domingo, 17 de marzo de 2013

La nacionalización petrolera: su sentido histórico


Aurelio Cuevas (Sociólogo)

PEMEX. Fuente: David Martínez/Terra
En un contexto de descrédito mediático –avalado por los personeros gubernamentales- acerca de la empresa pública como modelo de operación económica viable, se conmemora este 18 de marzo tres cuartos de siglo de la fundación de Petróleos Mexicanos (PEMEX) como resultado de la nacionalización de esa industria por el régimen de Lázaro Cárdenas. Hoy, a pesar de que México es un productor mundial muy importante del llamado “oro negro”, los recursos generados por este patrimonio no han servido para forjar una economía pujante ni para propiciar una mejor calidad de vida de la población nacional.

Desde el gobierno salinista se abandonó el impulso de la industria petroquímica para producir bienes con valor agregado: plásticos, cosméticos, ropa, entre otras cosas, enajenando la fabricación de dichos bienes a las empresas transnacionales. La refinación del petróleo también se ha dejado en manos de empresas extranjeras. Asimismo, el transporte del crudo –terrestre y marítimo- está concesionado a compañías de la misma índole.

Actualmente vivimos un momento decisivo para el futuro de PEMEX, dado que de modo subrepticio se ha privatizado cerca del 80% de los rubros de operación de la empresa, quedando solo bajo el control de esta la exploración de posibles yacimientos futuros y la extracción de dicho energético en las plataformas que funcionan en la actualidad. No obstante, según los planes de la tecnocracia neoliberal que domina México, hasta estos dos rubros van también a enajenarse so pretexto de que solo con “tecnología de punta” (patentada sobre todo por firmas norteamericanas) pueden seguir los altos niveles de producción y exportación  del crudo nacional.

El gobierno de Enrique Peña Nieto tiene como meta primordial liquidar por entero los restos de soberanía energética (petróleo y electricidad) que todavía existen en México. En el caso de PEMEX su argumento para lograr tal fin es “impulsar su viabilidad financiera”, así como elevar su “competitividad internacional” y su “eficiencia en los estándares globales de producción” (con el fin de vender petróleo barato hacia el coloso del Norte).

En lo más hondo del sentir nacional se considera la expropiación petrolera ocurrida hace 75 años como un acto de justicia social solo comparable a la exigencia popular central durante la Revolución de 1910-1921: el reparto de tierras; pero tal acto no fue únicamente producto del patriotismo del Presidente Cárdenas sino de la solidaridad de diversos sectores del pueblo al llamado del gobierno para indemnizar a las empresas extranjeras. Dicha generosidad quedó plasmada en las emotivas fotografías de mujeres entregando sus joyas personales así como otros objetos de valor, e incluso hasta animales de granja (como guajolotes) para cubrir los costos derivados de la medida expropiatoria.

¿Mero recuerdo de “tiempos memorables” pero que ya no se repetirán ante los vientos privatizadores (más bien desnacionalizadores) que soplan con fuerza en el presente? ¿Debemos creer a ciegas lo que dicen los gobiernos neoliberales imperantes desde hace 30 años en nuestro país, con el claro fin de justificar su abandono de los principios de soberanía nacional y de bienestar colectivo, o bien como ciudadanos responsables realizar un reflexión serena de que hechos como la expropiación petrolera de 1938 son los que han dado sentido a la existencia de México como nación?    

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