Por Aurelio Cuevas
Hasta
los 10 años cumplidos viví en la Privada de Marte, una pequeña calle de la
vecina colonia Guerrero con salida a la Calzada Nonoalco (hoy avenida Ricardo
Flores Magón), y desde donde se divisaba la silueta piramidal del Cerro del
Chiquihuite. A comienzos de los sesentas dicho paisaje se transformó emergiendo
frente a la privada unas enormes estructuras de metal que serían la base de
varios edificios de la flamante Unidad Tlatelolco. En poco tiempo el panorama
cambió radicalmente destacando a simple vista el edificio Jesús Terán y parte del Donato Guerra.
A
comienzos del año 1966 mi madre nos dio a mi hermano Héctor y a mí la noticia
del cambio de casa. La primera ocasión que visitamos la Unidad para ver cuál
sería nuestra nueva vivienda caminamos hacia el jardín de Santiago y ahí mi
mamá nos enseñó a mi hermano y a mí el edificio donde llegaríamos a vivir: el “Querétaro”.
Entramos al inmueble y subimos al cuarto piso; al poco tiempo nos hallamos dentro
de un departamento de dos recámaras con ventanas que miraban al norte y sur de
la ciudad. En las siguientes semanas comenzaron una serie de vueltas para
trasladar todo tipo de objetos a pie desde la Guerrero hasta lo que iba a ser
nuestra nueva morada.
Junto
al “Querétaro” se hallaba su gemelo: el
“Guanajuato”; ambos edificios tenían la misma orientación, una altura de 13
pisos, las paredes laterales recubiertas con mosaico
negro veneciano, accesos amplios (uno por el estacionamiento que mira al Tecpan
y otro por el jardín de Santiago), y
cuatro terrazas con vista al norte ubicadas en distintos pisos. El hecho de que
los dos inmuebles se hallaran contiguos a las torres Cuauhtémoc, Puebla y
Jalisco (que miraban tanto a Reforma como al jardín de Santiago) daba a la zona
un aspecto tranquilo y agradable.
Llegamos
a vivir en el “Querétaro” a inicios de mayo gozando de un espacio más amplio y
luminoso que el que habitábamos en la Guerrero; pronto nos adaptamos a
servicios como el boiler de agua de paso alimentado por gas en lugar del boiler
de madera y “combustibles” (paquetes de viruta con petróleo) al cual estábamos acostumbrados.
Otros cambios relevantes fueron la estufa surtida por gas externo y no por los
tanques recargados, y los ductos de basura integrados al equipamiento del
edificio.
En
ese tiempo la Unidad relucía por la limpieza de sus áreas públicas, sus cuidadas
áreas verdes, y sus andadores techados que contaban con iluminación eléctrica
para caminar por la noche. Las áreas de juegos infantiles, muy concurridas por
niños de todas las edades, tenían un horario definido de uso que se hacía
cumplir por un cuerpo de vigilancia. Aunque había estacionamientos internos no
era algo común ver residentes con vehículo propio lo cual hacía fácil encontrar
acomodo en los primeros. Los edificios que contaban con locales comerciales
eran los que se veían más concurridos a diversas horas del día (sobre todo por la
población en edad escolar).
Llegó
el fin de año y recuerdo que en el “Querétaro” -y en general de los edificios
de la Unidad, sean del tamaño o “tipo” que fueren-, los más diversos adornos
navideños aparecieron en las ventanas de los departamentos; con el tiempo creo
que ello era un signo o señal de que los habitantes de este conjunto
habitacional nos sentíamos contentos por ser fundadores del mismo… Ni por asomo
pasaba por nuestra cabeza que afrontaríamos las tremendas experiencias de 1968
y 1985.
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