Alejandro Mario Fonseca
¿Qué dicen los psiquiatras y los
psicólogos de Donald Trump, el presidente de los Estados Unidos? Si usted entra
a la red, se va a encontrar con una gran cantidad de artículos dedicados al
tema. Como un ejemplo, voy a lo que dice el Dr. Juan Ramón de la Fuente, ex
rector de la UNAM y toda una autoridad en la materia.
Su crítica data del 18/4/2016
publicada en El Universal, antes de
que Trump fuera candidato del partido republicano; y sigue siendo válida. De la
Fuente no duda en tacharlo de narcisista. No voy a repetir aquí todo lo que
dice sobre los rasgos de la enfermedad narcisista, tan sólo pongo el acento en
lo que sería el punto débil del magnate:
Su enfermedad “...puede ser también
su flanco más vulnerable, detrás de una personalidad narcisista hay
habitualmente una persona insegura, acomplejada, vengativa, pero frágil al fin
y al cabo”. ¿Qué hacer ante alguien así?
De la Fuente recomienda “lo primero
es no enojarnos, las reacciones viscerales de sus adversarios lo fortalecen. Lo
desnuda más la burla que la injuria. El ridículo puede ser su peor escenario.
En el momento en que pierda su confianza se apagará su energía. Pero no va a
ser fácil vencerlo”.
Y es que el tratamiento para éste mega narcisista es un
baño de realidad. Para eso están los
asesores, los buenos asesores, el problema es cuando en lugar de cumplir
cabalmente su papel, se convierten en comparsas aduladores.
Donald Trump: a tambor batiente |
Trump: un
irresponsable mega narcisista
Lo que se puede ver con toda
contundencia, es que no va haber nadie
que le haga ver la realidad. Su enfermedad es todavía peor, es un irresponsable
narcisista que ya en la cima del imperio ha ido enloqueciendo más y más.
Paul Krugman escribió antier en El País,
Un cataclismo para los planes de
Trump
(13/3/2020) un ensayo que deberíamos conocer y difundir, en resumen dice: lo que
vimos en su discurso fue una absoluta incapacidad para ponerse a la altura de
la crisis del coronavirus. Y sí, sus argumentos son contundentes, juzgue
usted.
Donald Trump
ha tenido suerte en todo. Solo ha afrontado una crisis no provocada por él —el
huracán María— y aunque su chapucera respuesta favoreció una tragedia que mató
a miles de ciudadanos estadounidenses, las muertes se produjeron fuera de
cámara, lo que le permitió negar que hubiera ocurrido algo malo.
Ahora, sin
embargo, nos enfrentamos a una crisis mucho mayor con el coronavirus. Y la
respuesta de Trump ha sido incluso peor de lo que sus detractores más duros
podrían haber imaginado. Ha tratado una amenaza urgente como si fuese un
problema de relaciones públicas, combinando la negación con frenéticas
acusaciones a los demás.
Su Gobierno
no ha proporcionado el requisito más básico para cualquier respuesta a la
pandemia: pruebas generalizadas para hacer un seguimiento de la difusión de la
enfermedad.
No ha
aplicado las recomendaciones de los expertos en sanidad y se ha dedicado a
imponer absurdas prohibiciones de viajar a los extranjeros, cuando todo indica
que la enfermedad ya está muy instalada en Estados Unidos.
Entre la
complacencia y la histeria
Y su
respuesta a las repercusiones económicas ha oscilado entre la complacencia y la
histeria, con una fuerte mezcla de amiguismo.
Es un
misterio por qué el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades,
normalmente un organismo muy competente, no ha proporcionado en absoluto
recursos para efectuar pruebas generalizadas de coronavirus durante las
primeras fases de la pandemia, tan cruciales.
Pero es
difícil evitar la sospecha de que la incompetencia está relacionada con la
política, quizá con el deseo por parte de Trump de restar importancia a la
amenaza. Según Reuters, el Gobierno
ha ordenado a los organismos sanitarios que traten todas las deliberaciones
sobre el coronavirus como información reservada.
No tiene sentido, y es de hecho destructivo
desde el punto de vista de la política pública; pero tiene perfecto sentido si
el Gobierno no quiere que la ciudadanía sepa de qué modo sus acciones están
poniendo en peligro la vida de los estadounidenses.
En todo
caso, está claro lo que deberíamos hacer ahora que ya debe de haber miles de
casos en todo Estados Unidos. Necesitamos ralentizar la difusión de la
enfermedad creando “distancia social” —prohibiendo las reuniones grandes,
animando a quienes puedan hacerlo a trabajar desde casa— y poniendo en
cuarentena los puntos con más casos de contagio.
Tal vez esto
no baste para impedir que enfermen decenas de millones de personas, pero
extender la pandemia en el tiempo ayudaría a prevenir la sobrecarga del sistema
sanitario, reduciendo enormemente el número de fallecidos. Pero en su discurso,
Trump casi no ha hablado de eso; sigue actuando como si fuera una amenaza que
los extranjeros están trayendo a Estados Unidos.
Lo único que
le interesa es reelegirse
Y en lo que
respecta a la economía, Trump parece fluctuar de día en día —incluso de hora en
hora— entre las afirmaciones de que todo va bien y las exigencias de estímulos
enormes y mal concebidos.
Su grandiosa
idea para la economía es una completa moratoria del impuesto sobre la renta.
Según Bloomberg News, les dijo a los
senadores republicanos que quería que la moratoria se extendiera “hasta las
elecciones de noviembre para que los impuestos no volvieran a cobrarse antes de
que los votantes decidan si él mantiene o no su cargo”.
Sería una
medida enorme. Los impuestos sobre la renta suponen el 5,9% del PIB. En
comparación, el estímulo de Obama en 2009-2010 llegó a un máximo del 2,5% del
PIB. Pero estaría muy mal enfocado: grandes exenciones para los trabajadores
con buenos salarios, y nada para los desempleados o aquellos sin baja médica
remunerada. ¿Por qué hacerlo de este modo?
Después de
todo, si el objetivo es poner dinero en manos de los ciudadanos, ¿por qué no
enviarles cheques? Al parecer, los republicanos no pueden concebir una política
económica que no adopte la forma de una rebaja de impuestos.
Trump
también quiere supuestamente proporcionar ayuda a sectores específicos, entre
ellos el petróleo y el esquisto, una continuación de los esfuerzos de su
Gobierno por subvencionar los combustibles fósiles.
Por favor lea el artículo completo en
El País. Yo propongo, siguiendo el
consejo del Dr. De la Fuente, que no hay que enojarnos sino burlarnos de él.
Trump está como el niño de El tambor de
hojalata (de Günter Grass): se trata de un “niño” que decide rebelarse
contra la realidad; así que muy probablemente el coronavirus sea su tumba
política.
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