Por Alejandro Mario Fonseca
La lectura de las obras de Max Weber
cambió radicalmente mi apreciación de la política. Descubrí muchas cosas
sorprendentes, un aparato conceptual novedoso, una metodología más apropiada
para las ciencias sociales; y lo más importante: que el investigador debe
distanciarse del punto de vista propio.
Los valores aparecían como un serio
obstáculo para la objetividad en la investigación social. El politólogo, debe distanciarse de sus propios valores para
poder avanzar; lo que no significa que deba renunciar a ellos.
En cambio, y aquí viene lo más
importante, aquellos que se dedican al ejercicio de la política deben actuar
con estricta responsabilidad social y siempre en perfecta correspondencia con
su ideología, con sus valores y con clara consciencia de sus decisiones y
actos.
Maximilian Carl Emil Weber Nació en Erfurt
el 21 de abril de 1864 y murió en Múnich el 14 de
junio de 1920. Fue
un filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y
sociólogo alemán, considerado uno de los fundadores del
estudio moderno de la sociología y la administración
pública.
A pesar de ser reconocido como uno de
los padres de la sociología, junto con Karl Marx y Émile
Durkheim, Weber nunca se vio a sí mismo como sociólogo, sino como
historiador; para él, la sociología y la historia eran dos empresas
convergentes.
Libro: Max Weber: el político y el científico |
El primer
sociólogo de la modernidad
Sin embargo, al final de su vida en
1920, escribió en una carta al economista Robert Liefmann: "Si me he
convertido finalmente en sociólogo (porque tal es oficialmente mi profesión),
es sobre todo para exorcizar el fantasma todavía vivo de los conceptos
colectivos”. (Wikipedia)
Su obra más reconocida es su tesis de
doctorado La ética protestante y el espíritu del capitalismo, que
fue el inicio de su trabajo sobre la sociología de la religión. Pero
su obra más ambiciosa Economía y sociedad es todo un paradigma
para las ciencias sociales modernas.
Weber argumentó que la religión fue
uno de los aspectos más importantes que influyeron en el desarrollo no sólo del
capitalismo, sino de las culturas occidental y oriental.
Entre sus escritos políticos, La
ciencia como vocación y La
política como vocación, son dos conferencias magistrales que le darían fama mundial. Weber definió
el Estado como una entidad que ostenta el monopolio de la violencia
y los medios de coacción: una definición que fue fundamental en el estudio de la ciencia
política moderna.
Me encontré en el sitio de Internet culturizando.com, las 10 frases de Max
Weber más emblemáticas:
Max Weber en
10 aforismos
«Se define Estado como la institución
que posee el monopolio legítimo de la violencia dentro de un territorio»
«Quien hace política pacta con los
poderes diabólicos que acechan a todo poder»
«El destino de nuestra época se
caracteriza por la racionalización e intelectualización y, sobre todo, por el
desencantamiento del mundo»
«La creencia en el valor de la verdad
científica no procede de la naturaleza, sino que es producto de determinadas
culturas»
«Desde la aparición del Estado
constitucional y más completamente desde la instauración de la democracia, el
demagogo es la figura típica del jefe político en Occidente»
«La experiencia de la irracionalidad
del mundo ha sido la fuerza conductora de todas las revoluciones religiosas»
«Quien vive de la política hace de
ello su vida en un sentido íntimo; o goza simplemente con el ejercicio del
poder que posee»
«Toda experiencia histórica confirma
la verdad de que el hombre no hubiera obtenido lo posible si no hubiera pugnado
una y otra vez por alcanzar lo imposible»
«El medio decisivo de la política es
la violencia»
Dejé para el final el aforismo más
importante, una especie de resumen de todos los demás; aquel que por desgracia también
es un diagnóstico sumario del sino político que vivimos los mexicanos en la
actualidad:
“El
político debe tener: amor apasionado por su causa; ética de su responsabilidad;
mesura en sus actuaciones”.
Y digo sino, porque el Sino es
una conjunción adversativa que se escribe en una sola palabra y se usa,
principalmente, para contraponer un concepto a otro.
Y
es que la clase política mexicana hace todo lo contrario a lo que marca la máxima
weberiana.
Nuestra
clase política dominada por el diablo
No es que Max Weber esté invitando a
los políticos a actuar violentamente, al abuso y goce del poder político, o a
la demagogia; tampoco nos está pintando un mundo condenado a la irracionalidad.
Cuando nos habla de desencantamiento
del mundo no es que nos esté proponiendo renunciar a la actividad política
correctiva, a la lucha por nuestros ideales democráticos y de justicia social.
En suma, el famoso “pacto del
político con el diablo”, no es una resignación, mucho menos una invitación. Sino una advertencia de los peligros a
los que se enfrenta el político que decide actuar con responsabilidad social.
Y eso es precisamente de lo que
carece nuestra clase política: responsabilidad social. La metáfora del “pacto
con el diablo” da para mucho.
Los detractores de Andrés Manuel
López Obrador, no se han cansado, ni se cansaran, de recordarnos cuando mandó
al diablo a las instituciones. Tampoco se cansaran de etiquetarlo de
“populista, un peligro para México”.
Pero fríamente visto los que ya
metieron al diablo en las instituciones son precisamente los que lo acusan. La
lista es larga, casi no se escapa nadie: los tres poderes, los tres órdenes de
gobierno, y los partidos políticos; pero
también las “instituciones ciudadanas” y las empresas paraestatales.
La lista de fechorías también es
larga y muy abultada. Robo, abuso, despilfarro, impunidad, imposiciones,
muertos y más muertos, ríos de sangre, trampas electorales, etcétera, etcétera.
¿Qué acaso no está claro que el diablo ya está adentro desde hace rato?
Y lo peor, ninguno presenta un plan
alternativo sensato. Se prevé una alianza PAN-PRD que buscará oxigenar un
contexto político infernal ya en plena descomposición.
¿No le parece sintomático que algunos
empresarios ya empiezan a hablar de un Andrés Manuel más parecido a Lula que a
Maduro?
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