Indignados
Consideramos que el discurso de Naomi
Klein del 16 de octubre de 2011 del
movimiento “Ocupa” frente a Wall Street todavía es vigente por eso lo
reproducimos en esta ocasión.
Si algo sé, es que el uno por
ciento ama una crisis. Cuando la gente entra en pánico y está desesperada, y
aparece que nadie sabe qué hacer, es el momento ideal para lograr que se
aprueba su lista de deseos de políticas pro empresariales: privatizar la
educación y la seguridad social, recortar los servicios públicos, deshacerse de
las últimas restricciones al poder empresarial. En medio de la crisis
económica, esto es lo que actualmente sucede en todo el mundo. Sólo hay una
cosa que puede bloquear esa táctica, y, afortunadamente, es grande: 99 por
ciento. Y ese 99 por ciento está tomando las calles, desde Madison hasta
Madrid, para decir:” No, no pagaremos tu crisis”.
Esa consigna comenzó en Italia,
en 2008. Rebotó en Grecia y Francia e Irlanda, y finalmente llegó a la milla
cuadrada en la que la crisis empezó.
“¿Por qué protestan?”, preguntan
los perplejos expertos en la televisión. Mientras, el resto del mundo pregunta:
“¡Por qué se tardaron tanto?”, “Nos preguntábamos cuando iban a aparecer”. Y,
sobre todo dice: “Bienvenidos”.
Mucha gente hace paralelismos
entre Ocupa Wall Street y las llamadas protestas contra la globalización, en
Seattle, en 1999, que atrajeron la atención mundial. Esa fue la última vez que
un movimiento descentralizado, global y encabezado por jóvenes, apuntó
directamente contra el poder empresarial. Y me enorgullece de haber sido parte
de los que llamamos “el movimiento de movimientos”.
Pero también hay importantes
diferencias. Por ejemplo, elegimos a las cumbres como nuestros blancos: La
Organización Mundial del Comercio, El Fondo Monetario Internacional, el G-8. Las cumbres son transitorias por
naturaleza, sólo duran una semana. Eso hizo que nosotros también fuéramos
transitorios. Aparecíamos, llenábamos los titulares mundiales, y luego
desaparecíamos. Y en el frenesí del hiper patriotismo y militarismo
posterior a los ataques del 9/11, fue fácil borrarnos del mapa, al menos
en Norteamérica.
En cambio, Ocupa Wall Street
eligió un blanco fijo. Y no ha puesto fecha límite a su presencia en ese lugar.
Eso es sabio. Sólo cuando te mantienes fijo puedes echar raíces. Esto es
crucial. Es un Hecho, en la era d la información, que demasiados movimientos
brotan, como hermosas flores, pero rápidamente mueren. Y no tienen planes de
largo plazo de cómo se va a sostener. Cuando llegan las tormentas, el agua se
las lleva.
Ser horizontal y profundamente
democrático es maravilloso. Estos principios son compatibles con el duro
trabajo de construir estructuras e instituciones que sean lo suficientemente
robustas para que puedan sobrellevar las tormentas que vienen. Tengo mucha fe
en que esto pasará.
Algo más que este movimiento hace
bien: se comprometieron con la no violencia. Se rehúsan a darle a los medios
las imágenes de ventanas rotas y luchas callejeras, que tanto anhelan. Y esa
tremenda disciplina ha implicado que, una y otra vez, la historia sea la
deplorable y no provocada brutalidad policiaca.
De la cual vimos más todavía el
miércoles (día 5) por la noche. Mientras el apoyo a este movimiento crece y
crece. Más sabiduría.
Pero la gran diferencia, tras una
década, es que en 1999 nos enfrentábamos al capitalismo en la cúspide de un
frenético auge económico. La tasa de desempleo era baja, las carteras de
acciones tenían un alto valor. Los medios estaban borrachos de dinero fácil. En
aquel entonces se trataba de comenzar negocios, no cerrarlos.
Hicimos notar que la desregulación detrás del frenesí tenía
un precio. Era dañino a los estándares laborales. Era dañino a los estándares
medioambientales. Las empresas se volvían más poderosas que los gobiernos y eso
era dañino para nuestras democracias. Pero, para hacer honesta con ustedes,
mientras fueran buenos tiempos, enfrentarse a un sistema económico basado en el
egoísmo era una tarea difícil, al menos en los países ricos.
