Alejandro Mario Fonseca
Para quienes estamos interesados en
la política, no hay nada tan apasionante como el teatro político. A principios
de los años 70 del siglo pasado tuve la suerte de participar en un grupo
experimental de teatro.
Montamos varias obras y fue una
experiencia muy gratificante porque aun cuando no nos convertimos en artistas,
sí nos volvimos aficionados al teatro, cosa que para los chilangos resultaba
posible y hasta barato gracias a instituciones como la UNAM y el INBA.
Entre los clásicos del teatro
político destaca Calderón de la Barca, uno de los grandes exponentes del Siglo
de Oro español. Una de sus obras que resulta de sorprendente actualidad es En la
vida todo es verdad y todo es mentira.
En Trinacria, Focas es el padre
atormentado que debe resolver el enigma que le angustia: encuentra dos jóvenes
salvajes, de los cuales uno es su hijo y el otro es el hijo del emperador
Mauricio, su desaparecido enemigo al que derrotó y usurpó el trono. Ante el
peligro que se plantea para su propia sucesión, tendrá que averiguar cuál de
los dos es su hijo o matar a ambos.
Conago respalda a Andres Manuel Lopez Obrador. |
Una vida
vale más que un reino
Un sucesor y un enemigo potencial, la
duda y la certidumbre, la razón de Estado y la legitimidad, el amor y el odio
hacen de esta obra una de las más grandes expresiones del teatro político. Esta es la sinopsis de una obra nada sencilla
como usted podrá ver.
Se trata de una trama alegórica
construida sobre una obsesiva estructura de dos miembros en la que el autor
levanta un vibrante retablo cargado de simbología que rehúye toda pretensión de
verosimilitud realista.
De un refinado dispositivo escénico
donde las imágenes, las palabras y la música se amalgaman en los cuerpos
transfigurados de los actores. Los románticos alemanes lo llamaron teatro
total. Es una obra eminentemente
política que aborda abiertamente la cuestión de la legitimidad del poder y de
la razón de Estado.
La tesis que se desprende del drama, contraria
a la teoría maquiavélica que recomienda al gobernante que se valga de cualquier
medio, lícito o ilícito, para lograr sus objetivos políticos, se decanta hacia
las doctrinas probabilistas, defensoras de favorecer al acusado en caso de
ausencia de culpabilidad; el principio jurídico in dubio pro reo. Heraclio, el príncipe legítimo lo enunciará con
claridad: “una vida vale más que un reino”. (Cfr. Ernesto Caballero, Festival de Artes Escénicas de Alcalá de
Henares, 2012).
La
incertidumbre electoral
Un drama filosófico, emparentado con La
vida es sueño, donde la problemática barroca entre apariencia y
realidad se encarna en la figura del tirano Focas, incapaz a lo largo de toda
la obra de alcanzar una certidumbre que oriente sus acciones.
Esa suspensión de juicio irá
abismando al protagonista en un creciente estado de desasosiego que le llevará
a recurrir a las artes del mago Lisipo para que disponga una representación
dentro de la representación y así poder vislumbrar alguna evidencia capaz de
aquietar su ánimo.
Y acaso no fue eso precisamente lo
que hemos vivido los mexicanos desde el año 2000, en estos tiempos de supuesta
“democracia”. Una farsa política en la que no supimos qué era verdad ni qué era
mentira.
¡Todavía peor! En las farsas
electorales ni siquiera sabíamos quién era quién. La izquierda y la derecha se
confundían, los candidatos iban y venían de un partido a otro o se volvían
“independientes”, y lo peor, todos se acusaban entre sí de los peores ilícitos.
La partidocracia ya estaba en decadencia.
Y es que después de 18 años de total
desasosiego, frustrados por la traición del panista Vicente Fox, en quien
muchos habíamos confiado, y habiendo apostado por la democracia y la honradez, quedamos
paralizados por la duda y caímos prácticamente en la incertidumbre total.
Los brujos
encuestadores
Pero fuimos muchos los que no bajamos
la guardia, fueron 18 terribles años en los que vivimos como esquizofrénicos
una transición democrática que no cuajaba, que parecía más un engaño que
enmascaraba la profundización del neo liberalismo y de la corrupción
desenfrenada.
Ya no sabíamos bien a bien cómo orientar
nuestro voto, estábamos prácticamente en la incertidumbre total. ¿A quién le
creíamos? Estábamos como Focas en La
vida es sueño, en total desasosiego, paralizados por la duda. Muchos al no
saber por quién votar decidieron anular su voto a sabiendas de que era todavía
peor no participar.
Otros desesperadamente recurrieron a
los brujos, a los magos encuestadores, como Lisipo para que les montara una
farsa dentro de la farsa y los ayudara a dilucidar quién de los candidatos era el legítimo, el que de verdad se merecía
llegar al poder.
Y cuando les preguntábamos a ellos, a los
candidatos ¿quién de ustedes está
dispuesto a renunciar al reino por la
vida? ¿Quién está dispuesto a renunciar al dinero, a la corrupción, a la
impunidad, por el bienestar social? ¿Quién de ustedes es Heraclio? Para rematar
la farsa, todos contestaban: ¡Yo!
Pero había una excepción, la honradez
y perseverancia del tabasqueño Andrés Manuel López Obrador y de su pequeño
grupo de seguidores por fin darían frutos. El hartazgo generalizado y la
esperanza de la juventud traerían consigo un tsunami electoral llamado MORENA.
MORENA el
tsunami electoral
Y así fue como la legitimidad y la
razón de Estado empezó a retomar sus cauces naturales. La legitimidad de los
votos, la de las urnas finalmente tuvo que ser respetada. Los jóvenes y las
mujeres salieron a votar y en una jornada electoral nunca vista por fin llegó
la democracia.
Y la razón de Estado, que no es otra
cosa más que las medidas excepcionales que ejerce
un gobernante con objeto de conservar o incrementar la salud y fuerza
de un Estado, tuvo que dar paso al valor superior de los derechos humanos
y colectivos.
Ya más que una razón de Estado era la
irracional supervivencia de una mafia depredadora que después de una larga
decadencia se acerca a la extinción. Y mientras tanto AMLO se enfrentará a la
difícil tarea de desmontar la estructura de poder heredada. Tarea nada sencilla
pero no imposible.
Y como el cambio se avizora radical, la
responsabilidad, la prudencia y la austeridad serán el mejor camino para
recuperar poco a poco la seguridad y la justicia social.
Insisto, la Cuarta Transformación de
México se avizora difícil pero no imposible: la participación ciudadana será
indispensable. Sin una participación ciudadana efectiva la excepcional
oportunidad histórica que se nos ofrece, puede resultar efímera. ¿Usted qué
opina?
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