Por Alejandro Mario Fonseca
Me siento muy
orgulloso de mi educación. Siempre estudié en instituciones públicas. Desde la
primaria hasta el posgrado mi educación la pagó el pueblo de México. Recuerdo
excelentes profesores, sobre todo en la secundaria y en la preparatoria, pero
también en la facultad de química en la UNAM.
Muchos mexicanos
fuimos educados así, en instituciones surgidas del proyecto original de la
Revolución Mexicana. Desde luego que siempre ha habido la opción de la
educación privada, aquella en la que se paga para “garantizar” la calidad.
Foto: ahuizote.com |
Recuerdo a mis
amigos de barrio, aquellos cuyas familias tenían más recursos y tuvieron la
suerte de estudiar en colegios prestigiados como el Morelos o el Madrid;
después me los reencontré ya en la facultad, porque la UNAM era la mejor
opción, (bueno, también ya estaba el Politécnico, pero a mí me tocó ser puma) a
pesar de que ya existían la Ibero y algunas otras.
El orgullo del
que hablo está basado en una especie de magia, de fe en el progreso. Empezando
desde nuestros padres, maestros y uno mismo, la consigna era: tenemos que
aprovechar la oportunidad de ser mejores, de prepararnos bien para construir un
mejor país: teníamos muy claro el objetivo, el valor de finalidad.
Sé que todo esto
suena raro, a presunción, a exageración, pero así era. Y es que la magia se ha
perdido, en gran medida por la política priista. Hubo un punto de quiebre
alimentado por la corrupción sindical y el abuso de la clase política.
Desde los años
60 con la masificación se perdió el control, la alta burocracia de la
Secretaría de Educación Pública y el sindicato del magisterio empezaron a
llenarse poco a poco de holgazanes, recomendados que nada sabían de educación, se
“institucionalizaron” la venta de plazas, los
aviadores, los “inspectores”, las dobles y triples plazas, la herencia
de las mismas, etc.
Y el punto de
quiebre se dio precisamente en el salinato, ya con la “maestra” Gordillo. Todo
se volvió una pachanga, el abuso y la corrupción sentaron sus reales. La
educación pública en México, salvo honrosas excepciones, cayó en el precipicio
de la flojera y la mediocridad.
Cuando el
ranchero Vicente Fox llegó a la presidencia de la república muchos creímos que
las cosas podían cambiar. Por ejemplo, aquí en Puebla a mí me tocó participar, representando
al rector de la Universidad Autónoma de Puebla, en una comisión convocada por
la Unión Social de Empresarios de México a través de una asociación civil que
se llamó Vertebra.
El objetivo era
el de proponer un modelo de educación basado en valores, que se impulsaría
desde la presidencia misma de la república. Allí fue donde tuve la suerte de
conocer al rector, en aquel momento, de
la Universidad Iberoamericana Golfo Centro,
Armando Rugarcía. También asistían, entre otros los rectores o sus
representantes, de la UDLA, de la UPAEP, etc.
Aprendí mucho en
esa comisión. La voz cantante la llevaba Armando Rugarcía. Un rector sui
generis, experto en educación, que
ocupaba su cargo con humildad, que nunca dejó su cátedra y sobre todo que
compartía su sabiduría con todos los que lo rodeaban.
Los conceptos,
críticas e ideas que he estado utilizando en mis últimas entregas en esta
columna, las aprendí en aquellos años. También cambió en gran medida mi manera
académica de vivir y actuar. Descubrí que la clave de una buena educación está
en la base valorativa.
A reserva de
continuar con el tema, concluyo este artículo con un comentario de lo que pasó
con aquella propuesta. Al parecer el documento final Educación en un marco de valores ni siquiera llegó a las manos del
presidente Fox, o si llegó no lo entendió. Nunca supimos.
Lo que si sabemos
fue que la alianza de los panistas con la “maestra” Gordillo significó un
retraso de por lo menos 15 años en la tan anhelada reforma. Hoy veo con agrado
que mucho de lo que proponíamos en aquel entonces, aparece en el “nuevo” modelo
educativo que presume el secretario de educación pública Aurelio Nuño.
Está todavía por
verse que la implementación del proyecto se haga de manera incluyente y
correcta; y sobre todo con la dirección
de personal altamente calificado, que de veras sepa de educación.
