Alejandro Mario Fonseca
A mi amigo
Alejandro Oaxaca
Hace ya dos años y medio, cuando
empecé a colaborar con mi hermano Antonio en Vivir en Tlatelolco, hice mi declaración de principios; hablaba yo
de la palabra correcta. Hoy quiero reiterar aquella defensa.
Decía el maestro Sidartha Gautama, el
Buda, el iluminado, que la palabra
correcta requiere de tres reglas: 1. Decir siempre la verdad; 2. Que esa
verdad sea útil, sino mejor no la digas y 3. Hay que decirla de buen modo.
Pues bien, en el trabajo periodístico
es difícil cumplir cabalmente con estas tres reglas. ¿Por qué? Pues porque de
lo que se trata es de colaborar en el qué hacer cotidiano de la política y la administración
pública.
Y resulta que en los tres órdenes de
gobierno, tanto en el federal como en el estatal y el municipal, se cometen
muchos errores y abusos, que es difícil callar, porque sí no uno se convierte
en cómplice.
Así que a pesar de los riesgos que la
labor editorial periodística conlleva, he intentado ser fiel a mis principios.
Desde luego que me he equivocado, y siempre estoy abierto a recibir, todo tipo
de comentarios y correcciones, tan solo esperando que también me los hagan de
manera honesta, sin mentir, buscando un intercambio positivo y provechoso.
Beethoven el
Monstruo
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Por un
periodismo educativo
En mí columna he intentado, además de ser
crítico, desde el punto de vista del análisis político, no desde la óptica del insulto,
de la denostación; también desarrollar un género propio (toda la vida he sido
maestro) de periodismo educativo.
Y es que muchas veces los analistas
del quehacer político se olvidan de los lectores y escriben como si todo mundo
contara con el vocabulario especializado de las ciencias sociales. Por eso
procuro siempre en mis notas incluir conceptos claros tomados de textos o de
enciclopedias.
Mi objetivo es el de ir contribuyendo
poco a poco a la formación de un público lector con suficiente discernimiento
como para tomar decisiones propias en el quehacer cotidiano de la vida
política.
Hay que romper con los viejos vicios
del periodismo fácil y ramplón dedicado a aprovecharse de la ignorancia. No
estoy de acuerdo con la utilización de los medios como un instrumento de
manipulación política: me opongo rotundamente al “chayote” en todas
presentaciones.
Tampoco estoy de acuerdo con la
utilización de los medios como armas para destrozar y denigrar (vea usted,
sobre todo en las redes de Internet hasta dónde ha llegado el abuso). Así que hay
que decir y muy fuerte ¡NO A LA GUERRA SUCIA EN POLÍTICA!
Iluminado,
chairo, tecnócrata, romántico…
Y sí, resulta que afortunadamente he
tenido una buena respuesta de mis lectores. No son muchos, pero cada vez son
más. La mayoría me anima a seguir escribiendo e incluso me sugieren temas. Pero
también hay algunos a los que no les gusta lo que escribo. Y qué bueno.
Una crítica recurrente, ya no tanto,
es que mis artículos son muy largos y difíciles. Esto lo he corregido explicando
los conceptos y utilizando sinónimos; pero lo mejor es que se acostumbren a
utilizar un diccionario. En cuanto a que son largos lo que les pido es
paciencia, perseverancia en la lectura.
También hay quien me ha tachado de
“sofisticado” y hasta de “iluminado”. Créanme que trato de utilizar un lenguaje
sencillo pero no siempre se puede; y en cuanto a lo de iluminado, pues gracias,
ojalá fuera cierto.
Otro calificativo que no me ha
sorprendido es el de “tecnócrata”. Y no me sorprende porque soy ingeniero de
licenciatura. Y sí, tengo fe en el
progreso basado en la ciencia y la tecnología. Pero siempre insisto en que sin
ética no puede haber progreso, aun utilizando la mejor tecnología.
Y ya casi para terminar, lo de
“chairo”, sí que me ha sorprendido. Porque aun cuando en mi primera juventud
fui de izquierda como muchos, ya en la madurez estoy más cerca de los liberales
sin renunciar al humanismo. Sí esto no lo reflejan mis escritos a primera
vista, es porque hay que leerlos con calma, de principio a fin.
El
romanticismo: un contrapeso del racionalismo
Dejé para el final el tema del
romanticismo. Porque además de ser un movimiento cultural y artístico que me
apasiona, ya hubo alguien que me tachó de romántico. No lo soy pero me gustaría
mucho haberlo sido.
Por suerte o por desgracia, no lo sé,
fui educado en un férreo racionalismo científico. Lo que no quiere decir que no
me interesara por otras corrientes culturales y artísticas, sobre todo por los
románticos.
A la par de los racionalistas leí a
los románticos alemanes que en México se pusieron de moda a fines de los años
60. Cuando tenía 17 años mi papá me regaló
María Antonieta una biografía de la reina María Antonieta de Austria
escrita por el autor austríaco Stefan Zweig.
Fue una delicia, después leí Magallanes, Fouché, y otras obras también de Sweig. Para mí fue una
introducción al mudo del romanticismo. De allí, salté a las obras ya plenamente
románticas de otro alemán, Hermann
Hesse.
Y vinieron muchos otros, pero nada
como los músicos románticos, sobre todo Ludwig van Beethoven. Yo diría que es
el prototipo del romanticismo alemán y mundial. Tendría yo 16 años cuando
escuché por primera vez su Séptima
Sinfonía: lloré en el segundo movimiento, el Allegretto. Pero ya me
estoy desviando del tema original. ¿Qué es el romanticismo?
Beethoven el
Monstruo
El romanticismo surge en Europa ya
entrado el siglo XIX cuando poetas y filósofos aseguraban que lo más noble que
puede hacer un hombre es servir a su propio ideal interior, sin importar el
costo.
“El ideal se presenta bajo la forma
de un imperativo categórico: obedece la luz interior que está en ti porque en
ti está encendida, y eso es razón suficiente”.
Para Isaiah Berlin, el historiador de
las ideas, Beethoven fue el paradigma del héroe romántico. Tosco, ignorante,
pobre, mal vestido, apartado del mundo, torpe en lo que a problemas prácticos
atañe, mal portado, grosero y violento en sus relaciones con los demás seres
humanos; pero un ser sagrado porque está plenamente dedicado a un ideal.
El romántico desafía al mundo de
todas las maneras posibles, nunca se vende, es íntegro y fiel a sus principios,
a su vocación, a la creatividad a la
cual entrega su vida.
Por todo ello es que me halagó que
alguien me considerara romántico, e insisto me gustaría mucho haberlo sido. Ya
para terminar, amable lector, le recomiendo que vea la película Beethoven
monstruo inmortal. Está en You Tube aparece
con su nombre original: Copying Beethoven (Copiando a Beethoven). Véala y
disfrútela, me lo va agradecer.
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