Alejandro Mario Fonseca
Créanme, no quiero ser duro con mis
críticas al gobierno de la 4 T del Presidente López Obrador. Y por más que le
pienso, por más que consulto diferentes versiones y análisis sobre el último desaguisado
en Culiacán, llego a la conclusión de que la 4 T les está quedando grande:
inmensa.
Lo que no quiere decir que considere
que hay que bajarle a las expectativas, o que piense que deberían ser más
modestos en los fines y objetivos.
No, pero a lo que sí hay que bajarle
es al ego, a ese pequeño argentinito que todos llevamos dentro y que siempre perturba
al que ejerce el poder público.
Culiacán 17 de octubre 2019 |
En todos los quehaceres de la vida,
ser ambiciosos en los objetivos es una garantía de ir alcanzando logros, al principio
son modestos y poco a poco más sustanciales.
Lo importante es la perseverancia,
pero también importa mucho aprender de los errores, aceptarlos y corregirlos. Y
es que no es lo mismo necedad que perseverancia.
El que
persevera alcanza dice el dicho popular. Sí, es verdad, pero alcanza porque
sabe ir corrigiendo los errores. Y aquí viene la primera crítica, ¿hasta dónde
el Presidente AMLO estará dispuesto a corregir sus errores?
A primera vista se ve difícil porque
AMLO no acepta sus errores, todo lo malo que pasa se lo achaca a los
“conservadores prianistas”, pero bueno, no adelantemos conclusiones. Antes busquemos
objetividad.
¿México
fracasa ante el narco?
Los enfrentamientos entre militares y
criminales que sembraron el caos y el terror durante horas en las calles de
Culiacán, la capital del Estado de Sinaloa, han vuelto a colocar a México ante
sus peores fantasmas.
Los sucesos no solo han evidenciado
la fragilidad del Estado a la hora de combatir el crimen organizado, en este
caso el cartel de Sinaloa, uno de los grupos más sangrientos de la historia
reciente del país.
Los fallos y las precipitaciones en
el operativo para detener a Ovidio Guzmán, uno de los herederos del Chapo
Guzmán, histórico líder del cartel, encarcelado en EE UU, y su posterior
liberación, han puesto de manifiesto además la falta de una estrategia clara a
la hora de afrontar un desafío ingente.
A la confusión por lo ocurrido el
jueves ha contribuido una pésima política de comunicación oficial. Mientras
todo el país seguía en directo las balaceras que sembraban el pánico en
Culiacán, los dirigentes guardaban silencio.
De las imágenes y la posterior
versión oficial hay algo, no obstante, que queda someramente claro: la falta de
coordinación y la ineptitud de las autoridades en este suceso.
Los máximos responsables de la
seguridad de México dijeron en un primer momento que se trataba de un
patrullaje normal, algo que resultó
estrambótico, para posteriormente admitir que se trataba de un operativo para
capturar al hijo del Chapo. (Cfr. El
País, Opinión, 19/10/19).
Mentiras,
contradicciones…
Más aún, admitieron que la orden de
aprehensión del criminal no se logró en el tiempo que se había previsto, lo que
propició la salvaje respuesta de los delincuentes, con una fuerza superior a la
de las autoridades.
Que nadie previese ese contrataque
también resulta inexplicable en un país que lleva luchando más de una década
contra el crimen organizado.
Las autoridades han negado que Ovidio
Guzmán fuese detenido, pese a que se distribuyeron fotos suyas, presuntamente
tras un arresto.
El presidente, Andrés Manuel López
Obrador, admitió que se le liberó, y defendió que se hizo para salvaguardar la
integridad de los vecinos de Culiacán.
Sin embargo, los cabos sueltos que
desprende la operación dejan en el aire innumerables dudas sobre el grado de
permisibilidad y permeabilidad del crimen organizado en los gobernantes, que
deben ser aclaradas con la mayor brevedad.
Es evidente que México necesita un
cambio radical en la política de seguridad, como ha planteado el presidente
desde que llegó al poder. Y que lo ocurrido en Sinaloa es consecuencia de años
de mala gestión del combate contra las bandas criminales. (Ídem, El País).
Sin
objetividad no hay periodismo
Quise acompañar esta columna con la
editorial de El País, porque los
mexicanos estamos ávidos de objetividad. El presidente AMLO hábilmente maneja
la información a su antojo desde sus conferencias mañaneras y a no pocos
confunde. La conclusión de El País es
contundente:
Resulta
inadmisible, no obstante, que el mandatario, ante los flagrantes errores del
operativo, no haya asumido las responsabilidades que le corresponden como
máxima autoridad de la seguridad del país y tache las críticas de “conjeturas
de expertos”.
Su
estrategia para poner fin a la violencia, que no se sabe muy bien en qué
consiste, está fracasando. La inseguridad no se ha detenido y lo ocurrido en
Sinaloa es el último ejemplo. El contraste con su vaga retórica resulta cada
vez más desconcertante.
El
presidente de México debe dejar de culpar a la herencia recibida y asumir los
retos que tiene por delante, empezando por tomar medidas contra los
responsables del operativo de Culiacán.
El desaguisado en Culiacán sucede
oportunamente. A un año del gobierno de la 4 T es momento de corregir.
Sinceramente espero que el Presidente actúe en consecuencia, los mexicanos también
estamos ávidos de una vida segura y digna.
Conclusión
Ya lo había yo comentado en algún
artículo anterior. La estrategia de “abrazos no balazos” significa reducir al
mínimo la confrontación con los criminales y la represión de sus actividades,
con la esperanza de que esto traerá la anhelada paz.
Sí, el Estado mexicano es débil desde
el punto de vista de su capacidad operativa militar, por ello es que hay que
enfocar la estrategia al combate al consumo. Pero eso no significa necesariamente
total tolerancia ante hechos específicos. Los errores de Culiacán no deben
repetirse.
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