Alejandro Mario Fonseca
1 de noviembre de 2015
El año pasado participé en la elaboración de una ofrenda de
muertos para un concurso convocado por el DIF de San Pedro Cholula. Mi hija
Isabel estudiaba el pre escolar en el CAID Casa de Cultura. Con mucho
entusiasmo las maestras y los papás presentamos en una hermosa ofrenda que por
poco gana el concurso. Este año viví el evento otra vez muy de cerca. A mi
mujer le tocó participar en un concurso similar en Huejotzingo. Ella estudia en la UNIDES y
elaboraron una ofrenda dedicada a Octavio Paz, le pusieron mucho empeño pero no
sé por qué no ganaron, era la más bonita de todas.
La gente tiene una gran devoción por sus muertos. Por todos lados vemos ofrendas. Principalmente los parientes y los amigos de los difuntos cumplen con el rito de llegar con sus cirios o veladoras y reciben a cambio las deliciosas hojaldras tradicionales. Ahora, tal vez por el efecto correspondencia del Halloween anglosajón, también se realizan concursos de catrinas, algunos muy lucidores como el que acabo de ver en Huejotzingo el jueves pasado.
Pero aventurando una interpretación política, del fenómeno, porqué
los mexicanos festejamos con tanta “pasión” a nuestros muertos. Corrijo el término,
“pasión lúdica”, porque son fiestas tristes pero también alegres. La intención
de mi pregunta no es la de competir con los especialistas en el tema. Ya con
las lecciones que nos da Memo Toxqui sobre el tema es suficiente. Así que me
atrevo a compartir un punto de vista desde la historia política.
Pero al grano pues. Investigando sobre la violencia y los
muertos me encontré con un texto ampliamente revelador de Frank Tannenbaum, un
historiador austriaco que desde niño migró a los Estados Unidos; sensible activista
social, reportero e historiador le tocó conocer México en plena Revolución. A
ver qué le parece el siguiente resumen:
La historia mexicana ha sido particularmente trágica,
violenta y sin contemplaciones. La conquista exterminó los jefes indios, sus
templos, quemó sus reliquias y casi aniquiló la identidad de las gentes con su
propio pasado. Las guerras prolongadas y devastadoras de la Independencia, con
sus declarados propósitos de libertad y de justicia, no sólo vinieron a
encubrir el terror y la crueldad sino que negaron los valores humanos esenciales
inculcados durante cientos de años de educación colonial. Los cincuenta años
que siguieron, vinieron a confirmar al pueblo mexicano que la vida no era sino
una temporal supervivencia. La separación de Texas y la guerra con los Estados
Unidos tuvieron un efecto psicológico de un cuerpo mutilado que sigue
viviendo.En la lucha con la Iglesia lo evidente fueron los años de una guerra
fraticida, cruel y rapaz. Por parte de los jefes acaso se reñía en la batalla
en nombre de elevados ideales. Para la masa del pueblo aquello era como un
huracán sin sentido, sin dirección, impersonal, totalmente destructivo. El
régimen de Porfirio Díaz descansó sobre un terror ordenado y sistemático. La
Revolución de 1910 recreó las viejas
formas de violencia y, por espacio de una década, produjo todas las
aberraciones morales y el horror de las viejas experiencias mexicanas.
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