Alejandro Mario Fonseca
De alguna u otra manera todos hemos
participado en un debate. Incluso desde niños hemos vivido esa característica
innata del ser humano (del homo sapiens)
de discutir, defender nuestro punto de vista y finalmente tomar una decisión.
En el salón de clases, en el campo de
futbol o incluso en la organización de una fiesta o de un viaje, hemos debatido
sobre cómo hacerlo, cuándo cómo y con qué. Normalmente el líder, el que sabe
más sobre el tema es el que convence a los demás: pero la decisión final es
colectiva.
Y precisamente esa es la esencia de
la política. El homo sapiens también
es un zóon politicón y la política en
su acepción más amplia es la toma de decisiones colectivas.
Así que un debate es una discusión en
la que dos o más personas opinan acerca de uno o varios temas y en la que cada
uno expone sus ideas y defiende sus opiniones e intereses.
Un debate político clásico es el que
se da en los parlamentos; en México sería el que se da en las cámaras de
diputados y senadores. Pero también se dan debates, aunque muy pobres, en los
órganos ciudadanos y judiciales, como en el Instituto Nacional Electoral o en
la Suprema Corte de Justicia, por citar tan sólo dos ejemplos.
Foto: Forbes. com |
La retórica
Pero antes de pasar al análisis
crítico de los debates en el quehacer de la actividad política mexicana, veamos
sus orígenes. Y estos están íntimamente ligados a la democracia clásica de la
Grecia antigua en la que surgió la retórica.
En la actualidad la retórica es
una disciplina transversal a distintos campos de conocimiento que se ocupa de
estudiar y de sistematizar procedimientos y técnicas del empleo del lenguaje; y aunque su finalidad es
comunicativa, también suele estar al
servicio de una necesidad persuasiva o estética.
Así que la retórica no es exclusiva
de los políticos, también la estudian los hombres de letras, los publicistas,
periodistas, educadores, abogados, líderes religiosos; y desde luego también
los politólogos y en general aquellos estudiosos de las ciencias sociales.
La retórica se configura como
un sistema de procesos y recursos que actúan en distintos
niveles en la construcción de un discurso. Tales elementos están estrechamente
relacionados entre sí y todos ellos repercuten en los distintos ámbitos
discursivos.
En la Grecia clásica se entendía
como retórica el ars bene dicendi, esto es, la técnica de
expresarse de manera adecuada para lograr la persuasión del
destinatario.
Pericles el estadista
El siglo V
antes de Cristo, es el Siglo de
Pericles,
término acuñado al período de la historia de Atenas en el que
alcanzaron su apogeo diversas manifestaciones culturales.
Pericles, el estratega, el político y
el orador ateniense, supo rodearse de
las personalidades más destacadas de su tiempo: políticos, filósofos,
arquitectos, historiadores, poetas, etc.
Fomentó las artes y las letras y dio
a Atenas un esplendor que no se repitió a lo largo de su historia.
Realizó también grandes obras públicas y mejoró la calidad de vida de sus
ciudadanos.
Uno de sus grandes colaboradores fue Tucídides
el historiador y militar ateniense que escribió La Guerra del Peloponeso. Relato que inicia haciendo un breve
recorrido por los orígenes del pueblo griego, mencionando incluso la guerra de
Troya y con especial detenimiento en la
historia reciente de Atenas.
Para Tucídides la auténtica razón, el
auténtico motivo para que se desencadenara la guerra, fue tan sencillo como
este:
La causa más
verdadera, aunque a la que menos se manifiesta en las declaraciones, pienso que
la constituye el hecho de que los atenienses al hacerse poderosos e inspirar
miedo a los lacedemonios les obligaron a luchar.
Un paradigma
clásico y moderno
“Este día será para los griegos el
principio de grandes desgracias”, es la frase que pronunció el último
emisario que los espartanos enviaron a los atenienses al verse rechazado sin
siquiera ser escuchado; tras esta frase dio comienzo la guerra.
El relato, la crónica de Tucídides
está lleno de discursos, entre los cuales destaca la arenga de Pericles a los caídos tras el primer año de guerra.
Obra maestra de la oratoria, que condensa en breves palabras el espíritu del
pueblo ateniense:
Tenemos un
régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores
de los demás, somos un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no
depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia.
Y es precisamente éste párrafo de la
oratoria de Pericles, el que se ha
convertido desde Maquiavelo hasta nuestros días en un verdadero paradigma de la
democracia liberal moderna.
Y aunque algunos no nos gusten, por
demagogos, a lo largo de la historia hemos tenido grandes oradores, expertos en
retórica, que han brillado por la facilidad con
la que convencían a sus audiencias, por más grandes que estas fueran:
Hitler, Mussolini, Chuchill, Kennedy, el Che Guevara, Martín Luther King, el
peruano Alán García y muchos otros.
En México también hemos tenido
grandes oradores, cito algunos: Iturbide, Guillermo Prieto, Melchor Ocampo,… y
ya en los últimos tiempos, López Mateos, López Portillo y Colosio. No me
acuerdo donde leí que los periodistas desde
la Revolución solían referirse a estos con el término de picos de oro.
El debate de
los demagogos: todos contra AMLO
Pero mucho me temo que los picos de oro ya se extinguieron, brillan
por su ausencia. Ahora lo que tenemos son políticos con labia, verdaderos
demagogos que a base de verdades a medias, de mentiras e incluso de infamias, intentan
defender sus canonjías y sus fortunas mal habidas.
La demagogia es un término que también proviene de la Grecia antigua.
Se trata de una estrategia, muy utilizada en la actualidad, para conseguir el
poder político, que consiste en apelar a prejuicios, emociones, miedos y
perspectivas de la sociedad.
Los grandes demagogos suelen ser
oradores que abusan de la ignorancia, de la desinformación y de la propaganda
política. Y en consecuencia, lo que estamos por presenciar el domingo 22 de
abril será un pobre debate.
Y es que con la excepción de Anaya y
de López Obrador, los otros tres candidatos carecen de buena oratoria. Lo que no
quiere decir que la de Anaya o la de AMLO sean muy buenas, sino que suelen
defenderse medianamente.
El tabasqueño se perfila como el
ganador del debate y no tanto por su buena oratoria, como ya dije, sino por las
debilidades de los otros cuatro. Margarita y el Bronco nada tienen que hacer
allí, claramente van como provocadores.
Y mientras que Meade llega derrotado
por las encuestas, ya veremos si el arrojo, la inteligencia y la juventud de
Ricardo Anaya, logran imponerse a un viejo diablo con el colmillo retorcido en
el que se ha convertido AMLO.
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