que no sigue ninguna corriente
filosófica, porque tampoco lee, o en todo caso muy poco, sólo recuerda haber
leído algunas partes de la Biblia; ya sabemos que es católico, todos lo vimos
comulgar junto con su esposa de la mano del Papa Francisco. Así que me temo que
se trata de otro hipócrita. ¿Qué no? Solo hay que ver su último sainete con
relación al gasolinazo, con toda desfachatez nos pregunta a los mexicanos ¿qué hubieran
hecho ustedes?
¿Dónde
comienza la modernidad?
Pero antes de continuar con la
crítica política, regresemos al texto de
Comte-Sponville. Lo que el filósofo defiende es que, si bien la religión y la espiritualidad son dos cosas
distintas, a fin de cuentas “los ateos también tienen espíritu”. Pero entonces
¿por qué se interesan menos que los demás por la vida espiritual?
Su propuesta es pensar en una
espiritualidad laica, sin Dios, sin dogmas y sin Iglesia. Lo que supone un gran
desafío: la espiritualidad es algo demasiado precioso e importante, como para
dejarlo en manos de los fanáticos. El laicismo no debe confundirse con el odio
antirreligioso, hay que reivindicarlo como un amor que exige libertad, para uno
mismo y para los demás.
Y regresando a Kant, nos aclara: no
porque Dios me ordene algo está bien, sino que podemos creer que Dios ordena
una cosa o acción porque es buena. Ya no es la religión lo que funda la moral,
sino la moral la que funda la religión.
Y todavía más a fondo: para quien
tiene religión, los deberes son divinos. Para quien no la tiene, los deberes
continúan, se los impone uno mismo. Ahí es donde comienza la modernidad. Y
remata: el siglo XXI será espiritual y laico o no será.
Comte-Sponville cita a Alain: la moral consiste en saberse espíritu y, por
este motivo, absolutamente obligado, porque nobleza obliga. En la moral no hay
otra cosa que el sentimiento de la dignidad. ¿Robar, violar, matar? No
sería digno de mí: ni digno de lo que la humanidad ha alcanzado, ni digno de la
educación que he recibido, ni digno de lo que soy y quiero ser. Por tanto, yo
me lo prohíbo, y a esto es a lo que podemos llamar moral.
¿Qué
hubieran hecho ustedes?
Y ahora sí, regresando a la crítica
política, ¿qué debo hacer? se pregunta el presidente Peña Nieto. Bueno, no lo
dijo así, pero en el fondo esa es la pregunta clave. Y la respuesta es para la
mayoría de los mexicanos, pues ni más ni menos que lo que usted juró cuando tomó
posesión del cargo: respetar y hacer respetar la ley y servir al pueblo de
México. Pero ya es demasiado tarde. En combinación con la llegada del loco
Trump al poder, nos espera un fin de sexenio todavía peor.
Como dice Jorge Zepeda Patterson en
su última columna en Sin embargo: la frase de Peña Nieto para explicar
el aumento en el precio de las gasolinas, “¿qué hubieran hecho ustedes?” es
como la del cirujano: absolutamente reveladora. Es lo que argumenta alguien que
se encuentra contra la pared en un último intento para justificarse, cuando
todas las demás razones se han agotado.
Y continua con una respuesta
demoledora: “Con su pregunta, Peña Nieto pretende que nos pongamos en sus
zapatos. Una exigencia ilegitima porque él nunca se puso en los zapatos de
tantos millones que viven bajo el apremio, la inseguridad y la injusticia.
Millones que observaron durante cuatro años la manera en que gobernadores,
legisladores, partidos políticos y funcionarios saqueaban a una escala nunca
antes vista los recursos públicos”.
Y ya para terminar, regresando a las
tres preguntas de Kant, ¿Qué puedo conocer? Pues casi todo, lo bueno y lo malo,
por fortuna “la gran cloaca está abierta” como dijera Krauze. ¿Qué debo hacer?
De acuerdo con la Ilustración y con la fe cristiana, actuar conforme al
humanismo y la razón: lo que mi educación y mi dignidad humana me indican. Y
por último ¿qué nos está permitido esperar? Para los creyentes la respuesta es
sencilla: la salvación; pero para los que no lo somos pareciera que la
esperanza se burla de nuestros razonamientos. ¿Usted qué opina?
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