Por Alejandro Mario Fonseca
“De nuestro triunfo depende el futuro
del priismo, depende el futuro del país”. Esta es la frase más significativa de
los momentos acuciantes que vive la transición política en nuestro país.
La dijo Alfredo Del Mazo en su cierre
de campaña el pasado domingo en Toluca. Es acuciante porque a la cúpula priista
le urge ganar. El apremio, la vehemencia con que la dijo demuestra que se
juegan el todo por el todo.
También es una frase que encierra
nostalgia. Si, nostalgia, es decir aflicción por la ausencia de un control
férreo, casi total sobre la sucesión, en este caso de una gubernatura muy
importante: la del estado de México.
Pero además es una frase que esconde toda una ideología de dominio que
identifica a la élite del PRI, a la “familia revolucionaria”, con el Estado
nación mexicano: “lo que le pase al PRI le pasará a México”.
Y sí, es cierto. Claro que Del Mazo
lo dice en sentido “positivo”, es decir sí el PRI pierde, pierde el país. Y es
que se trata a todas luces de un galimatías, de un lenguaje oscuro que solo es
comprensible si desentrañamos la trampa ideológica de origen: la verdad es que
si el PRI pierde, gana México.
Cuartoscuro (especial) |
Una trampa
ideológica fundacional
La historia oficial cuenta que el
origen del PNR (el actual PRI) se debió a la necesidad de “institucionalizar”
la sucesión presidencial de manera pacífica. Y si, en cierta medida su creación
tuvo ese efecto, aunque no fue concebido para eso.
Veamos el detalle histórico, aunque
muy apretadamente. Asesinado Obregón, el más popular de los caudillos de la
Revolución, con Morones sacrificado como chivo expiatorio, con el conflicto
religioso concluido, y con Portes Gil provisionalmente en la presidencia;
Calles, el “jefe máximo” pudo actuar rápida y hábilmente.
Convocó a las distintas facciones
políticas a formar un partido único, “la era de los caudillos había terminado,
empezaba la de las instituciones”. Ahora los obregonistas, callistas,
agraristas, rojos, blancos, etc. tendrían que llevar sus diferencias a las
asambleas y disciplinarse.
En realidad desde un principio, en la
nominación de Ortiz Rubio como candidato a la presidencia del PNR, Calles
impuso su decisión por el mecanismo de la cooptación (en algunos casos a punta
de pistola) de los delegados.
Desde un principio todo fue
apariencia evitando las discrepancias ideológicas. En realidad lo que se hizo
fue imponer falsamente una base ideológica que identificaba al nuevo partido
con la Nación y con la Revolución misma.
A la vuelta
de casi un siglo es impresionante observar la vigencia del engaño
La convocatoria era tan amplia que
bastaba ser “revolucionario” para ser acreditado; a cambio se ofrecía “respeto
a la autonomía de los grupos” y se proponía “pacto de unión y solidaridad”.
En el artículo 50 de la convocatoria
puede verse que el PNR se identificaba con la Nación, ya que las delegaciones a
la convención se calculaban en función de cada entidad federativa, un delegado
por cada 10 mil habitantes o fracción mayor de 5 mil, y no por el número de
adherentes de las asociaciones políticas que concurrían.
En cuanto al programa, el nuevo
partido hacía suyo el proyecto social de la Constitución de 1917. Las
prioridades eran la educación y la industrialización. En cuanto a política
agraria y hacendaria la propuesta era de corte conservador.
Por su parte, los estatutos
reflejaban un aparato capaz de ajustarse perfectamente a la vida política de la
nación: el PNR federal en la forma, era centralista en el fondo.
En suma, se trató de una imposición
acompañada de una operación subliminal, que se tradujo en un monolitismo
ideológico que identificaba a la “familia revolucionaria” con el partido, con
el proyecto de la Revolución y con la
Nación.
Poco a poco, en la medida en que la
industrialización y la urbanización fueron avanzando, se fue identificando
también con la Providencia.
Si la Divina Providencia es el término teológico que
indica la soberanía, la supervisión, la intervención o el conjunto de acciones
activas de Dios en el socorro de los hombres; el PRI haría lo mismo
por los mexicanos, sin embargo muy pronto le ganaría la avaricia.
Incertidumbre
política
Y así sería, aunque a medias y sólo
hasta el gobierno del general Cárdenas, “la última gran oleada de la Revolución
mexicana”.
Desde el alemanismo quedó clara la
insuficiencia de un proyecto, el del PRI, que a falta de actualización,
devendría en falsa conciencia, en ideología manipuladora. Desde entonces la
“familia revolucionaria” estaría más interesada en su propio beneficio, que en
el de los mexicanos.
Desde su origen las campañas
electorales del PRI aparecían ambiguas, en ellas cabían la acción radical, el
centralismo, la democracia, la tradición y la evolución moderada.
Poco ha cambiado. Tal vez el cambio
más significativo sea el del reconocimiento del fracaso del proyecto
modernizador, que ahora se reduce a las promesas y al reparto de algunos bienes
y de dinero durante las campañas. Pero como ahora “todo se sabe”, la respuesta
de los mexicanos ya no es la misma.
Las encuestas están muy cerradas, el
PRI está a punto de perder en el estado de México, y aunque la mapachería lograra
imponerse de nuevo, las cosas ya no son como antes. A menos que el voto contra
el PRI sea masivo y aplastante, se avizora un desenlace muy conflictivo.
El rechazo masivo de los mexicanos a
la “familia revolucionaria ampliada”, o mejor dicho, a la “clase política” de
nuestros días es una realidad. Los
mexicanos ya estamos hartos de tanto abuso, despilfarro, corrupción e
impunidad.
Y es que si el PRI, a fuerza de
trampas en las urnas lograra imponerse otra vez, de todos modos ya perdió
porque su credibilidad está por los suelos.
Bibliografía: Medin, T. El minimato presidencial: historia política
del Maximato. 1928-1935; Ed. Era; 1985.
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