Alejandro Mario Fonseca
Mi interés es el de continuar con
el tema de la cultura que me apasiona. Esta pasión se despertó en mí desde muy
joven. Estaba estudiando mi último año en la Escuela Nacional Preparatoria de
la UNAM cuando una huelga estudiantil muy larga, creo que fueron más de 6
meses, se presentó como la gran oportunidad para la creatividad.
Obra de Teatro en el Antonio Caso en Tlatelolco (Grupo Cultural Independiente |
Era el año de 1968, el año del
despertar político en nuestro país y en buena parte del mundo occidental. Todo
se inició en las universidades y de allí se propagó hacia la sociedad civil. Se
trató de un despertar político de la juventud que lo único que pedía era
libertad, mayores espacios de participación en una sociedad en la que una
pequeña élite de adultos tenía el control de todo, en suma, lo que se pedía era
democracia.
En México, por ejemplo, lo que
pedíamos, entre otras demandas, era la
desaparición del “cuerpo de granaderos”, más que una ilusión, de lo que se
trataba era de una demanda simbólica que pretendía detener la represión
gubernamental (y aquí no nada más hablo de violencia física, sino también
intelectual, cultural) y abrir nuevos espacios de participación juvenil. El desenlace fue mayor represión: el
movimiento estudiantil fue brutalmente aplastado por Gustavo Díaz Ordazen aquel
fatídico 2 de octubre y todavía hoy en día no sabemos cuántos estudiantes
murieron en la plaza de Tlatelolco.
Bueno, pero ya fue demasiado
preámbulo, lo que yo quería comentarles hoy es lo que hicimos con tanto tiempo
libre. Como ya decía fueron más de 6 meses de huelga y
como yo vivía en Tlatelolco, tuve la suerte de vivir en carne propia el
acontecimiento político, pero también el cultural.
No nada más eran manifestaciones
y mítines, es más estos en realidad fueron excepcionales. Lo que sucedió es que
muchos estudiantes aprovechamos el tiempo leyendo (conocí a Dostoievski, a
Tolstoi a Hermann Hesse, a Nietzsche, etcétera) íbamos al cine (cine de arte,
al único que había, el Regis), al teatro (qué buen teatro había en ese tiempo),
empezamos a escuchar buena música, etcétera. También leíamos el periódico y nos
interesamos en la política: tuvimos la gran suerte de tener a la mano el
Excélsior de Julio Scherer García.
Como usted puede ver, querido
lector, paradójicamente una larga huelga me resultó beneficiosa. Poco tiempo
después fundamos en Tlatelolco el “Grupo Cultural Independiente”. Organizamos
conferencias, mesas redondas, también hicimos teatro, teatro experimental.
Montamos varias obras de crítica política. Contábamos con el apoyo de
estudiantes del INBA que también vivían en Tlatelolco. Vaya, fueron mis tiempos
dorados.
Y de todo esto, que me llevó con
toda naturalidad a la vida universitaria y cultural, lo que quiero resaltar es
mi experiencia en el teatro experimental de crítica política. Resulta que ahora
que colaboro con “Vivir en Tlatelolco”, veo con toda claridad el enorme parecido
del quehacer de los políticos que nos gobiernan con las farsas teatrales. Y es
que cuentan con enormes recursos para todo lo que hacen: directores y
secretarios de todo tipo, guardias personales, edecanes, etcétera; vaya ahora
ni siquiera necesitan tomar decisiones difíciles, bien pensadas y razonadas, ya
que pueden contratar asesores del más alto nivel.
Y entonces ¿qué hacen con su
tiempo libre? Pues dedicarse a la política, pero entendida como espectáculo: lo
que les interesa es atraer siempre los reflectores. A como de lugar deben ser
noticia de primera plana, no importa que la noticia sea efímera o superflua, o
muchas veces simulada. Más les valdría en su tiempo libre realizar actividades
culturales que les permitieran elevar la calidad de sus servicios, volviéndose
cada vez más virtuosos, más humanos.
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