Alejandro Mario Fonseca
Siento una enorme alegría por el
hecho de coincidir con el “Peje” (el apodo es cariñoso, de ninguna manera
despectivo, si quisiera serlo diría “peje lagarto”) el politólogo Andrés Manuel
López Obrador.
¿En qué coincido con él? Bueno pues
en lo más importante, al menos para mí, en su filosofía, en sus conceptos.
Acabo de terminar de leer su libro 2018:
la salida, y en sus últimas páginas se abre completamente y nos muestra sus
concepciones más profundas: su pensamiento filosófico.
Pero antes de entrar en materia,
quisiera compartirle amable lector, que se trata de un tema que me ha inquietado
a lo largo de toda mi vida. Y es que la
filosofía no es un simple amor a la sabiduría, es algo mucho más complicado, es
la coordinación general de los valores humanos.
La filosofía es ante todo ética,
moral, valores, y sus preguntas básicas son qué hacemos, cómo lo hacemos y para
qué lo hacemos. Y el “Peje” nos da respuestas muy claras; y lo más importante,
nos comparte con puntualidad sus ideas.
Y es por ello que quisiera recordar una pequeña
gran polémica que tuve con un buen amigo sobre el tema. Cuando uno se va
haciendo viejo la nostalgia nos lleva a la reflexión filosófica más profunda,
más valiosa e interesanteLibro màs reciente de AMLO |
Un diálogo
amistoso por escrito
Hace ya casi un año mi estimado amigo
Don Octavio Rodríguez Figueroa se puso nostálgico y sentimental. En su
colaboración para El Quetzal del 7 de
mayo del 2017 introdujo una disertación sobre los conceptos del tiempo, la
satisfacción, el destino, en suma sobre la felicidad humana.
Me gustó, sobre todo porque yo he
participado de esa polémica sobre el tema, un tema que sobra decirlo, me
encanta. Pero me gustó todavía más porque se atrevió a compartirla por escrito.
Lo que sucede es que cuando uno se
sienta a escribir, lo primero que se tiene que hacer es tener cuidado con lo
que se dice, ya que lo que se diga va a
quedar allí en el papel (o en el archivo virtual, o en la “nube”).
Entonces no son lo mismo la palabra
hablada, que se la lleva el viento, y la palabra escrita que es mucho más
valiosa: ahí queda como prueba incontrovertible y por lo tanto como
responsabilidad de quien la expreso.
Bueno, pero lo que quiero es
compartir la polémica introducida por mi amigo Octavio. Él aborda el tema de la
felicidad, hablando del tiempo, que se va muy rápido cuando uno entra en la
vejez; y del balance al que uno se ve obligado sobre su aprovechamiento o
desperdicio, con la respectiva satisfacción o arrepentimiento.
La felicidad
y nuestros momentos buenos
Dicho esto pasa al concepto de
felicidad, que le parece muy difícil de precisar. Y se pregunta, ¿tendrá que
ver con el dinero, la salud, el amor, la diversión, etcétera? Desde luego que
tiene que ver, yo creo que nadie puede ser feliz, si antes no tiene satisfechas
sus necesidades básicas: alimentación, salud y educación, por lo menos. ¿Cómo
daríamos o recibiríamos amor, cómo nos divertiríamos si estuviésemos
desnutridos o enfermos, o mal educados?
Pero aun cuando nos estamos
acercando, la pregunta sigue sin contestarse categóricamente ¿qué diablos es la
felicidad?
La disertación iba muy bien, pero en
lugar de profundizar en los conceptos de amor y diversión, que me parecen los
centrales, Octavio opta por una salida inteligente, simpática pero fácil: como
a lo largo de nuestras vidas todos vivimos momentos buenos y malos, imaginemos
que tenemos dos baúles, en uno de ellos pondremos los ratos buenos y en el otro
los malos, llevémoslos a una balanza y ella nos dirá si nos ha ido bien o mal,
en suma si somos felices o no.
Estoy perfectamente de acuerdo, el
ejercicio me gusta, pero en lugar de quedarnos sin definir la felicidad, aun
cuando la entendamos mejor, no sería más provechoso profundizar en qué es
aquello que hace que algunos de nuestros momentos sean “buenos” o que algunos
otros sean “malos”.
La felicidad
y la armonía
A ver, reflexionemos con cuidado,
¿por qué a veces pasamos malos momentos?
En el trabajo, en nuestros hogares, con
los amigos en el café,… siempre hay momentos malos, ¿cuáles? pues
aquellos en los que entramos en conflicto, cuando nuestros interlocutores
mienten o engañan, o son pesados y gritan, no nos dejan hablar; en suma cuando
violentan la relación.
Pero también hay momentos buenos,
aquellos en los que nos sentimos bien, porque se nos toma en cuenta, se nos
escucha y nos sentimos en plena armonía con los que nos rodean, ya sean jefes,
subalternos, amigos o familiares; incluso cuando nos sentimos en armonía con
nosotros mismos. Es decir, cuando sabemos vivir.
Y sin darnos cuenta ya estamos
entrando al núcleo duro del concepto de felicidad. Decía Montaigne ¿Qué nos
falta para ser felices cuando lo tenemos todo para serlo y no lo somos? Lo que
nos falta es la sabiduría o, en otras palabras, el saber vivir.
No hay ciencia tan ardua como saber
vivir esta vida bien y naturalmente. Esta ciencia no es una ciencia en
el sentido moderno del término. Es más bien un arte o un aprendizaje; se trata
de aprender a vivir; solamente esto es filosofar de verdad.
Vivir en la
verdad
Y ya para rematar, yo diría que la
felicidad es vivir en la verdad, en la verdad de la vida cotidiana, en plena
armonía con nosotros mismos y con todo lo que nos rodea.
¿Y cómo hacerle para conseguir esta
armonía que a primera vista tan sencilla tan fácil, ya en la realidad aparece
tan confusa, tan difícil? Hay por lo menos dos caminos el de la religión y el
de la buena educación.
Son complementarios pero mal
entendidos pueden entrar en conflicto. Ambos caminos los ofrece el seno
familiar, ya que nuestros padres se encargan de que los sigamos más o menos con
cierta disciplina.
Pero deben tener continuidad en la
escuela, en la universidad, en la empresa,
en el barrio, en la ciudad, en el país y en nuestros tiempos en el mundo
globalizado.
En el México violento, corrupto e
impune de nuestros días la felicidad aparece como algo más que confuso,
inalcanzable. Así que estimado lector, la cosa no es tan sencilla, esto de la
felicidad es algo que tenemos que estar trabajando día con día, no debemos
bajar la guardia.
Y sorpréndase amable lector, todas
estas ideas, reflexiones y propuestas las puede encontrar en el último libro del
“Peje” 2018: la salida. Y como ya no
tengo espacio aquí, se lo voy a demostrar en mi próximo artículo.
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