Diez años más tarde, parece que
ya no hay países ricos. Sólo un montón de gente rica. Gente que se enriqueció
saqueando la riqueza pública y agotando los recursos naturales en el mundo.
El punto es que hoy, todos pueden
ver que el sistema es profundamente injusto y se sale de control a toda
velocidad. El egoísmo sin restricciones ha destrozado la economía global. Y
también está destrozando al mundo natural. Sobre pescamos nuestros océanos, contaminamos
nuestra agua con la fracturación hidráulica y las perforaciones en aguas
profundas, nos enfocamos en las formas más sucias de energía en el planeta,
como las arenas bituminosas de alerta. La atmósfera no puede absorber la
cantidad de carbono que le metemos, con lo cual creamos un peligroso calentamiento.
El nuevo modelo de lo normal son los desastres en serie: económico y ecológico.
Estos son los hechos. Son tan
evidentes, tan obvios, que es mucho más fácil conectarse con la gente de lo que
era en 1999, y construir rápido el movimiento.
Todos sabemos, a al menos
intuimos, que el mundo está de cabeza: actuamos como si no tuviera fin lo que
en realidad es finito: los combustibles fósiles y el espacio en la atmósfera
para absorber sus emisiones. Y actuamos como si hubiera estrictos e inamovibles
límites a lo que abunda: los recursos financieros para construir el tipo de
sociedad que necesitamos.
La tarea de nuestro tiempo es
darle la vuelta a esto: retar esa falsa escasez. Insistir en que tenemos los
recursos como para construir una sociedad incluyente y decente, y al mismo
tiempo respetar los verdaderos límites que la Tierra puede aguantar.
El cambio climático implica que
tenemos una fecha límite para hacerlo. Esta vez, nuestro movimiento no puede
distraerse, dividirse, agotarse y ser borrado del mapa por los acontecimientos.
Esta vez tenemos que triunfar. Y no hablo de regular los bancos e incrementar
los impuestos a los ricos, aunque eso es importante.
Me refiero a cambiar los valores
subyacentes que gobiernan nuestra sociedad. Eso es difícil de acomodar en una
sola demanda, amigable para los medios.
Y también es difícil resolver como hacerlo. Pero, no por ser difícil se
vuelve menos urgente.
Eso es lo que veo que ocurre en
esta plaza. En la manera en que se alimentan unos a otros, comparten
información libremente y se proveen de servicios de salud, clases de meditación
y talleres. Mi letrero favorito aquí es: “Me importas”. En una cultura que
entrena a la frente a evitar la mirada del otro, a decir, }”deja que se muera”,
eso es una declaración profundamente radical.
Peleamos contra las más poderosas
fuerzas económicas y políticas del planeta. Eso asusta. Y conforme este
movimiento crezca, de fortaleza en fortaleza, asustará cada vez más. Siempre
estén conscientes de que habrá la tentación de cambiar de blanco, a uno más
chico, como, por ejemplo, la persona a tu lado. No caigas en la tentación. Esta
vez tratémonos como si planeáramos trabajar uno al lado del otro, en la lucha,
durante muchos, muchos años. Porque la labor que tenemos ante nosotros demanda
nada menos que eso.
Tratemos a este hermoso
movimiento como si fuera la cosa más importante del mundo. Porque lo es.
Realmente lo es.
Naomi Klein (Nacida en Montreal, Canadá, el 8 de mayo de 1970) es una
periodista e investigadora canadiense de gran influencia en el movimiento
antiglobalización y el socialismo democrático.
Es periodista y escritora.
Su ruptura con la globalización
implicó el estudio de las influencias del capitalismo de finales del siglo
XX y del sistema de la Tercera Vía, Así como el impulso del sistema de economía
neoliberal y sus efectos en la cultura moderna de masas.
Fruto de sus investigaciones, ha escrito varios libros: No Logo(2001),
Vallas y Ventanas(2003) La Doctrina del shock(2007) y el guion del documental
La Toma/TheTake. Y un gran número de artículos periodísticos y políticos.
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