Aurelio
Cuevas (Sociólogo)
El antropólogo Marc Augé en su
reciente libro La comunidad ilusoria
(Edit. Gedisa, 2012, 45 pág.) plantea ideas sugerentes acerca de como se perfila
la convivencia humana en una sociedad cada vez más inundada de tecnología,
sobre todo en la comunicación y la transmisión de imágenes, factor que altera
hondamente la manera en que los individuos perciben y viven su realidad cotidiana.
Para el autor el mundo actual es
“un mundo de la discontinuidad y de la prohibición: ciudades privadas, barrios
privados, residencias ‘securizadas’. Solo accedemos al consumo mediante códigos
(sean códigos de acceso a viviendas u oficinas, tarjeta de crédito, teléfonos
móviles o tarjetas especializadas creadas por los hipermercados, las compañías
aéreas y otras).” Pero también estamos insertos en una “estética de la
distancia que tiende a hacernos ignorar estos efectos de ruptura. Las fotos
tomadas desde satélites de observación, las vistas aéreas, nos habitúan a una
visión global de las cosas. Los edificios de oficinas o viviendas educan la mirada, al igual que el cine y, mas
aún, la televisión.” (pp. 9-10).
Este breve y ameno libro lleva a
pensar el mundo en que vivimos como un ámbito donde nuestra identidad personal y
colectiva se encuentran en continua redefinición; nuestro tiempo fuerza al
individuo a adaptarse a cambios acelerados que pueden conducir a resultados opuestos:
por un lado está la tendencia global a que la uniformidad de estilos de vida
desemboca en un “mundo sin fronteras”, y por otro lado se presenta el
reforzamiento de una mentalidad social cerrada y defensora de formas de existencia
tradicionales, que levanta barreras territoriales y culturales entre los distintos
pueblos o naciones.
Ante tal panorama M. Augé plantea
que no deben negarse las fronteras existentes en el planeta sino respetarlas y
franquearlas, con la mira de que su traspaso implique tanto aceptar la
singularidad del “otro” como ampliar el horizonte de entendimiento de la propia
identidad. A su juicio las migraciones actuales de un continente a otro -o en
un mismo continente- hacen posible que la conducta de infinidad de individuos ya
no se amolde a su comunidad de pertenencia, portadora de la tradición y las
costumbres heredadas, sino que -más bien- tanto su mentalidad como sus actitudes
respondan a las necesidades de una integración comunitaria orientada al futuro.
Una idea central del autor es que
se debe romper con la idea del “destino” como algo que somete al individuo a la
costumbre inamovible o a la ausencia de elección en el medio de pertenencia.
Para ello es indispensable entender la noción de frontera con las
características aludidas para captar al individuo en su esfuerzo por sacudirse
los determinismos que lo someten (culturales, económicos o territoriales) y de
labrarse el porvenir. En este sentido el impulso de una nueva educación que
atraviese fronteras y culturas, el “transculturalismo”, se está convirtiendo en
una exigencia central de un planeta cada vez más globalizado.
Junto a lo anterior M. Augé compara
a la “comunidad” con un “universo en expansión”. La comunidad familiar y la
referencia local son inseparables como punto de partida de diversas vidas
personales que tienden a acercarse o separarse – y a crear descendientes que se
dispersan en el espacio- en virtud de múltiples circunstancias; todo ello
provoca que a través del tiempo dicha comunidad tienda a desaparecer…y a
generar nuevas comunidades familiares.
En todo caso la perduración de la
“comunidad familiar”–así como de otras comunidades- solo ocurre a través del
juego de los vínculos individuales (con personas, lugares y recuerdos), los
cuales son “fronteras sutiles que instauran demarcaciones y correspondencias en
el espacio y el tiempo, en el presente y el pasado; estos vínculos no son
evidentes; uno solo los reactiva si quiere y si puede; son al mismo tiempo una
huella, un signo y una llamada.” (pp. 27-28).
En consecuencia los lazos
comunitarios no son algo fijo o permanente sino que se construyen y
des-construyen en la medida que el individuo se manifiesta como “un ser
relacional existencialmente abierto, ofrecido al exterior y a la alteridad”
(pág. 31). En síntesis, la propuesta de M. Augé sería la siguiente: “el
bien común y la idea de la comunidad…solo existen en estado ideal y de
proyecto” (pág. 35) (las cursivas son mías).
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