Alejandro Mario Fonseca
Leo en la revista Forbes México:
El nivel de vida está relacionado con
la educación y los hábitos de lectura. Quizá no sea coincidencia que muchas de
las naciones que encabezan el Top 20
de países ‘adictos’ a Internet, tengan un crecimiento económico
sobresaliente.
La agencia NOP World realizó un listado en función a las horas semanales que
las personas dedican a leer. Así, los resultados del ranking de cultura
“Hábitos de medios” en el mundo, de la firma encuestadora de medios y mercados
estima que en promedio las personas dedican a la lectura 6.5 horas semanales.
Leer o no leer es el dilema al que
actualmente se enfrentan los países, más cuando el Internet le ha robado
terreno a los libros; sin embargo, hay quienes aseguran que el libro está más
vivo que nunca.
La Encuesta Nacional de Lectura 2012
realizada por la Fundación Mexicana para
el Fomento de la Lectura reveló que uno de cada dos hogares en México
solamente tiene entre uno y 10 libros que no son escolares. El 54% de los
encuestados indicaron que no leen cotidianamente y el 35% aseguró no haber
leído un solo libro en su vida.
En el estudio “Hábitos de Lectura”,
elaborado por la OCDE y la UNESCO, México se posicionó en el puesto 107 de 108
países, con aproximadamente dos libros anuales por persona.
El 40% de los mexicanos jamás ha
pisado una librería, el 13% nunca ha leído un libro y el 70% de los mexicanos
lee lo mismo que antes o menos, según cifras de la Encuesta Nacional de Lectura
del Conaculta. (Cfr. Nayeli Meza, revista Forbes
26/12/2013).
Los libros muerden |
Por qué a
los mexicanos no les gusta leer?
A pesar de que se logró abatir el
porcentaje de personas analfabetas de
15 y más años de 25.8 en 1970 a 5.5% en 2015, lo que equivale a 4 millones 749
mil 057 personas que no saben leer ni escribir, México sigue siendo un país de
analfabetas funcionales. (Estos últimos datos son del INEGI).
Muy pocos mexicanos leen, a pesar de
que “saben leer”. ¿Por qué? Porque es muy distinto saber leer y otra cosa comprender
lo que se lee. Y es que el vocabulario de los mexicanos es muy pobre.
Hace no mucho leí una explicación que
dio un profesor de la Ibero para El
Universal. Decía que los mexicanos hacen un uso muy pobre del español,
llegando a tener un vocabulario cotidiano de 200 palabras.
Explicaba que los jóvenes no leen
debido a la influencia de los medios de comunicación, especialmente la
televisión, que se limitan a una “moda” de hablar con muy pocas variantes.
Según esto los jóvenes se expresan
con un acervo muy reducido de vocablos, utilizando una misma palabra con
diferentes significados: güey (menso, tipo, individuo), neta (condena, verdad,
amenaza), chido (aceptación, excelente, sensacional) onda (cosa, asunto, tema),
etc.
¿A dónde nos llevan todas estas
estadísticas y explicaciones académicas? Pues a que los mexicanos a pesar de
que “saben” leer, no leen porque no entienden lo que leen: su vocabulario es
muy restringido.
Y ¿cómo incrementar el vocabulario?
Pues leyendo. Así que estamos en un círculo vicioso: no les gusta leer porque
no entienden lo que leen y para entender lo que leen tienen que leer.
¿Estamos condenados a la ignorancia?
¿Qué hacer? Pero antes de pasar a la conclusión, permítame
usted, amable lector un paréntesis cultural.
El libro:
clave del progreso
Ya he comentado en mi columna una de
las tesis más lúcidas sobre el progreso de la humanidad. La de Jeremy Rifkin en
La Tercera Revolución Industrial. Se
trata de comprender que las grandes
transformaciones de la historia ocurren cuando una nueva tecnología en el campo
de la comunicación converge con unos sistemas energéticos también novedosos.
Fue en Occidente, en el año 1440
cuando por fin se le atribuyó la invención de
la imprenta al Alemán Johannes Gutenberg. Después de una gran controversia por
disputarse la gloria de ese título entre alemanes, italianos, franceses y
holandeses.
Pero no fue sino hasta el siglo XIX
cuando la introducción de la energía impulsada a vapor en el campo de la
imprenta transformó este medio en la principal herramienta comunicativa con la
cual gestionar la Primera Revolución Industrial.
La imprenta a vapor con rodillos y,
posteriormente, la rotativa y la linotipia, incrementaron considerablemente la
velocidad de la impresión al tiempo que redujeron significativamente los
costos.
Los periódicos, revistas y libros
proliferaron en América y Europa y alentaron la alfabetización masiva por
primera vez en la historia. Y en combinación con la escolarización pública
entre 1830 y 1890 creó una mano de obra alfabetizada capaz de organizar
operaciones complejas en las empresas e industrias de todo tipo. (Cfr. Rifkin).
Así fue como el libro se posicionó
como la clave de un progreso a pasos agigantados que poco apoco fue incluyendo
al resto de los países del planeta. En el siglo XX ya con la electricidad
aparecerían la radio y la televisión que más que disputarle al libro su
potencial educativo, contribuirían a una educación masiva cada vez más extendida.
Conclusión
Para muchos, con la aparición de la
red de Internet y con el advenimiento de las nuevas energías renovables el
libro se está volviendo obsoleto. Es falso, en todo caso lo que estamos
viviendo es una nueva oportunidad para un relanzamiento de la educación masiva basada
en el “libro electrónico”.
Necesitamos ser optimistas pero sin
cruzarnos de brazos. Lo que nos urge a los mexicanos es aprovechar las nuevas
tecnologías de la comunicación en combinación con estrategias de fomento a la
lectura.
Así como la televisión puede
aprovecharse como un poderoso instrumento de educación masiva (ahí están los
canales 11, 22, History, Nat Geo y otros). También podemos aprovechar las
computadoras, las Tablet y los celulares para inducir a la lectura y la
investigación.
Se trata de instrumentos poderosos y
peligrosos ya que también se están utilizando para hacer negocio con la
mediocridad y los bajos instintos. Tenemos que ser muy cuidadosos y vigilar a
nuestros hijos.
La clave está en fomentar la lectura
desde los cinco años de manera agradable, motivando a los niños a que lean con
gusto, no por obligación. Se trata de crear hábitos saludables que se
traducirán muy pronto en una juventud culta, crítica, entusiasta y trabajadora.
Pero ¿de verdad le interesa esto a la
clase política que nos gobierna? ¿La
reforma educativa va en serio? Yo lo dudo. Así que insisto, no podemos
quedarnos con los brazos cruzados. ¿Usted qué opina?
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