Metodología
educativa
En mis últimos
artículos he estado comentando la
Reforma Educativa del gobierno federal. De la crítica a lo que parecía ser tan
sólo una reforma laboral plagada de errores y conflictos, pasé al beneplácito
de lo que resultó ser una verdadera propuesta de Reforma Educativa.
¡Enhorabuena!
Yo no sé qué les
pasa a los tres órdenes de gobierno, pareciera que les encanta vivir en el
conflicto. Muchas de las acciones modernizadoras, correctivas y hasta de
política administrativa cotidiana devienen en conflictos innecesarios. Y todo
porque no toman en cuenta a sus interlocutores, a los ciudadanos afectados o
beneficiados.
En el fondo de esta manera de gobernar, de este
estilo de hacer política, lo que yo veo es la prepotencia del nuevo rico.
Nuestra clase política está engolosinada con el poder. Se trata de una nueva
generación de jóvenes tecnócratas, de juniors de invernadero (el prototipo
sería el “niño” verde) que sin mucho esfuerzo están amasando grandes fortunas,
sin importarles en lo más
Predictores-de-calidad-de-un-centro-educativo-14-638 |
El
terrible desequilibrio social mexicano
Y es que fueron
educados para eso, para enriquecerse, para el poder y para el placer, cuando como servidores
públicos que son, deberían hacer todo lo contrario. Sin saberlo son las
primeras víctimas de la falta de un verdadero modelo educativo basado en
valores. Pero pasemos al debate conceptual.
Siguiendo a
Armando Rugarcía, si estamos de acuerdo en que educar consiste en promover que
una persona o grupo comprenda ciertos conceptos, temas o contenidos, desarrolle
sus habilidades para manejar conocimientos y emociones y refuerce sus actitudes
relacionadas con valores y valoraciones. Entonces la educación es equivalente a
desarrollar las potencialidades humanas para aprender, pensar, sentir y
decidir.
Así que el
asunto medular en la educación y en la llamada formación de valores, es ayudar
a los niños y jóvenes a decidir por sí mismos qué tan amplio es el tiempo y el
espacio de su vida que dedican a los demás,
a decidir con todas las de la ley, con la mente y el corazón, en suma con toda
su conciencia.
Entendida así la
educación, resulta que educar tiene que ver en el fondo con lograr un cambio
interno en los niños y jóvenes, lo cual se complica todavía más porque esos
niños y jóvenes difieren en sus antecedentes y además se desempeñan en diversos
contextos educativos.
En otras
palabras, el terrible desequilibrio social, económico y cultural que padece
nuestro país complica sobre manera la implementación de un modelo educativo ya
de por sí difícil y ambicioso. Se trata de romper con el paradigma darwiniano
de la ley del más fuerte, de un mundo en el que sobreviven los más capacitados,
aquellos que cuentan con más y mejores recursos. “El que quiere nacer tiene que
romper con un mundo” decía Herman Hesse.
Lo que el
“nuevo” modelo educativo está enfrentando ya y al parecer será su principal
limitación, es el terrible desequilibrio de la sociedad mexicana: se trata de
una responsabilidad generacional, que se antoja histórica, dinámica y compleja.
De aquí que sea prácticamente imposible proponer un método específico para
educar.
El
método
Existe una gran
bibliografía sobre la metodología de la enseñanza aprendizaje. Desde la
pedagogía para la liberación y la esperanza de Paulo Freire, pasando por el
método Montessori basado en el desarrollo del niño, la evolución en la lógica
del niño de Jean Piaget, hasta llegar al constructivismo actualmente de moda;
por hablar de los más conocidos, hay
mucho de que echar mano cuando de método se trata.
Recurro
nuevamente a Armando Rugarcía, quién debido a la gran amplitud y ambigüedad
sobre el tema del método, prefiere basarse en Lonergan, teólogo y filósofo
jesuita, que afirma que básicamente un método no es un conjunto de reglas que cualquiera, inclusive un tonto,
ha de seguir meticulosamente; sino que más bien es un marco destinado a
favorecer la creatividad, la reflexión y la colaboración.
El método de
manera concreta debe concebirse no en términos de principios y reglas, sino
como un esquema normativo de operaciones intersubjetivas recurrentes e
interrelacionadas que producen resultados acumulativos y progresivos.
(Continuará).
Cada vez vamos de mal en peor la educación pública en nuestro país, yo que he laborado para una preparatoria en Guadalajara pública y otra privada he sido capaz de darme cuenta de la diferencia entre ambas.
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