ü ¿La
rutina es buena o mala?
Por Alejandro Mario Fonseca
Estimado lector, se ha preguntado
usted alguna vez sobre la relación de su salud con la rutina. Si, con su
rutina, con aquella actividad que
al haberse realizado muchas veces se incorpora como hábito o costumbre,
de modo que se ejecuta y realiza libre de decisiones, es decir de
forma mecánica o automática.
Me pregunto esto, porque en la medida
en que uno se hace viejo, uno se vuelve muy rutinario. De jóvenes siempre
estamos experimentando. Nada como un niño, los niños siempre están
aventurándose en cosas nuevas.
Somos los adultos los que les
imponemos a los niños y a los jóvenes,
cuando se dejan, rutinas, aquellas que pensamos, que estamos convencidos, de que les serán de provecho: el baño diario,
comer alimentos sanos y a horas precisas, estudio, disciplina, puntualidad,
etcétera.
Sin embargo, la rutina no es
necesariamente provechosa para todo ser humano. Pienso en niños y jóvenes como
a Albert Einstein, Leonardo Da Vinci, John Lennon, Thomas Alba Edison, Napoleón,
Winston Churchill, Salvador Dalí, y muchos otros, que fueron tremendamente
inquietos, rebeldes y malos alumnos, y sin embargo todos ellos se convirtieron
en grandes genios: todos eran inteligentes.
¿La rutina es buena o mala? |
Hay rutinas
buenas y rutinas malas
Pero a ver, primero profundicemos en
el concepto de rutina. Las rutinas nos permiten solucionar muchas
situaciones, en especial en lo cotidiano. Las aplicamos una y otra vez, cada
día, por así decirlo a resolver y manejarnos en otros ámbitos.
Se ha convertido en rutina porque hemos decidido
que se trata de la forma más estratégica de hacer una determinada actividad.
Por ejemplo la buena alimentación, el ejercicio, la lectura, que son rutinas
sanas: nos fortalecen.
Junto a esto, se suele utilizar esta
palabra, la rutina, para describir que en ciertos aspectos se
ha descuidado el desempeño o compromiso, por lo que se les
califica de rutinarias apelando
a que no incorporamos nuevos conocimientos o no se reconocen los inconvenientes
que genera, y que por lo tanto se tornan aburridas debido a la falta
de interés.
Y aquí entramos a las rutinas malas,
aquellas que nos hacen daño. Y siguiendo con el ejemplo de nuestra juventud, de
los jóvenes de nuestros días, que parecen condenados a la rutina de los
celulares, de las computadoras y del Internet.
Un sector creciente de nuestra
juventud se aburre fácilmente y solamente encuentra consuelo en las redes
sociales. Se trata de verdaderos mutantes, que poco a poco se están
convirtiendo en extensiones de sus dispositivos electrónicos. Ojalá esté
exagerando y se trate tan sólo de una moda pasajera, pero me temo que no.
Las peores
rutinas y las mejores rutinas
Claro que hay rutinas mucho peores
que las de nuestros jóvenes del “milenio”, pensemos en el flagelo de nuestros
tiempos, la drogadicción. El consumo de alcohol, mariguana,
cocaína, piedra y otras, es el resultado de no tener que hacer: es adicción,
es una rutina autodestructiva.
Mi abuelita decía “cuando no tengo
nada que hacer las ideas se me van de lado”. ¡Qué bonita frase! Y sí, cuando
los seres humanos estamos desocupados es cuando vienen las tentaciones, las
malas tentaciones. “La pereza es la madre de todos los vicios”.
Pero, paradójicamente, el no tener
que hacer puede resultar de grandes beneficios para la gente inteligente e
inquieta. La clave está en saber encausar esa inteligencia y esa inquietud. De
lo que se trata es de saber encausar, orientar a ese joven que aparentemente no
tiene nada que hacer.
Y es que la inteligencia es saber elegir. Se trata de un concepto complejo. Recurriendo
a su origen etimológico, el término proviene del latín intelligentia compuesto por:
El prefijo “inter”; el verbo leger, que significa escoger, separar,
leer; el sufijo –nt- que indica agente; y el sufijo –ia- que indica cualidad.
Todo junto indica la cualidad (ia)
del que (nt) sabe escoger (legere) entre (inter) varias opciones. En otras
palabras, ser inteligente es saber escoger la mejor alternativa entre varias.
Inteligente es aquel que sabe discutir, analizar, deliberar y dar un veredicto.
Saber
escoger la mejor alternativa
Y todo esto me da pie para mi crítica
política del día de hoy. ¿Cómo escoger la mejor alternativa cuando no hay de
dónde escoger? Para elegir bien hay que tener opciones, buenas y malas.
Mientras más opciones, mayores probabilidades de elegir bien, pero también de
elegir mal.
Entonces también está el hecho de que
no se trata de elegir al azar, es decir no se trata de decir "De Tin Marín, de Do Pingüe”, sino de
tener información sobre las alternativas; y así poder elegir aquella que más
nos conviene.
Y otra vez, recurriendo al peor
escenario, como pone en práctica su inteligencia el niño, el joven que vive en
la colonia marginada, en medio de la violencia y la drogadicción, del hambre y
la ignorancia: sus opciones son nulas, o casi nulas.
En la esfera de la política sucede
exactamente lo mismo. La política es el proceso complejo mediante el cual, en
una comunidad se forman las decisiones imperativas que guían a esa comunidad.
Y de las decisiones políticas, la más
importante es la de la elección de aquellos que gobiernan. El voto es la forma
en la que las comunidades modernas eligen a sus gobernantes.
¿Cómo votar inteligentemente en un
país sumido en la pobreza y la ignorancia? ¿Cómo decidir cuál es el mejor
candidato si de la amplia gama de opciones que se nos presentan, la gran
mayoría son engañosas?
Así que estando las cosas como están
en el México de nuestros días, no debe sorprendernos que ganen los peores
candidatos, aquellos que mienten, que engañan, que ofrecen, que prometen, en
suma, que abusan de la pobreza y de la ignorancia.
El voto inteligente, con opciones
reales y con información fidedigna sobre los candidatos, está todavía lejano en
nuestro país, por eso no debe sorprendernos tampoco, que lleguen al poder
opciones populistas.
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