Alejandro Mario Fonseca
Últimamente, hará unos cinco años, ahora
que tengo más tiempo libre, además del yoga que me calma, de mis lecturas de
ficción, del cine y de mí familia, me ha dado por escribir, escribir sobre
política.
Sí, es una vieja debilidad: la
política. Y como es caprichosa y seductora, muy compleja; qué mejor manera de
acceder a ella escribiendo. Pero
escribir no es fácil, es una actividad que requiere de lucidez, sobre todo de
leer mucho y de estar siempre alerta.
Que debería dedicarme a la política
de lleno, me dicen algunos amigos. Pues no, porque es ingrata, mejor escribo.
Que no deja dinero, pues no importa, es uno de los lujos que puedo darme, igual
que AMLO soy austero y no necesito mucho dinero.
La austeridad es una de las cosas que
me encantan del actual gobierno de la 4 T. Pero hoy quiero referirme a los
periodistas, ese gremio de sufridores que en tiempos recientes gracias al
Internet, se han convertido en verdaderos filisteos
de la posmodernidad.
Albert Camus |
El
filisteo es una persona convencional y vulgar de intereses y aspiraciones
miserables, que odian en secreto a la “cultura” y su pensamiento y mente se
limitan al interés individual.
Es decir la persona dedicada a lo que
ese gran pensador de la normalidad burguesa que fue Freud consideraba
precisamente “normal “, el amar y trabajar según las formas convencionales
establecidas por la llamada sociedad.
Una difícil
hazaña
¿Cuál es el problema de fondo de
nuestros periodistas? De ese gremio de sufridores que día con día salen a la calle a ver “qué cachan”. Estoy hablando
de la “tropa”, de esos jóvenes que por su condición de recién llegados, y otros
no tanto, pero que por su mala fortuna echan mano de su osadía.
La osadía es sinónimo de atrevimiento, audacia o resolución, según el contexto y el
sentido con que se use la palabra. Nuestros jóvenes periodistas “se avientan” a
ver qué pasa: su arma es el celular; las noticias están en todos lados, tan
sólo hay que caminar.
El problema es que caminan en un
mundo muy contaminado. Todo se está pudriendo, la posmodernidad es engañosa,
estamos dominados por malvivientes: mentiras, robos, violencia, crímenes por
todos lados; ya es el pan de cada día.
Pero algunos sobreviven, van por
allí, capoteando al diablo y cuando pueden toman la foto y la suben a la red.
Ni siquiera hace falta una frase, la foto lo dice todo, la denuncia está en la
imagen y vende, vende bien.
Y los que sobreviven, poco a poco, de
manera empírica van aprendiendo el oficio. También otros tienen la suerte de
estudiar, ya muchas universidades ofrecen la profesión de periodismo, algunas
son buenas. Descubre que existe la prosa, la literatura.
Así que la base, la esencia del buen
periodismo, está en la cultura. Los grandes periodistas han sido hombres de
letras. Podría citar a muchos, pero pensemos en grandes maestros como Hemingway
o Camus, o para hablar de mexicanos, en Julio Scherer o Vicente Leñero.
¿Y qué es lo que los lectores
apreciamos más de un buen escrito periodístico? Pues algo muy sencillo, que además
de informarnos, nos haga pasar un buen rato: buscamos diversión. Por ello es
que la ironía de una buena pluma es tan importante.
Sin ironía
no hay periodismo
Se trata de algo que tuve la suerte
de aprender hace ya muchos años, por allá a fines de los años 70, cuando hice
mis pininos en el periódico de Sindicato Académico de la UAP (entonces no era
benemérita). Me acuerdo muy bien que fue
el güero Yáñez quien me dijo: tienes
ironía natural, sólo necesitas encontrar tu estilo personal.
Tiempo después Beto Sotelo quien
fuera el primer director de la revista
Crítica editada por la misma UAP, me dijo lo mismo y me animó a seguir
escribiendo. Lo primero que le llevé fue una crítica del libro El espejo de la producción de Jean
Baudrillard.
La ironía es un modo de expresión o figura retórica que
consiste en decir lo contrario de lo que se quiere dar a entender, empleando un
tono, una gesticulación o unas palabras que insinúan la interpretación que debe
hacerse.
También es
una situación o hecho que resulta ser totalmente contrario a lo que se esperaba
o que marca un fuerte contraste con ello. Por eso es que la buena ironía
resulta divertida.
Albert
Camus, periodista y premio nobel de literatura en 1957, ícono de la prensa
libre durante los peores momentos de la Segunda Guerra Mundial, acudía
constantemente a la ironía como la mejor manera de hacer periodismo crítico.
A lo largo
de su vida seguiría encarnando ese ideal: en 1944 fundó el periódico Combat
bajo un modelo de libertad absoluta, donde no se publicaría publicidad para no
recibir patrocinios de ningún tipo, un periódico cuyo fin último era establecer
una relación exclusiva con sus lectores. Sigamos los consejos de Albert Camus.
El periodismo libre, en un texto
inédito de Camus
Según Camus, los medios y condiciones
para que un periodista independiente no pierda su libertad “ante la guerra y
sus servidumbres” son cuatro: lucidez,
rechazo, ironía y obstinación. La lucidez, porque “supone la resistencia a
los mecanismos del odio de la ira y el culto a la fatalidad”.
“Un periodista, en 1939, no se
desespera y lucha por lo que cree verdadero como si su acción pudiera influir
en el curso de los acontecimientos. No publica nada que pueda excitar el odio o
provocar desesperanza. Todo eso está en su poder”.
“Frente a la creciente marea de la
estupidez, es necesario también oponer alguna desobediencia”, continúa Camus.
“Todas las presiones del mundo no harán que un espíritu un poco limpio acepte
ser deshonesto”, decía. Y luego: “Es fácil comprobar la autenticidad de una
noticia. Y un periodista libre debe poner toda su atención en ello”.
“Porque, si no puede decir todo lo que
piensa, puede no decir lo que no piensa o lo que cree que es falso. Esta
libertad negativa es, de lejos, la más importante de todas”, ya que permite
“servir a la verdad en la medida humana de sus fuerzas”, o “al menos rechazar
lo que ninguna fuerza le podría hacer aceptar: servir a la mentira”.
La tercera condición para ser libres
es la ironía: “No vemos a Hitler, por poner un ejemplo entre otros posibles,
utilizar la ironía socrática”, escribe Camus. “La ironía es un arma sin
precedentes contra los demasiado poderosos. Completa a la rebeldía en el
sentido de que permite no solo rechazar lo que es falso, sino decir a menudo lo
que es cierto”.
Para cumplir lo anterior, la cuarta
regla indispensable es “un mínimo de obstinación para superar los obstáculos que
más desaniman”, a saber: “la constancia en la tontería, la abulia organizada,
la estupidez agresiva”. (Cfr. Miguel
Mora, El País, 16/3/2012)).
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